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Honduras: La imparcialidad culpable

Crisis en Honduras.  El presidente José Manuel Zelaya Rosales ha desatado los demonios en un país con una brillante hoja de instrucción de militares fieles a los mandos de las excelsas academias ubicadas mucho más allá del Norte de su geografía; militares con un avatar de histórico “servicio a la patria”, que los llevó a gobernar durante 18 años los destinos de Hondura y derrocar entre 1956 y 1972 a tres presidentes elegidos constitucionalmente por el pueblo.

Puede que, para algunos, nada había cambiado bajo el sol que baña la selva hondureña, excepto que la imagen de pobreza y desamparo agudizada por años de inducida violencia contra pueblos hermanos y de desastre económico neoliberal sumado a los naturales, haya calado muy hondo en la limpísima biografía de un hijo de la oligarquía de terratenientes y empresarios cuya exclusiva educación religiosa lo llevó a actuar consecuentemente, desde la cima del poder, para luchar contra la pobreza y buscar una alternativa de vida mejor para su pueblo.

El presidente Zelaya no tiene perdón. Ha cometido un crimen que lo invalida: se ha reconocido hermano de su entorno regional, ha visto en la integración la salvación de su pueblo y, cercano al término de sus cuatro años de presidencia, ha deseado consultar la voluntad popular respecto a la posibilidad de eliminar dialécticamente las trabas que impone la Carta Magna de su país y así  dar continuidad a un proyecto social democrático de inclusión y no de eterna exclusión.

Los mandos militares se alistaron para impedir la consulta al pueblo. Arguyen para ello la imparcialidad y la fidelidad absoluta a un recurso insertado en la Constitución hace pocos días por doctos juristas y parlamentarios con garras enfundadas en seda, de prohibir consultas populares a menos de 180 días del inicio o el término de un mandato presidencial: una camisa de fuerza hecha a la medida del momento.

No es el pueblo hondureño el tributario de la lealtad castrense, sino la amañada letra de una Constitución que ha sido secularmente despojada de su espíritu altruista para ser moldeada justo a la medida de los intereses autocráticos e imperiales, añoranza de república bananera, que Zelaya se ha propuesto desterrar.

Tal vez en las academias militares hondureñas nunca se hayan detenido a enseñar a los cadetes el significado real y simple de la palabra democracia que hoy los subalternos creen defender. Así las cosas, hoy no habría duda alguna sobre cuál de las imparcialidades, les tocarían empuñar en este momento.

La imagen de centenares soldados desplegados por los alrededores del aeropuerto, del Parlamento, de la Corte; la de la certidumbre de fortaleza de instituciones sólidamente “democráticas” que se enfrentan y ponen coto al presunto desorden de un Presidente con respaldo popular, ha sido de pronto acallada en los medios de prensa occidentales.

Esta mañana los europeos amanecieron sin saber si al fin se impuso la razón de los sinrazones que, ante la farsa castrense, salieron a apoyar a su Presidente quien desafiando el silencio de las televisoras y medios de información , con altavoz en mano, salió a la calle y los convocó a unírsele para  entrar a los cuarteles a rescatar las boletas de la consulta. Y lo logró.

Algo diferente está ocurriendo esta noche en Centroamérica. Pero esta Hondura que despierta  ya no es una buena noticia. La imparcialidad de los demócratas y de los mandos castrenses hondureños es la misma de los que gobiernan  los medios de información en el mundo: un pueblo que no es rebaño de los oligarcas, no sirve para titulares.

El llanto de miles de seguidores en todo el mundo del fallecido Rey del Pop y la insuflada trama de misterio que intentan tejer sobre su temprana muerte es mucho más útil para ellos y vende más, que el destino que hoy se decide en un, hasta ayer, oscuro rincón del mundo.