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Reunión en la OEA: Apuesta por la confusión

Respecto a Cuba la actual administración norteamericana parece practicar una formula maquiavélica: “Cuando no puedas o no quieras resolver un entuerto: enrédalo”. Eso fue lo que hizo Obama cuando durante la Cumbre de las Américas expresó el deseo de “un nuevo comienzo en las relaciones con la Isla” sin comenzar nada; esa parece ser la receta de Hillary Clinton para la próxima reunión de la OEA.

Desde 1962 cuando Cuba fue separada de la OEA, ninguna reunión de esa organización había requerido de tantos esfuerzos diplomáticos ni despertado tanto interés como la Asamblea General, que se efectuará en Honduras los días 2 y 3 de junio. La razón es la misma aunque el sentido es inverso: antes se trataba de expulsar a la Isla y ahora de admitirla. Hubo consenso para sacarla y ahora lo hay para reingresarla. La primera vez Estados Unidos fue parte del problema y ahora no lo es de la solución.

La coherencia de Cuba que resistió las agresiones y el bloqueo norteamericano y sobrevivió a la caída del socialismo y al fin de la Unión Soviética, unido al descrédito generado por las guerras sucias y el intervencionismo norteamericano en la región, junto al desastre económico y político derivado de varias décadas de predominio del neoliberalismo y al debut de una hornada de calificados líderes, contribuyeron a la marcha de procesos que, a pesar de la OEA han cambiado la correlación de fuerzas políticas en el hemisferio.

Esas corrientes que forman un arco iris político y desde diferentes ópticas asumen sus opciones de desarrollo y sus relaciones internacionales, incluyendo los vínculos con Estados Unidos, coinciden en la necesidad de reclamar el levantamiento del bloqueo a Cuba y su reinserción en las instituciones hemisféricas, incluyendo la OEA y la Cumbre de las Américas.

La resuelta actitud de los gobiernos que reclaman la reparación de la infamia cometida contra Cuba en 1962, así como las circunstancias creadas por la llegada al gobierno de una administración más sofisticada, que parece tratar de honrar ciertos pronunciamientos electorales sin realizar verdaderos cambios, ha obligado a Estados Unidos a maniobrar e incluso a rectificar ciertos enfoques hacía Cuba.

Después del apoyo recibido por Cuba durante la Cumbre de las Américas en Puerto España, la presión de más de las tres cuartas partes de los estados miembros y los pronunciamientos del presidente Obama, al Secretario General de la OEA, José Miguel Insulza, que no se caracteriza por sus simpatías por Cuba, no le quedó otra alternativa que programar el debate sobre la Isla en San Pedro Sula a principios de junio.

Lo que tal vez nadie previó es que a cuatro días del inicio del conclave, hasta donde se sabe, existen no menos de cuatro proyectos de resolución sobre el mismo asunto, expresión de otros tantos puntos de vista, así como de coincidencia en los fines y falta de acuerdos en las formas. Al entuerto se han sumado los Estados Unidos, que dan un paso adelante al admitir que: “Pueden haber cambiado las circunstancias por las cuales Cuba quedó excluida de la OEA” y dos atrás, al condicionar el diálogo de modo que resulte inaceptable para los cubanos.

Mediante una astuta jugada, a la vez que dan la razón a los países que abogan por la reparación de la injusticia contra la Isla, reconocen la legitimidad de las autoridades cubanas y presentan algo parecido a un espacio de encuentro, Estados Unidos manipula la situación al condicionar el supuesto dialogo a la aceptación por Cuba de la Carta Democrática Interamericana y trata de atraer a sus posiciones a países que si bien respaldan la reparación de la injusticia cometida contra Cuba, preferirían no entrar en contradicciones con Estados Unidos.

Una vez planteado el debate, algunos de los ponentes tendrán la opción de retirar sus propuestas a favor de la norteamericana y, en otra variante países que no desean aliarse con Estados Unidos pueden respaldar la propuesta de Costa Rica de remitir el asunto al Comité Jurídico de la OEA. En ese caso, Estados Unidos pudiera sumarse al país centroamericano y, de subsistir la falta de consenso aparecer un empate, algún estado miembro o el Secretario General pudieran asumir una actitud salomónica y promover una moción de “no acción” que archivaría el asunto.

No obstante, debido a que Cuba ha reiterado que no desea reingresar a la OEA, el ajetreo que carece de significado práctico o relevancia política, asume un valor simbólico. Los países latinoamericanos desean una rectificación que reconozca lo injusto de la separación que, de hecho equivaldría a pedir disculpas a Cuba, no porque ello beneficie a la Isla o influya en su destino, sino para crear un precedente, según el cual la infamia no puede prevalecer.

En cualquier caso, se trata de un adelanto del estilo negociador de esta administración, ante la cual es preciso que todos los países, especialmente aquellos con desencuentros o contradicciones con los Estados Unidos, conserven capacidad y espacios de maniobra para obtener resultados en el enfrentamiento al llamado “poder inteligente” mediante una resistencia también inteligente.

Al menos por ahora, mientras su liberalismo no sea puesto a prueba o remitido, ante el binomio Obama/Clinton el planteo parece ser: talento contra talento.