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El libro es una flecha lanzada hacia el futuro

El escritor Reinaldo González en la inauguración de la Feria del Libro de La Habana. Foto: La Jiribilla

José Martí escribió unos versos que en esta ocasión hago míos: Cuando me vino el honor / de la tierra generosa, / no pensé en Blanca ni en Rosa / ni en lo grande del favor. // Pensé en el pobre artillero / que está en la tumba, callado: / pensé en mi padre, el soldado: / pensé en mi padre, el obrero.

Más acostumbrado a rendir honores que a recibirlos, me domina la gravedad del tiempo difícil en que ocurre. La dimensión de esta fiesta del libro traduce una gran bondad, por el esfuerzo y los caudales que le dedican, por el interés en no perder la imprescindible brújula de la cultura en medio de una navegación azarosa. A estos costos los intelectuales debemos responder con un rigor y una prestancia que no desdigan esa generosidad. Se nos impone evidenciarle a mentes poco avisadas el error de mirarnos como adornos y no como participantes, lo que alguna vez ocurrió. La situación actual nos aúna y nos emplaza, porque en tiempos difíciles los del centro, los de arriba y los de la periferia, todos, estamos a prueba. Nos corresponde mantener la fuerza del intelecto y de la creación, sin acudir a retóricas inconducentes, ni ampararnos en una dignidad de cartón. Quizás sea ese el significado real de una palabra escuchada desde mis años formadores: "compromiso". Entendámosla como riesgo y participación, desde las obras y como ciudadanos, ámbitos que comulgan con los insoslayables rigores del cuestionamiento y la crítica cuando se imponen con la misma fuerza que el derecho a ser escuchados. Escritores y artistas, comprometidos con una realidad que muestra tantas interrogantes como posibles respuestas, no podemos soslayar la responsabilidad que nos reclama, ni esperar ordenanzas para ocupar nuestro sitio, que es el de las respectivas obras, con sus complejidades, con la indagación y el experimentalismo que les dan razón y motor.

Un escritor notable por su humor, pero también por un nihilismo feroz, respondía la carta de un lector que en una contingencia lo instaba a participar. Como después le subvertiría los argumentos, comenzó con un sofisma: "Ya sé, estamos en tiempos cruciales, como todos los anteriores." Pero quienes vivimos paso a paso y sin olvidos, sabemos cuándo lo crucial es imperioso y cuándo lo manipula un quehacer rutinario que, sin proponérselo, banaliza hasta los más sagrados contenidos. Hoy los cubanos estamos, precisamente, ante dilemas que no permitirán decisiones ni actuaciones erráticas, pero tampoco sofismas. La nuestra es una encrucijada que nos impugna, abocados a cambios en los que se arriesga algo más que metáforas. No se le puede esquivar, sino "meter el hombro". En esos asuntos pensé cuando me vino el honor de la tierra generosa.

La grandeza de la cultura cubana es innegable. Lo saben hasta quienes desean quebrarla. Pero sin un diálogo diáfano y directo con todas las partes que la integran, dentro o afuera del territorio, está incompleta. Las referencias deben cruzarse como los puntos que confirman sus vínculos sanguíneos, en un ámbito respetuoso e inclusivo. La necesidad de un esfuerzo por borrar esas diferencias ha ganado fuerza de convencimiento en muchos de nosotros, por el bien y la salud de una cultura en la que palpitan las obras de todos los cubanos. Si ese diálogo habrá de ocurrir, sin dudas, como el acercamiento de fragmentos a su imán, rebajemos los escollos, reales o subjetivos. No es la primera vez que la Nación exige la unión de sus partes, las distancias y los acercamientos constituyen avatares cíclicos desde los tiempos vividos por el poeta fundador José Martí, hombre-bisagra entre las alas en que pareció romperse el sostén de la Patria.

El jubileo del libro en la feria saldrá de esta plaza, de los estanquillos y llegará a los hogares. Tenido como nuestro acontecimiento cultural más trascendente, lo es porque alcanza una continuidad imprevisible, no mediata, sino colocada en horizontes de generaciones. Un grande de la poesía, Quevedo, en el pórtico de su libro Los sueños advirtió: "Nadie sabe en qué manos irá a parar este libro". Tenía razón don Francisco. La comprobación forma parte habitual de estas ferias, cuando vemos a un niño escoger los tomos que armarán la base de su conocimiento. El camino de cada libro en sus manitas es una flecha lanzada al futuro. Esto no añade solemnidad al acontecimiento, sino alegría. Los pasos del libro y del niño responden a un ritmo de andantino esperanzador.

Este año arribamos al centenario de un enorme poeta nacido en nuestro país, José Lezama Lima. Ejemplo de estoicismo frente a los zarpazos de la intolerancia, Lezama se aferró a una comprensión de la literatura como vocación y destino. Lo mismo hizo al profundizar estudios de nuestra poesía en tomos amorosos y definitorios. Ya nos ocupa un gran empeño editorial para que toda su obra sea leída, que la posean quienes la conocieron antes y quienes por primera vez escucharán el nombre del poeta. Porque fue mi amigo, esta tarde evoco su grandeza de cubano y de intelectual, de escritor que convirtió en poesía hasta las piedras que le pusieron en el camino. A Lezama, símbolo de dignidad y resistencia intelectual, dedico el reconocimiento que me otorgan.

Palabras a propósito de la inauguración de la 19 Feria Internacional del Libro.

(Tomado de La Jiribilla. Foto: La Jiribilla)