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La Ley Cornelia y el Imperio

El sicariato es una antigua profesión humana. Matar por encargo no es nada nuevo. En la antigua Roma era tan frecuente en la política y los negocios la contratación de asesinos a sueldo para eliminar a rivales, que los legisladores se vieron obligados a tipificar el delito y especificar las penas que merecían esos profesionales de la muerte. Nadie estaba a salvo de quienes atacaban en las sombras o a plena luz del día, utilizando una pequeña daga o sica, que solían esconder entre los pliegues de la toga.

Hoy la tradición no languidece, por el contrario, se ha convertido en una respetable y demanda profesión que atiende clientes de todas las clase sociales. Las mafias del narcotráfico, las pandillas, los ejecutivos de empresas que ven sus carreras obstaculizadas por un rival, los maridos o mujeres celosos, y los líderes políticos que aspiran al poder, conforman la cartera de clientes de los sicarios modernos.

Pero no siempre los sicarios son contratados para matar directamente. Los hay, menos arriesgados, pero igual de letales. Esos son pagados para marcar a las víctimas. Después, a otros corresponderá el trabajo sucio. Especialmente en la política puede observarse su modus operandi: no aprietan directamente el gatillo, pero satanizan a los elegidos para que se conviertan en blanco de otros sicarios. Aquí el trabajo final pueden hacerlo mercenarios con fusiles de mira telescópica, o la 82 División Aerotransportada del Ejército de los Estados Unidos.  Se trata, más o menos, de lo mismo.

Hay sicarios políticos de baja estofa, profesionales del chisme y la calumnia, la zancadilla rastrera,  y el anónimo cobarde. Y los hay de alto vuelo, elegantes y certeros, rodeados de una aureola de respetabilidad y profundos conocimientos de política internacional. Suelen ostentar un pedigree académico impoluto, y proceden del fulgurante mundo del poder. Si se trata de sicarios políticos norteamericanos, los mejor pagados, por supuesto, también mantienen sus relaciones  con el establishment, recuerdo de los tiempos dorados en que ostentaron altos cargos en las administraciones de Ronald Reagan o George W. Bush. John Bolton y Roger Noriega son dos buenos ejemplos. Antes ordenaban, hoy sirven. Y sirven a la manera de marcadores para francotiradores, o de viajes sibilas del Mal que "denuncian" peligros tremebundos y auguran cíclicas catástrofes que amenazan la seguridad y el futuro de la nación más poderosa del planeta para que esta reacciones mandando un drone no tripulado repleto de misiles, un discreto envenenador de las agencias, o una división acorazada que protagonizará el ataque preventivo de turno.

Noriega tiene un abultado historial de relaciones con América Latina, claro que del lado imperial. Fue supervisor de la "ayuda no letal" para los contras nicaragüenses, desde un alto puesto en la USAID. Su nombre apareció en el escándalo Irán-contra, como uno de las "lavanderas" que blanqueaban el dinero proveniente de la droga para convertirlo en armas para los freedomfighters. Eso, por supuesto, no fue obstáculo, sino mérito para que George W. Bush lo designase Representante permanente ante le OEA, y a partir del 2003, Asistente del Secretario de Estado para asuntos del hemisferio occidental. Tuvo también una destacada participación en la aprobación de la ley Helms-Burton contra Cuba.

Noriega es un sicario político estridente. De haber matado por encargo en Roma, lo hubiese hecho a la luz del día, jamás en las sombras. Disfruta figurar propugnando posiciones de fuerza, clamando por hecatombes y armagedones a granel, siempre destinadas a atacar a dos de sus sempiternas obsesiones: las revoluciones de Cuba y  Venezuela. Contra ellas ha formulado todas las maldiciones y anatemas posibles, pero a juzgar por la vitalidad que ambas ostentan, no goza del respeto de los dioses del Olimpo, y en consecuencia, sus plegarias no han sido, hasta el momento, atendidas.

Pero Noriega es también un sicario político de honor y en su retorcido código de conducta, no se contempla pasar el cepillo antes de terminar la tarea. Es por eso que se esfuerza, inventa truculencias y astracanadas de todo tipo con tal de llamar la atención del Imperio sobre los blancos que señala. Se desgañita con acusaciones delirantes, trata de ser tenido en cuenta. Y mientras menos lo consigue, como vuvuzela enloquecida, más alto pita.

Primero apareció John Bolton, el pasado 10 de agosto, con un artículo publicado en la web de American Enterprise Institute, la meca del neoconservatismo militante. Su título es elocuente: "Confronting China´s Snarl". En el texto se enumeraba una serie de "gruñidos" chinos destinados a desafiar la superioridad económica y militar norteamericana, alentados por la "débil política exterior del Presidente Obama". Y acto seguido, como un clown que no se consuela con perder el favor del público ante la gracia de un compañero, saltó al ruedo el inefable Noriega, quien nos acaba de regalar un trabajo de más largo aliento, una suerte de ensayo publicado en el número correspondiente a agosto del "Latin American Outlook", boletín especial del American Enterprise Institute.

"Chávez and China: Challenging U.S. Interest", se titula el ensayo de Noriega. En la misma cuerda de Bolton, pero elevando la parada, se anuncia que "...este es el primero de una serie de trabajos que publicará el boletín para documentar la creciente alianza del dictador Hugo Chávez con regímenes hostiles que desafían la seguridad y los intereses económicos de los Estados Unidos"

Tras enumerar el creciente intercambio comercial entre Venezuela y China, que ha ido desplazando al comercio con Estados Unidos, y alertar, por ejemplo, que en 1998 Venezuela  exportaba a esta nación casi dos millones de barriles de petróleo cada día, mientras que en el 2010 la cifra no alcanza el millón, Noriega llama a detener la creciente presencia china en el sector energético del país, afectando los planes de desarrollo estratégico norteamericano. Por supuesto, que este prohombre imperial no se pregunta a qué se debe el enfriamiento de las relaciones entre Venezuela y su país. Sería pedirle demasiado.

Las conclusiones que se derivan de esta "alerta de lo que sucede mientras Estados Unidos duerme", no se dejan al azar y se enumeran en la misma primera página del boletín:

"-El creciente rol de la economía china en Venezuela es el resultado de la acción sistemática de Chávez por suplantar  la influencia de los Estados Unidos e implantar un sistema socialista en su país.

-La industria petrolífera norteamericana está perdiendo su mercado venezolano y tiene ya un fuerte competidor en China.

-Los Estados Unidos deben abandonar su política de inacción y reconocer las amenazas que crecen bajo el régimen chavista, apoyadas por una potencia extranjera."

Es absolutamente falso que el gobierno de los Estados Unidos haya estado, o esté "inactivo" ante le  Revolución bolivariana, sólo que, como en el caso de la cubana, ha perdido la batalla estratégica en tanto el pueblo, la inmensa mayoría de la nación, apoya las transformaciones revolucionarias que encabeza Hugo Chávez. Entonces, ¿cómo entender ese llamado a "abandonar la política de inacción"?

Si, un sicario político como Noriega sueña siempre con hecatombes y armagedones. Y también considera que su misión en la vida es propiciarlos. Para eso le pagan.

La Ley Cornelia del Derecho Romano era severa e inapelable para con los sicarios y envenenadores. Sus penas y castigos se resumen en dos viejos adagios: "Con la vara que midas serás medido" y "Quien a hierro mata, a hierro muere"

Sabios que eran esos romanos.