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El día que asesinaron a Sergio González El Curita

Por Giraldo Mazola

Había un cerco y persecución tenaz sobre él. Lo sabía y esmeraba hasta donde era posible la implementación de todas las medidas de precaución y nos insistía para que fuéramos mejores conspiradores y no dejáramos nada al azar. Tenía una experiencia acumulada de su larga y audaz trayectoria y conocía bien la ciudad y las virtudes y defectos de sus hombres.

Los periodicuchos de alabarderos del régimen exacerbaban la histeria con titulares escandalosos sobre "El Curita," sus supuestos escondrijos, sus acciones, o cada vez que asesinaban a un compañero y capturaban a alguien, lo asociaban con él para satisfacer a los matarifes de la policía. Todo lo que ocurría era responsabilidad de ese criminal. Era el enemigo público número uno en la capital del orden establecido con bayonetas que anticipaba así su próxima liquidación. Se reía con sencilla picardía de esas noticias.

No comentó cuando el once de marzo, en vísperas de su asesinato, se reunió a solas en el parque cerca del cine Mónaco, con el recientemente fallecido General de Brigada de la reserva Moisés Sio Wong, enviado entonces desde la Sierra Maestra por el Comandante en Jefe, para ordenarle que debía abandonar la capital e incorporarse al Ejército Rebelde. En las montañas orientales Fidel percibía el gran riesgo que corría y conociendo sus méritos, su lealtad y firmeza a toda prueba,  trataba de preservarlo para los aún más complejos periodos y batallas que vinieron después.

Sio Wong nos relató después de la victoria que le pidió transmitiera que respetaba sus órdenes pero que aún percatándose del peligro que lo amenazaba, de la difícil situación existente, consideraba que su deber y su lugar de combatir estaban en la ciudad que conocía. Se sentía entusiasmando por el auge que había cobrado la lucha en La Habana en los pocos meses que llevaba al frente de los Grupos de Acción del MR-26-7 y pensaba que su presencia era necesaria en vísperas de la huelga general que se preparaba, imbuido que iba a ser un golpe mortal para la tiranía y no creía que debía abandonar a sus compañeros.

Así se quedó y continuó preparando y organizando a los combatientes. Era sumamente desconfiado con los lugares de reunión clandestinos. Tomaba las precauciones requeridas e insistía y exigía a que todos lo secundaran en esas prevenciones. Sabía lo que dañaba una casa clandestina tomada por la policía a donde podían acudir compañeros confiados y caer prisioneros. Se había fugado meses antes espectacularmente de la prisión de El Príncipe y escapó fracturándose un pie al lanzarse por una ventana de un segundo piso en una casa del Vedado huyendo de un cerco policial.       .

Cuando le enyesé el pie y le advertí que no podía caminar en varias semanas pues podía correr el riesgo de cojear permanentemente y le dirían "cojo" en vez de "Cura" y traté de asustarlo con las consecuencias de una ulterior intervención quirúrgica si no tenía paciencia, me ordenó ponerle un tacón a la bota y me dijo tajante que la Revolución no podía esperar y deambuló así a todos lados. Después que ganemos la guerra me operas dijo con la convicción de algo que intuía pronto aunque la mayoría lo viéramos muy lejano.

Con su bota, cojeando, preparó en la casa de la Dra. Isabel Rico Arango, las bombas que estremecieron la ciudad la famosa noche de las cien bombas.

Cojeando el día 18 cayó en una trampa montada en la casa de la calle K entre 23 y 21; a los esbirros no les interesaba interrogarlo. Sabían que a pesar de todo lo que sabía no diría una sola palabra.

Lo torturaron y golpearon bestialmente y con saña durante las pocas horas que estuvo detenido. Casi moribundo, con los testículos desgarrados, lo sacaron del Buró en la madrugada siguiente junto a Juan Borrell y Bernardino García, "El Mota."

En un parte oficial se dijo que habían atacado una perseguidora en la avenida Vento, cerca de la línea del ferrocarril hiriendo a un policía y aparecieron los tres alrededor de un árbol cosidos a balazos.

Aunque no hubo testigos dicen que le espetó a los guardias desde el suelo que tiraran que ahí había un hombre. El imaginario de los héroes produce estas anécdotas pero no hay dudas que si pudo hablar, si le quedaban fuerzas, no hubiera mendigado misericordia a los esbirros y hubiera enfrentado la muerte con la entereza del hombre inclaudicable que fue.

Han transcurrido 52 años de que truncaron la vida de un experimentado combatiente de apenas 34 años. No pudo ver la obra que soñó y por la que murió pero tuvo siempre la convicción, aún en los momentos más inciertos, de que el triunfo llegaría. Murió convencido que no se sacrificaba en balde.

Por su trayectoria y por su optimismo lo recordamos y en estos momentos en que enfrentamos otro tipo de dificultades, otros retos y amenazas es todavía un ejemplo a seguir, que nos convoca a no abandonar el puesto de combate aunque sea riesgoso, a ser optimistas, a no cesar de luchar.