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Obama y las Neometáforas

El universo que para sí mismo ha construido el neoconservatismo norteamericano es tan peculiar e inquietante como el decorado de una película de Quentin Tarantino. A mitad de camino entre Parque Jurásico y el halo corrompido y fatal de la serie CSI de Las Vegas. Una mezcla de sueño doctrinario de un imperialismo ultra y postmoderno expresado en un lenguaje pseudo progresistas y una oportunista apropiación de términos y enfoques, muchas veces de raíz marxistas, vaciados antes de su contenido y enfilados contra todo lo verdaderamente revolucionario, progresista, o simplemente liberal.

La deliberada confusión semántica y de ideas que el neoconservatismo ha fomentado desde sus orígenes, en la década de los años treinta del pasado siglo, es solo una de las varias razones que lo lanzaron al estrellato, pero, quizás, de las más importantes. Prontamente descubierto por los scouts del capitalismo imperialista, siempre a la caza de talentosos tránsfugas y teorías arrojadizas para herir desde lejos a sus enemigos, el neoconservatismo se mostró extremadamente útil para borrar las diferencias discursivas clásicas entre derecha e izquierda, entre socialistas reales y aparentes. Esta vanguardia reaccionaria de nuevo cuño jamás ha sentido repugnancia al actuar como un grupo de choque, siempre disfrazada de "revolucionaria y leninista", razón por la cual un paleoconservador como Pat Buchanam, carente de sentido del humor, no cesa de denunciarlos y "desenmascararlos".

Del verdadero marxismo, contra el que expresamente surgieron, los neocons han adoptado la fundamentación histórica de sus ideas, la pretensión al cientificismo de sus puntos de vista, la disciplina partidista y la lealtad a la clase por encima de cualquier desavenencia, la aspiración a la universalidad de sus ideas y programas, el internacionalismo, en este caso, conservador, la tenacidad para la lucha y la certeza de que un pequeño grupo, ideológicamente coherente y cohesionado, puede llegar a trasladar sus puntos de vista a las mayorías mediante la educación y una propaganda constante.

Los neoconservadores, copiando la tradición marxista-leninista y para combatirla simétricamente, también conceden extraordinaria importancia a la política y formación de cuadros. Mediante sus programas de captación y modelación de talentos jóvenes, como Spring Ranch, Telluride Asociation o Programa XXI, captan y brindan facilidades de estudio a quienes luego situará en posiciones políticas claves, especialmente, proveniente de las minorías. No es casual que de ellos hayan surgido campeones neoconservadores como Francis Fukuyama o Paul Wolfowitz, ni que entre los editorialistas de Town Hall.com, uno de sus voceros, encontremos cada día periodistas negros, judíos, eslavos, hispanos, árabes o filipinos.

En este universo de combate, donde el estado de beligerancia ideológica y la crispación cultural es permanente, el lenguaje, sus adjetivos y las metáforas políticas pueden decirnos tanto como los actos fallidos o los sueños revelaban a Freud. Sin exagerar: un estudio de los términos usados por los neoconservadores, desde la oposición, para combatir al presidente Obama podría ayudarnos a construir una cartografía detallada de sus miedos y fobias más profundas, de sus debilidades y carencias secretas y de la manera en que combaten, sin moral ni escrúpulos, a quienes consideran como enemigos políticos, culturales o ideológicos.

No hay acusación contra Obama y sus políticas, por delirante que sea, que no se haya lanzado ya a los cuatro vientos por estos creativos  profesionales de la distracción, el engaño y los insultos. Para Michelle Malkin, por ejemplo, quien disputa con Ann Coulter el primer lugar en el torneo de la vulgaridad política y la imaginación canallesca para la descalificación, le reforma del sistema de salud, no era tal, sino una obra de teatro del "Obama-Kabuki", y quienes dirigen el país son, ni más ni menos, que representantes de la "Corruptocracia".

Pero en esta reñida pelea neoconservadora por acuñar términos contra Obama cada vez más ofensivos y atemorizantes, las palmas se las lleva, desahogadamente, un traga-fuego de la talla de Newt Gingrich. El título de su último libro será estudiado por los politólogos del futuro como ejemplo del más retorcido y alambicado pensamiento diseñado para aterrorizar a los lectores y provocar en ellos reacciones furibundas e incontrolables: nada menos que "To Save America: Stopping Obama´s Secular-Socialist Machine".

Cusa risa, en realidad, semejante giro forzado y el lanzamiento de una metáfora tan rebuscada y cerebral, absolutamente carente de espontaneidad, no hablando ya de visos realistas, como la de este veterano pirómano político. Pero no nos quedemos en la espuma de la estridencia ridícula, sino que profundicemos en su verdadero alcance.

"Los Estados Unidos, tal y como lo conocemos, dejará de existir-escribe Gingrich en su libro-La nación enfrenta un peligro mortal... La Maquinaria Secular-Socialista (de Obama) es la burocracia corrupta que utiliza la manipulación, los sobornos y la deshonestidad para eludir la voluntad popular y destruir los valores esenciales del país... Esta Maquinaria representa una grave amenaza para los Estados Unidos, tanto como lo fue la Alemania nazi o la URSS. Ella trabaja activamente para demoler nuestros valores, creencias y actitudes y sustituirlos por los suyos. ¿Cuál será el resultado de esta acción?-concluye- Pues, unos Estados Unidos dependientes, de lento crecimiento y bajo fuerte control gubernamental. Un país a la par de Europa y muy por detrás de China y la India. Una nación forzada a obedecer, no a liderar".

Pero "no todo está perdido", nos anuncia este Mesías. Por eso en su libro el espantado lector hallará también consuelo: "Allí-afirma-se ofrecen estrategias concretas para desmantelar la Maquinaria y reemplazarla por políticas e instituciones (que no son difíciles de imaginar), capaces de funcionar bien y "sustituir, no reformar, nuestro fallido sistema de gobierno, precisamente destinadas a resolver el desafío que plantea la salvación nacional".

Ya en la despedida, Gingrich se revela como el verdadero "revolucionario conservador" que es, en la misma cuerda de Reagan y la Thatcher, quienes no se limitaron a explicar el mundo, como rezaba aquella célebre" Tésis Once de Marx sobre Feuerbach", sino que se empeñaron en transformarlo. En la dirección imperialista, claro está. "Debemos actuar rápido-concluye- o legaremos a nuestros hijos un país irreconocible".

De esta manera, la mesa queda servida. Los frutos de semejantes prédicas irresponsables y falaces no serán, por necesidad, frutos dulces, sino amargos, y quizás, sangrientos. No en vano ya lo alertaba recientemente Bill Clintos, al hablar en el acto conmemorativo por el quince aniversario del atentado terrorista de Oklahoma, causante de 168 víctimas fatales. "Las palabras siempre tienen consecuencias..."-alertó.

Una fotografía de un reciente rally de los partidarios del Tea Party Movement frente a la Casa Blanca, mostraba un cartel enarbolado por un airado manifestante anti-gubernamental: "Obama, hemos venido a hablarte (por ahora) desarmados".

Sin dudas: las palabras siempre tienen consecuencias. Para provocarlas, precisamente, es que los neoconservadores las manipulan y enarbolan como hachas de guerra.