- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

Bebo en la memoria y Chucho al doblar

Bebo y Chucho Valdés

La misma pared frente a la cual me encuentro ahora disponiendo los recuerdos en forma de palabras, sirvió de fondo al piano alemán que mi madre había decidido adquirir a plazos en una tienda de la calle Belascoaín llamada La Predilecta, desde que descubrió que yo, valiéndome de mi vieja guitarra y sin la menor noción acerca de cómo llevar la música al pentagrama, había empezado a componer canciones y, de la mano de ellas mismas, había entrado a frecuentar nuevos ambientes donde no sólo era aceptada como "una compositora nueva que es maestra"  sino que me había dado el lujo de pasar airosa por el ojo -más fino que el de una aguja-  por el oído y el verbo, de César Portillo de la Luz.

Una noche muy fría, en enero de 1957, conocí a varios de los compositores que se agrupaban en Musicabana, una modesta editora empeñada en abrir camino a la música cubana sin tener que dejarse explotar por los consorcios americanos. Estos autores -ya exitosos-, encabezados por Giraldo Piloto, comenzaron a visitar mi casa y, un día, pidieron permiso a mis padres para efectuar allí una reunión destinada a seleccionar, de entre las composiciones de todos -incluyéndome a mí- repertorio para el disco de larga duración que lanzaría, en calidad de solista, a Fernando Álvarez, quien se había ganado esta oportunidad a partir de la resonancia obtenida en el mercado "vitrolero" con el bolero Ven aquí a la realidad, de Ernesto Duarte. Mis padres, honradísimos, abrieron las puertas al personaje que traería consigo la misión de aceptar o rechazar las ansiosas y emotivas propuestas que entonaríamos los autores. De esta manera, hizo su entrada en mi casa y en el reino de mis recuerdos, Bebo Valdés.

Todavía no acierto a explicarme qué resortes me movieron a vencer la timidez y pienso que, por una parte, el cariño y el sentimiento protector de mis queridos colegas; por otra, la fiereza con que se arma el espíritu cuando se trata de someter a cualquier prueba a una criatura propia y, finalmente,  gracias a la poderosa carga espiritual y la noble manera de ejercer su ingrato papel, que caracterizaban al ilustre visitante, se hizo posible el milagro y dos de mis boleros -No es preciso y No te empeñes más- me dieron entrada, de la mano de ese músico reconocido ya entre los grandes, en el camino profesional.

Bebo Valdés visitó de nuevo mi casa a los pocos días sin presentir que, al cabo de más de medio siglo, yo estaría narrándoles a los demás este episodio. Aquel hombre distinguido y caballeroso -como se decía entonces-, se sentaba al piano y, despojado de toda arrogancia, me invitaba a tomar la guitarra e irle cantando poco a poco cada canción, mientras  anotaba melodía y acordes con toda fidelidad, en una actitud humilde y respetuosa que, al colocarme en  posición de igual a igual, me hacía sentir sobrecogida a la par que me resultaba aleccionadora. Ya en el proceso de grabación, así como en aquellas presentaciones radiales en vivo de su orquesta, en las que se programaba alguna de mis composiciones, tuve siempre, gracias a su amabilidad, el acceso libre a ensayos y trasmisiones con público.

Fue una de esas tardes, en un memorable estudio de Radio Progreso, cuando se me acercó y, señalando a un joven altísimo, muy delgado, con unos dedos enormes, me dijo: "Ven para que conozcas a mi hijo. Tiene dieciséis años"-. No era necesario disponer de una imaginación fuera de lo común: con toda seguridad,  el talante de aquel muchacho calladito, investido de buenas maneras -como corresponde- así como aquellas manos que no se alejaban del teclado ni siquiera para gesticular, anunciaban al  músico que no se haría esperar por mucho tiempo. Me senté a su lado en la banqueta del piano, entablamos conversación y me confesó que había compuesto un preludio. No se hizo de rogar cuando le pedí que lo tocara, y me regaló ese momento sin imaginar con qué cariño, al pasar el tiempo, cuando ambos fuéramos estos Valdés y no aquéllos, conservaría yo intacto entre los más tiernos recuerdos de mis primeros tiempos en la música, el privilegio de semejantes audiciones  exclusivas.

Muchísimos años después, visité a Chucho en su residencia para hacerle entrega de unas grabaciones viejas que le había copiado y no pude resistir la tentación de recordarle aquellas tardes en los ensayos donde me había dado a conocer su preludio. Cuál no sería mi sorpresa, al ver que se sentó al piano y, en un alarde de memoria, volvió a tocarlo -tal como entonces- y de nuevo para mí sola.

Pasaron más años todavía, entramos en otro siglo y la vida me dio la oportunidad de un reencuentro con Bebo Valdés, en los Festivales de Otoño de Madrid. Coincidíamos entonces, en ocasión de presentarnos en concierto, yo con motivo de la presentación del disco dedicado a mis canciones que había grabado con el pianista español Chano Domínguez y su trío; él, para ofrecer las primicias del trabajo que estaba preparando con Diego el Cigala. No me cabía la menor duda de que, al encontrarnos, saldrían a flote, intactos, los lazos que nos unieron desde los primeros tiempos. Una nueva razón se sumó a la alegría, luego de la emoción del abrazo, cuando el legendario músico cubano confesó, en público, que aquella tarde-noche en que visitó mi casa por primera vez lo había hecho investido de poderes tales, como director musical del sello discográfico donde grabaría el intérprete, que el primer gran paso en mi ya largo camino había dependido de una palabra suya. Por suerte, su impresión había sido la mejor, al extremo de haber seleccionado más de una composición de aquella "muchacha nueva del Reparto Almendares" pero, no obstante el largo tiempo transcurrido desde entonces, su afirmación, verdaderamente estremecedora, hizo que se duplicaran mis razones para mantener su recuerdo guardado en ese sitio de la historia propia donde arropamos lo más frágil y protegemos lo verdaderamente venerable.

Juntos para siempre -no faltaba más- padre e hijo se alzan en medio de la gloria que hoy festejamos, a propósito del Premio Grammy obtenido por ambos.  A Bebo, maestro en "el arte del sabor", le he dedicado mis mejores deseos mientras me deleitaba escuchando sus discos esta mañana de domingo. A Chucho lo abrazaré como de costumbre y con más razón todavía, cuando vuelva a encontrarlo en cualquier sitio, o al doblar.

Almendares, 8 de noviembre de 2009

Bebo y Chucho Valdés en el Jazz Voyeur Festibal / 2008

Bebo y Chucho Valdés en el Jazz Voyeur Festibal / 2008

Bebo y Chucho Valdés en el Jazz Voyeur Festibal / 2008


[1] Escrito para Cubadebate, a propósito del Premio Gramy otorgado, en la categoría "mejor álbum de jazz latino" al disco Juntos para siempre, de Bebo y Chucho Valdés.

Juntos para siempre, encuentro en Nueva York