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El Che que conozco

Luego de mi arribo a México D.F., en febrero de 1956, mi primer encuentro con el Che fue en el gimnasio, en Bucareli No. 118 entre General Prim y Lucerna, donde asistíamos como parte de nuestro entretenimiento y preparación para la expedición del yate Granma. Él, médico argentino, exiliado también, venía de Guatemala. Asmático fuerte, con su inhalador en el bolsillo. Siempre vestido de traje color carmelita, afable, compartía con nosotros los ejercicios y los juegos. Después se marchaba para el hospital donde trabajaba. 
Posteriormente lo encuentro en el rancho Santa Rosa, en Chalco, donde pasamos un entrenamiento más riguroso en contacto directo con un territorio agreste, donde él tenía las funciones de jefe de personal, sin que por ello fuera excluido de sus deberes de entrenamiento, las marchas, las guardias y la atención a los enfermos.   Volvemos a compartir, presos, en la cárcel Miguel Schultz No. 27,
acusados de violar las leyes migratorias de México y él amenazado con ser deportado a Argentina.  
Hacemos juntos la travesía rumbo a Cuba en el Granma, donde lo veo
atender a los afectados por el mareo cuando se lo permite el asma que lo ha atacado con fuerza.   
A partir del desembarco en Las Coloradas, el 2 de diciembre, nuestra vida en común de guerrillero queda marcada por tres hechos trascendentales: cuando nos sorprenden en Alegría de Pío lo encuentro herido en el cuello y lo llevo conmigo hasta el reencuentro con Fidel en Cinco Palmas; en la emboscada a los soldados de la tiranía en Llanos del Infierno, el 22 de enero de 1957, dio prueba de arrojo, valor y osadía al salir de la trinchera para ocupar el fusil y la canana de un soldado enemigo derribado, arma que después, previa consulta con Fidel, me entrega en gesto de delicadeza que a todos nos emocionó. Finalmente, cuando, como médico, queda a cargo del cuidado de los que resultamos heridos en el combate de Uvero, el 28 de mayo de ese mismo año.
A estas vivencias pudiéramos añadir la emoción que sentimos cuando lo hicieron Jefe de la Columna Cuatro y Fidel lo nombró Comandante, los graves e importantes momentos compartidos en el enfrentamiento a la ofensiva de la tiranía en julio y agosto de 1958 y la alegría al encontrarnos en Camagüey, el 5 de enero de 1959, derrotada ya la tiranía, cuando vengo con Fidel hacia La Habana. 
Vinieron después los días, semanas y meses convulsos de la Revolución, organizando el nuevo Estado socialista, donde el Che desempeñó importantes misiones, hasta su salida definitiva hacia otras tierras del mundo, primero a África y después a Bolivia.  
Junto a la admiración que siento ante sus cualidades como revolucionario, guerrero, dirigente y como persona, se ganó también mi más profundo sentimiento de amistad, compañerismo, hermandad, cariño más sincero y respeto. Este es el Che que conozco, porque, como dijera Fidel, de Ernesto Guevara nunca se podrá hablar en pasado.