Peor no pudo ser el debut de la Regla IBAF -o Schiller, por el apellido de su creador- en nuestras Series Nacionales de pelota. Entró en escena en el mismísimo partido inaugural, y enseguida desperdigó un semillero de tests estratégicos en los que, así lo veo, los managers obtuvieron bajas notas.
No pretendo cuestionar la pertinencia o no de la dichosa regla. Cierto es que provoca un cambio en la fisonomía del béisbol, que regala inmerecidas carreras en choques de extrainnings, pero rige a nivel internacional y, por ende, se imponía adoptarla.
De modo que ni la bendigo ni la execro. Total: el fútbol sigue siendo fútbol pese a que un día le encasquetaron la lotería de penales, y al voleibol lo transformaron con el rally point, y en el boxeo amateur algún sesudo determinó que las peleas se decidieran -memorable dislate- mediante los llamados "golpes de coincidencia".
Lo importante es que la regla está en vigor y hay que aprender a convivir con ella. Y el examen inicial deparó magras notas.
Cada manager tiene su librito, y el béisbol es una disciplina repleta de variantes en el orden estratégico. Sin embargo, hay momentos que exigen a puro alarido una jugada única. En el caso puntual de esta regla, la exigencia casi siempre desemboca en el toque de bola.
Quiero decir, si a usted le dan la posibilidad de abrir el décimo inning con hombres en primera y segunda -dos hombres que usted mismo eligió de antemano-, lo normal es que toque para evitar el double play y dar paso a sus mejores bateadores con par de compañeros en posición anotadora.
Ah, pero en el duelo inaugural entre Industriales y Villa Clara, los directores prefirieron optar por un libreto alternativo. Y conste que ambos managers ya han "chocado" con la regla de marras en eventos allende los mares.
Primero, en el cierre del capítulo diez, un señor tocador como Carlos Tabares -líder histórico de dicho casillero en Series Nacionales- trató de sorprender y su machucón casi desembocó en doble matanza. Y más tarde, en la parte alta de la undécima entrada, la película se repitió a través de Andy Zamora, que roleteó de frente a Rudy Reyes en un típico lance torpedero-segunda-primera.
(Vaya una salvedad para aquellos lectores avezados que gustan de ir al detalle: si en lugar de a Zamora le hubiera correspondido el turno a Ariel Borrero, lo indicado habría sido "luz verde y a batear". E igual sucedería si, por el bando industrialista, les tocara empuñar a Yoandri Urgellés o Alexander Malleta).
En un béisbol al que a menudo se le censura una marcada y perniciosa predilección por el toque de bola, no se ordenó ejecutarlo cuando la situación sí lo demandaba, y por ese camino la experimentación quedó en fallido ensayo.