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Ni la SIP ha podido quedarse callada

Lo que le pasa a los medios de comunicación y a los periodistas en Honduras es tan monstruoso que hasta la Sociedad Interamericana de Prensa, que congrega a los dueños de publicaciones del continente, ha tenido que abandonar su tradicional silencio ante golpes de Estado similares ocurridos en el pasado siglo en América Latina.

Ese silencio, muchas veces, equivalía a un tácito apoyo a los perpetradores de tales siniestros golpes.

Tratando de acomodarse a los nuevos tiempos que corren en el continente, donde ya no es posible que pasivamente se acepten imposiciones y arbitrariedades, y menos aún se justifique la violencia o la fuerza extrema de sectores poderosos, como acaba de ocurrir en Honduras, la SIP ha emitido un comunicado, en cierto sentido sorprendente, que condena "las limitaciones a la labor de medios de comunicación y periodistas en el marco de la destitución ayer del presidente de Honduras, Manuel Zelaya".

Claro, a la vid no se le puede pedir que produzca peras. El lenguaje que utiliza la SIP en ese comunicado es muy cuidadoso y respetuoso hacia los militares gorilas y los grupos de la oligarquía que han perpetrado el artero golpe contra el presidente constitucional de Honduras.

La SIP hace un llamado, por ejemplo, "a las nuevas autoridades hondureñas para que respeten irrestrictamente la libertad de prensa". Si no han sido capaces de respetar la Constitución de Honduras, la cual han pisoteado y desconocido, cómo puede esperarse que puedan respetar la libertad de prensa. Ni siquiera la libertad de prensa al servicio de los grupos del poder burgués y oligárquico que es la que defiende la SIP.

El comunicado de la SIP tiene información de algún valor:

*Reconoce que los militares hondureños han suspendido las señales de radio y televisión estatal, así como de otras cadenas internacionales privadas.

*Reconoce también varios hechos y agresiones registrados en contra de periodistas e instalaciones físicas de algunos medios de comunicación.

*Expresa que la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (CONATEL) prohibió a empresas de canales por cable la emisión de sus señales. Por esta medida habrían sido afectadas la recepción de las transmisiones de CNN Español, Telesur y Cubavisión Internacional.

*Se hace eco de la agresión contra uno de los reporteros gráficos del periódico El Heraldo, de Tegucigalpa, que cubría una manifestación frente a la Casa Presidencial.

*Consigna, además, que en San Pedro Sula, efectivos militares visitaron las instalaciones del periódico El Tiempo y las de Canal 11 en esa ciudad y habrían ordenado el cese de trasmisiones con declaraciones de funcionarios del destituido gobierno de Zelaya.

Luego de este comunicado de la SIP, la situación en Honduras tuvo un desarrollo más violento aún. El ejército reprimió salvajemente al pueblo frente a la Casa Presidencial. A través de Telesur pudimos seguir la valiente cobertura sobre la resistencia del pueblo y la represión. Los militares hondureñas amenazaron al equipo de periodistas de Telesur y, finalmente, los arrestaron. En el equipo de Telesur estaba la periodista Adriana Sivori, enviada especial a Honduras, a quien le impidieron transmitir informaciones sobre los hechos en Tegucigalpa. Les quitaron el teléfono satelital, sus pasaportes, y se los llevaron a un lugar desconocido.

¿Puede esperar que la SIP emita un nuevo comunicado condenando este atropello contra esa periodista, ese atentado a la libertad de prensa?

No nos hagamos muchas ilusiones porque Telesur no es un medio al que la SIP defiende. Todo lo contrario.

Desde que la SIP se convirtió en un instrumento del imperialismo en la guerra fría, es decir hace más de sesenta años, no hubo déspota, golpe de Estado o intervención militar norteamericana en América Latina que no tuviese el apoyo de esa organización de dueños de periódicos y revistas. La SIP tenía en el campo de los medios de comunicación del continente un papel similar al de la OEA. Era como su hermana, y siempre hacía lo que le ordenaban la Casa Blanca y el Departamento de Estado.

Los tiempos, ciertamente, son diferentes. No es que la SIP desobedezca las instrucciones que recibe de Washington, sino que intenta evitar que su imagen se deteriore, más de lo que ya está, ante los pueblos de América Latina que, aguerridos e indetenibles, luchan por la conquista y consolidación de su verdadera independencia, libertad, autodeterminación e integración.

Repito: no nos hagamos muchas ilusiones. Como la OEA, la SIP es un cadáver insepulto. Haga lo que haga. Use el lenguaje que use. Su historia de infamias no la salvará jamás ante los ojos de América Latina. Está, en fin, putrefacta.