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Las calderas del miedo

miedo3Desde aquellos días lejanos de 1898 en que tuvo lugar el nacimiento del imperio estadounidense y su debut en la arena internacional, el miedo a oscuros peligros provenientes del exterior y la necesidad de unidad nacional y apoyo al presidente de turno para enfrentarlos, han sido el combustible que mueve la maquinaria nacional y el aglutinante de emergencia cuando desde lo profundo brotan fracturas y divisiones sociales.
Revisar la historia de las políticas y discursos presidenciales, desde aquellos del “Caballero cristiano” que fue William McKinley, hasta los del “Cristiano renacido” que es George W. Bush, equivale a asomarse a la  exacerbación continua de los miedos profundos de la nación, y de la manipulación canallesca e inmisericorde de los pánicos y las fobias de una sociedad carente de información fidedigna y de cultura política.
Los miedos en manos de los políticos norteamericanos, se enarbolan cíclicamente ante el ciudadano como los estandartes de vivos colores se usan para reagrupar a las tropas en medio de un combate, o las banderitas  se agitan para obligar a reunir a una bandada de palomas en estampida. Nada como la promoción del miedo cerval ante inminentes ataques y hecatombes para consumar un ciclo que mucho recuerda a las fases de excitación de aquel célebre perro de Pávlov, solo que a una escala nacional, incluso mundial. Y nada como los tiempos de incertidumbre que rodean a las crisis para obligar a los espantados ciudadanos a arrojarse  en los brazos de los salvadores y protectores de turno, y a estos a su vez, obligados por sus elevados deberes ante la patria y el futuro de la nación, a pedir mayores presupuestos para la seguridad y la defensa destinados, no a enriquecer al Complejo militar-industrial, claro está, sino a velar el sueño de los Estados Unidos.
Pero en honor a la verdad este recurso no pertenece por entero a los políticos norteamericanos, solo que pocas veces antes y después ha sido instaurado y explotado de manera tan sofisticada y reiterada como en ese país, al extremo de constituir la plataforma bipartidista de la movilización nacional. Ya en febrero de 1956 aquel brillante ideólogo del fascismo italiano que fue Julius Evola publicaba un artículo titulado “Las hordas de Gog y Magog” donde describía la naturaleza informe de los peligros y amenazas que todo estadista conservador y autoritario debía agitar ante sus conciudadanos para mantenerlos bajo control.
“La esencia de todo esfuerzo civilizador y de todo Estado verdadero-escribía- consiste en dar una forma superior a aquello que en la humanidad resulta informe, instintivo, sub-personal, salvaje, ligado al elemento masa, materia y número: por lo tanto consiste también en cerrarle los caminos a aquellas fuerzas que, libradas a sí mismas, producirían tan sólo destrucción y caos. Sin embargo, aun frenadas, estas fuerzas subsisten siempre, como una amenaza latente, por debajo de las diferentes instituciones informadas por un principio de jerarquía, de orden, de justicia, de espiritual autoridad.”
Para Evola, tales peligros, simbolizados en las hordas de Gog y Magog ya descritas en la Biblia, no solo pueden provenir del exterior, sino también de lo profundo de las propias naciones civilizadas, más o menos lo mismo que quiso decir aquel célebre asesino en serie que fue Mason cuando cerró su alegato ante el tribunal que lo condenó a muerte vaticinando a los aterrados burgueses que le oían que a quién debían realmente temer era a sus propios hijos adolescentes, que vendrían sin falta por ellos. Se trata según la palabras de Evola, … “ del  sustrato oscuro, demoniaco, salvaje que, encerrado dentro de las formas de una superior civilización y de un gran Estado, está siempre listo para volver a brotar, a emerger destructivamente en cada momento de crisis.” Y como crisis son las que sobran por estos días, pues ¡a mantener encendidas y al tope, a como dé lugar, las calderas del miedo!
