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La derechización no es local: es global

Muchos expertos y otros que no lo son advierten acerca de la derechización de la política internacional. La mala noticia es que no se trata sólo de los líderes y los partidos políticos, sino de las sociedades; tampoco es un fenómeno exclusivamente europeo.

El hecho es más notable porque pone fin a una opulenta paradoja: en la postguerra, la burguesía europea, sobreviviente del fascismo, junto con la reconstrucción y el restablecimiento de la democracia, promovió la instalación de los "Estados de Bienestar": un proyecto socialista impulsado desde el capitalismo.

En 1949, en la entonces República Federal de Alemania, a los 73 años, Konrad  Adenauer, católico y anticomunista, se convirtió en el primer canciller de Alemania Federal, cargo en el que se mantuvo durante los siguientes 14 años en los cuales, con el concurso de Ludwig Erhard, ministro de economía, impulsó la llamada "economía social de mercado" que llevó a la edificación del Estado de Bienestar. En Austria ese papel lo desempeñó el socialista Bruno Kreisky.

En Suecia la tarea fue llevada adelante por la socialdemocracia liderada  por  Albin Hansson, Tage Erlander, Olof Palme y otros líderes a lo largo de 40 años. Con fuertes tradiciones liberales y políticas sociales avanzadas, los laboristas noruegos que detentaron el poder durante los 20 años siguientes a la derrota del fascismo, consolidaron el Estado de Bienestar. En Dinamarca los gobiernos socialdemócratas durante cuatro décadas aplicaron políticas coherentes con el resto de Escandinavia.

En Francia, Italia y Gran Bretaña el auge económico asociado al fin de la guerra, el repudio de los pueblos y de las elites políticas al fascismo y la restauración de la democracia allí donde los nazis la habían suprimido, se asoció a un clima político liberal y permisivo en el cual se realizaron importantes demandas obrera y aspiraciones populares.

Aquellos procesos, caracterizados por la elevación del nivel y la calidad de la vida para amplios sectores sociales, incluyendo a la clase obrera, el campesinado y las capas medias urbanas, dieron lugar a climas políticos en los cuales predominaron las alianzas, la moderación y el retraimiento de las fuerzas políticas más radicales que fueron neutralizados por el auge reformista.

Como parte de aquella inédita coyuntura, los liberales, laboristas, socialdemócratas y democratacristianos atenuaron los matices anticapitalistas de sus discursos originales. Por gravedad y por el pésimo mensaje del socialismo stalinista que se practicaba en la Unión Soviética y Europa Oriental, las ideas anticapitalistas, la promoción del cambio revolucionario por vías violentas, la intensificación de la lucha de clases, el establecimiento de la dictadura del proletariado como programa perdieron terreno o se mimetizaron con las ideas dominantes. El eurocomunismo fue expresión de aquellas mutaciones.

Aquellos procesos, en general positivos y que beneficiaron a las masas europeas, de algún modo también a los procesos políticos tercermundistas y a la causa de la paz al favorecer la Detente, apoyar la limitación de armamentos y la no proliferación nuclear, desde hace algún tiempo han revelado un ángulo inesperado.

Cuando el fin de la Unión Soviética y el fracaso de la experiencia socialista en Europa del Este, en vez de a la profundización de los procesos sociales avanzados y el reformismo han dado lugar a retrocesos políticos que revierten las prerrogativas alcanzadas por los pueblos y los trabajadores europeos; el auge neoliberal encuentra a los obreros y a otras fuerzas sociales políticamente debilitadas, en ocasiones acéfalas y desconcertadas.

La reversión política europea que se inició con la llegada al poder en Gran Bretaña de Margaret Thatcher (1979-1990) que reorientó la política británica hacía un  enfoque neoliberal fundamentalista que, entre otras cosas, conllevó a retrocesos en la aplicación de programas sociales, proceso acentuado por la dinámica introducida por la caída de la Unión Soviética, la Guerra del Golfo, las contiendas emprendidas tras el 11/S y la actual crisis económica mundial, pasa ahora la factura.

La actual coyuntura europea, inédita por tratarse de uno de los ejes de la primera crisis sistémica del mundo global, requeriría una movilización a escala virtualmente continental, que exige de vanguardias políticas capaces de definir las metas, promover y organizar la solidaridad y convertir las demandas sociales en confrontaciones de clase por metas estratégicas. Tal vez lograr que la jubilación no sea a los 67 años sino a los 65 sea de una importancia enorme para los obreros franceses aunque conquistas de esa tesitura no definirán el futuro.

A fines de los años sesenta Herber Marcuse escandalizó a los pensadores marxistas cuando sostuvo que el bienestar disfrutado en la posguerra había adormecido a la clase obrera y mellado el filo de sus instrumentos de lucha. Según su tesis, comparada con los tiempos originales, la explotación capitalista se había convertido en algo "placentero". Las revueltas de Mayo de 1968 le dieron la razón. Ojalá los actuales acontecimientos no lo confirmen. Allá nos vemos.