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El optimismo de fiesta

Por Jorge Gómez Barata

Para la humanidad el fin de la II Guerra Mundial fue un punto de llegada. Los pueblos de la ex Unión Soviética y Europa, los Estados Unidos, Asia y África del Norte, creyeron justificados sus enormes sacrificios. Los padres colocaron en sitios de privilegios los retratos de sus hijos caídos en combate, las viudas se aprestaron a criar orgullosas los retoños de los héroes y los líderes políticos se consagraron a las tareas de la reconstrucción. En Mayo de 1945 floreció la primavera de la victoria.

Mediante la más grande y cruenta de las guerras que se prologó seis años, involucró a 61 países y unos 1700 millones de personas, ocasionando la muerte de casi 60 millones de ellas, la mitad civiles. Contando sólo a las soviéticas, en los frentes de la II Guerra Mundial combatieron más de un millón de mujeres, la mitad eran madres y doscientas cincuenta mil de ellas no sobrevivieron a la victoria.

La guerra no fue la misma para todos: Alemania fue su instigadora, Japón, Italia y otros estados se sumaron, mientras que unas 30 naciones encabezadas por Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña formaron la coalición aliada. Hubo países como Polonia, ocupados desde el primero hasta el último día y comunidades como los judíos que fueron diezmadas casi hasta el exterminio.

Mientras la ex Unión Soviética constituyó el primer frente y fue el escenario de las más grandes batallas; en otros sitios como Normandía y la región de las Ardenas en Francia, la localidad egipcia de El- Alamein, el puerto libio de Tobruk, Iwo Jima, Midway y Guadalcanal en el Pacifico, así como la remota Manchuria y otros miles de lugares hubo combates decisivos, Inglaterra soportó integra los bombardeos alemanes, mientras Estados Unidos fue el único de los grandes protagonistas que, excepto Pearl Arbor, no conoció ninguna acción en su territorio.

Por primera vez en la historia de las guerras los vencedores fueron generosos, no abusaron de los pueblos ocupados ni promovieron conquistas territoriales, mientras los instigadores de la guerra fueron juzgados y condenados en Núremberg y Tokio. 19 jerarcas nazis y japoneses, y alrededor de otros 1500 criminales de guerra fueron ejecutados, los capitalistas que usaron mano de obra esclava fueron condenados y los banqueros obligados a devolver las fortunas ilegitimas.

Como resultado de la II Guerra Mundial la ideología más reaccionaria que la humanidad ha conocido no sólo fue derrotada sino declarada ilegal, se inició el proceso de descolonización en virtud del cual se formaron unos 90 nuevos estados habitados por mil millones de almas, el socialismo pareció consolidado, se fundó la ONU y se creyó que se había hecho justicia al pueblo judío, cuando en desagravio al holocausto fue creado el Estado de Israel.

Lo alcanzado a costa de inmensos sacrificios hizo que los pueblos protagonistas de la contienda y sus líderes creyeran que los sacrificios valieron la pena y celebraran jubilosos la victoria que, no obstante, se vio ensombrecida por hechos y procesos que todavía hoy gravitan negativamente sobre la humanidad.

La muerte de Franklin D. Roosevelt, artífice de la colaboración con la Unión Soviética, un estadista caracterizado por una visión avanzada de las relaciones internacionales y que asumía la democracia como valores universales que cada pueblo conquista o construye por sí mismo y de cuyas bondades disfruta por sus propios caminos, facilitó el acceso al poder en Estados Unidos a elementos retrógrados, encabezados por Truman, que debutó con el bombardeo nuclear a Japón, la promoción de la Guerra Fría y la carrera de armamentos, especialmente atómicos.

Otros hechos como la fallida idea de partir Palestina para crear un estado judío y otro árabe y que dio lugar a varias guerras, a la expulsión de los palestinos de su territorio y a un conflicto interminable; la Guerra de Corea, el diferendo en torno al canal de Suez, el agravamiento de las tensiones en Europa, especialmente en torno a Berlín y el creciente peligro de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, sumados a las políticas neocoloniales, desmintieron el optimismo que caracterizaron a los primeros años de la posguerra.

En el sexagésimo quinto aniversario de la derrota del fascismo, cuando no existen la Unión Soviética ni el campo socialista, Estados Unidos intenta construir un poder hegemónico, los países capitalistas desarrollados refuerzan su presencia en la arena internacional, China, la India, Brasil y varios países del Tercer Mundo se alinean entre las potencias emergentes y acceden al G-20  donde comparten con los países imperiales posiciones y responsabilidades, no existen tantas razones para el optimismo como las que hubo en 1945.

Las guerras de Irak y Afganistán, los conflictos latentes en Corea e Irán, la crisis en el Medio Oriente, las manifestaciones de terrorismo y la situación económica y social en el Tercer Mundo, estrechan los márgenes para el júbilo.  A todo ello se suma la preocupación por los problemas globales, en especial los relacionados con la ecología y el cambio climático que crean situaciones de incertidumbre capaces de opacar las celebraciones.

América Latina que vio la II Guerra Mundial como se ven los toros desde la barrera no es sin embargo ajena a la coyuntura internacional  contemporánea. El avance de la izquierda moderada que llega al poder por medios pacíficos, no es comprendida por Estados Unidos, que a la añeja y anacrónica hostilidad hacia Cuba, suma diversos grados de confrontación con otros procesos, especialmente con aquellos que tienen lugar en Venezuela, Bolivia y Ecuador.

Ojalá la celebración del 65 aniversario de la victoria sobre el fascismo sirva a los líderes mundiales como motivación para rescatar el espíritu de avenencia y las ansias de paz y de justicia de los pueblos vencedores en la II Guerra Mundial. Ese sería un magnifico tributo a los héroes de aquella gesta.