Una sucesión de extraños acontecimientos, realmente inesperados y alguno absurdos, pero que puestos en contextos obligan a una lectura escalofriante y perturbadora, han llenado por estos días las páginas de los principales diarios del mundo, desplazando de los titulares a las guerras, las hambrunas, los peligros del cambio climático, la crisis mundial y el desempleo.
Una pareja de desconocidos se cuela en la recepción con que la Casa Blanca agasajaba al Primer Ministro de la India y se fotografía impunemente con la elite de una nación supuestamente asediada por astutos enemigos jurados; un fantasmagórico “ciber-ejército iraní” toma la red social Twitter, que cuenta con información personal de más de 300 millones de personas de todo el mundo, y clama ser quien dirige Internet mientras publica mensajes contra Estados Unidos; una perturbada mujer italo-suiza salta sobre el Papa durante la misa de Navidad y provoca fracturas al cardenal Etchegaray, y por último un nigeriano en vuelo de Amsterdam a Detroit, logra introducir en el avión unos explosivos, con fines terroristas. En todos los casos, pasado el escalofrío que por fuerza ha de haber recorrido la espalda de los pacíficos lectores de los diarios, se anuncia la revisión y reforzamiento de las medidas de seguridad en medio mundo, y en consecuencia, se emite el consabido cheque en blanco a favor de los salvadores y protectores de turno.  Y para cerrar con broche de oro,  por los mismos días finales del año que antecede un 2010 de elecciones de  medio término en Estados Unidos, donde el miedo, claro está, será actor principal de la contienda, el discurso claudicante del presidente Obama al recibir el Premio Nobel de la Paz en Oslo, donde afirmó, con palabras casi idénticas a las de Julius Evola:
“No nos engañemos: la maldad existe en el mundo… En ciertas ocasiones, el uso de la fuerza puede no ser un llamado cínico, sino el reconocimiento de la historia, de las imperfecciones humanas y de los límites de la razón”
Miedo y más miedo. Miedo a lo interno y a lo externo, miedo a la vida, miedo a la razón que salva del miedo, y miedo al propio hombre, por sus imperfecciones irremediables. Y la violencia, el armamentismo, la represión y las guerras como remedio, y claro que por casualidad, y como cierre de este ciclo, fabulosas ganancias económicas para el Complejo militar-industrial y sus eternos aliados, los políticos conservadores, que se mueven como pez en el agua por las turbias corrientes del terror.
Y por si fuera poco, astutamente se deja, en la mayor oscuridad, las verdaderas causas de las guerras, no se mencionan las injusticias ni la desigual distribución de las riquezas, las consecuencias del saqueo colonial e imperialista, la exacerbación del egoísmo, la violencia y las ambiciones derivadas del “vale todo” de la sociedad de consumo.
Oliver North, un alabardero del movimiento neoconservador norteamericano, esa especie de club de  fogoneros  que mantienen siempre encendidas las calderas del  miedo, ha introducido una nota jocosa en esta carrera del pavor. En el portal electrónico Townhall.com publicó el pasado 18 de diciembre su artículo “Be Afraid, Very Afraid”, destinado a “demostrar” que son los demócratas quienes desde la época turbulenta de Franklin Delano Roosevelt hasta la actual administración de Obama, quienes han hecho del miedo una herramienta política.
“El pasado  16 de diciembre, Mr Obama declaró por la televisión-afirma Oliver North-que “si su proyecto de ley sobre la salud pública no fuese aprobado… el gobierno federal irá a la bancarrota, ya que el sistema de salud (vigente) consumirá todo su presupuesto”. Después de recordar que Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, acaba de ser seleccionado por la revista Times como “El hombre del año”; que Obama lo fue el pasado año, y Franklin Delano Roosevelt, en 1932, aquel mismo Oliver North del escándalo Irán-Contra termina sugiriendo que se cambie la metodología para este premio. “El de “Hombre del Año” es inadecuado para el flamante Premio Nobel. Mr Obama debería ser nombrado “El Hombre del Miedo”.
Y después hay quien afirma que los neoconservadores, voceros predilectos del imperialismo norteamericano en los tiempos posteriores al fin de la Guerra Fría, carecen de sentido del humor.