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Barack Obama: Fracaso o Enigma

Comentarios de Atalaya (IX)

Si fuera cierto, que al menos en una parte del stablishment norteamericano existe la voluntad o la convicción de que es preciso introducir cambios en ciertos aspectos de la política o la sociedad norteamericana, la elección de Barack Obama debe ser asumida como el comienzo de un dilatado proceso que transcurrirá a través de una lucha feroz, de la cual aun no conocemos las armas ni las tácticas.

Originalmente los tratadistas liberales entendieron la política basada en la democracia sufragista como un esquema en el cual el gobierno se ejercería sobre sociedades divididas, seguramente por esa razón, la doctrina trata de preservar al Estado de las contingencias políticas mientras asume como válida la oposición al gobierno. La idea del Contrato Social no omite la división de la sociedad sino que intenta regularla.

En Estados Unidos, la más antigua y estable de las democracias liberales, salvo eventualidades, los presidentes que generalmente resultan electos con reducidas ventajas, cuando más por el 30 o el 40 por ciento de los electores, raras veces logran mantener su popularidad sobre esas cifras. Harry Truman y George W. Bush los presidentes más populares en la historia norteamericana, fueron también los más impopulares.

Truman obtuvo una popularidad superior al noventa por ciento por haber arrasado Hiroshima y Nagasaki y se hizo aborrecible cuando, durante la Guerra de Corea, destituyó al general Douglas MacArthur por querer hacer lo mismo contra China; por su parte Bush lo superó cundo el pueblo norteamericano se encontró bajo ataque y cerró filas luego del 11/S y más tarde, con un errático e ineficaz accionar dilapidó aquel enorme capital político.

En Estados Unidos donde, salvo raras excepciones, el stablishment no puede ignorar sus propias reglas y las opciones internas, en última instancia, se deciden en las urnas, la política puede asumir contornos sorprendentes. Mientras una derecha caricaturizada por Sarah Palin y el Tea Party, insiste en que Obama es socialista, incluso marxista-leninista, los liberales tratan de aterrar a la sociedad estadounidense con la perspectiva de ser gobernados por lunáticos. Más que de tácticas políticas parece tratarse de maniobras para mostrar a los norteamericanos los peligros que entrañan los extremos.

Obviamente ese estado de cosas desplaza al electorado hacía el centro, que es la zona hacía donde más futuro político existe y donde los liberales, estilo Obama, mejor se sienten. Con un resultado así, al menos en Estados Unidos la derecha se descarta ella misma.

Para alcanzar sus objetivos, la ultraderecha, curiosamente fuera y dentro de Estados Unidos, inexplicablemente respaldada por la izquierda militante, desde antes de que cumpliera cien días en la presidencia, insiste en que Obama ha fracasado, que es débil, inestable, inconsecuente y más recientemente aventurero; algunos extremistas lo llaman mentiroso y simulador.

Frente a semejante ofensiva el presidente, heredero de un legado toxico formado por dos guerras grandes, una crisis sistémica mundial y varios conflictos de considerables dimensiones como son los de Irán, Corea del Norte y la competencia con China, entre otros procesos, capea como puede el temporal que suma a los entresijos de la política, las reservas de la sociedad con los más negativos antecedentes racistas de todo el mundo, en sus peores momentos superada únicamente por Sudáfrica.

Para quienes quieran verlo, Barack Obama protagoniza el más trascendental de los cambios ocurridos en la política norteamericana en toda su historia que ha permitido llevar al poder a un negro, hijo de emigrante africano de primera generación, carente de pedigrí, con experiencia como trabajador social y antecedentes culturales musulmanes y, para más señas, joven y liberal. Únicamente al elegir a un abolicionista como Abraham Lincoln cuando era inminente que el debate sobre la esclavitud amenazaba con destruir al país, la sociedad norteamericana mostró semejante determinación.

Lo que en realidad ocurre es que como es normal, un solo presidente no puede complacer a una sociedad a la que el status social, la posición económica, el sistema político y el color dividen. En realidad, Obama ha hecho lo que de él esperaba la élite política y lo mismo que sus 42 predecesores.

En 232 años, cuarenta y tres hombres de diferentes partidos, ideas y estilos han trabajado sin desmentirse y sin faltar a los intereses de su clase. Si bien algunos, como Lincoln, Roosevelt y Kennedy realizaron reformas más o menos profundas, ninguno se desmarcó del sistema ni giró contra las instituciones básicas de la Nación. Obama no será menos, sino que se le exigirá más.

Tal vez todo se trate de una refinada técnica de manipulación similar a las realizadas por los ilusionistas que inducen al público a mirar para donde el truco no puede verse. En este caso tal vez se realza lo aparente para ocultar  lo esencial. Probablemente sea falso que Obama haya fracasado, como también es absurdo suponer que una ultraderecha ridícula y pintoresca liderada por Sarah Palin, sea una opción política real. ¿Cuál será entonces la verdad?

El tiempo dirá la última palabra.