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Las bases norteamericanas en Colombia: Razones para sentirnos amenazados

Una base militar en el territorio de cualquier país es siempre motivo de justa preocupación. No importa que se diga, como ahora lo hace Hillary Clinton al defender la presencia militar norteamericana en Colombia, que no son bases militares  permanentes, o que son para combatir a terroristas y narcotraficantes, o que será el gobierno de Bogotá quien tendrá el control y mando, o que no servirán de puente para acciones agresivas y ofensivas contra terceros países.

Todo lo que pueda decir la Clinton para llevar un poco de tranquilidad a los pueblos de América Latina y al mundo, e intentar justificar el acuerdo con Colombia, no es creíble. Las lecciones de la historia la desmienten.

Cada vez que los gobiernos de Estados Unidos han impuesto o han negociado un acuerdo para establecer una base militar en otro país lo han hecho acompañando un lenguaje edulcorado, hipócrita y falso tratando de hacer creer que su acción va dirigida a beneficiar a otros pueblos.

Todos sabemos que Estados Unidos no tiene amigos, sólo intereses. Eso lo dijo John Foster Dulles en medio de la guerra fría. Ha sido una de las pocas verdades que han salido de la boca de un imperialista.  Todo lo que ha hecho y hace el Imperio ha sido en función de sus intereses económicos, militares o políticos.

En virtud de la Enmienda Platt como apéndice a la Constitución de Cuba en 1901, impuesta por la fuerza al pueblo cubano, Estados Unidos se arrogó el derecho de establecer bases carboneras y navales en nuestro territorio. Y, entonces, nació la Base Naval de Guantánamo que más de un siglo después sigue ahí, en contra de la voluntad del pueblo de Cuba, y que ha sido un puñal clavado en nuestro corazón. La Enmienda Platt fue derogada en 1934 por el gobierno de Roosevelt, llevado entonces por su doctrina del New Deal (Buen Vecino) e intentar dejar atrás la imagen de la política del "gran garrote" en América Latina. En un nuevo tratado con Cuba, sin embargo, Estados Unidos conservó sus derechos en relación con el territorio usurpado y ocupado en Guantánamo, y se estableció que "esos derechos persistirán en tanto Estados Unidos no abandone dicha estación naval y mientras los dos gobiernos no acuerden alguna modificación de los mismos". Cesó, pues, la Enmienda Platt, pero continuó la presencia militar norteamericana en Cuba.

La base naval de Guantánamo que, según se dice no tiene ya ningún valor estratégico, ha sido centro de amenazas, hostilidad y provocaciones, y el presidente Bush la convirtió en un campo de concentración donde han permanecido presos, sin derecho a procesos judiciales, sometidos incluso a torturas, centenares de sospechosos de acciones terroristas.

¿Podrá ocurrirle lo mismo, en el futuro, a Colombia con los tratados que ahora se negocian con el Imperio? Habrá que esperar diez años que es el plazo que, según informes de prensa, tendrá el acuerdo que pretende firmarse por Uribe y el gobierno de los Estados Unidos. O quizás dentro de diez años se pretenda ratificar tal acuerdo y añadirle nuevas condiciones onerosas para la soberanía de Colombia. Eso puede ocurrir, y también cualquier otra cosa insospechada.

Estados Unidos tiene 750 bases militares en 50 países. Quien sostenga que ese reguero de instalaciones militares es para garantizar la paz en un país, en una región o en el mundo, falta a la verdad. Las bases de Estados Unidos, por el contrario, constituyen una amenaza a la paz y a la estabilidad de países, regiones y el universo.

Las bases son fuente de intensificación de tensiones.

Venezuela, Ecuador y otros países vecinos de Colombia tienen suficientes razones para sentirse amenazados por este acuerdo que hará posible el incremento de las fuerzas militares de Estados Unidos en territorio colombiano.

El presidente Uribe, en fin, lo que hace es abrir una puerta a la expansión norteamericana, para que esa fuerza agresiva e imperial caiga una vez más sobre nuestras tierras de América. La historia también tendrá que juzgarlo por este acto irresponsable y contrario a los ideales de Bolívar, Sucre, Martí y otros próceres, y a los ideales de independencia, integración, cooperación y paz que guían hoy los combates  de los países de la Alianza Boliviariana para América (ALBA).