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CON LAS GLORIAS SE OLVIDAN LAS MEMORIAS

En la medida en que trascurra el tiempo y sean menos los interesados en reivindicar la verdad, se impondrán las nociones ideológicas que, administradas como comprimidos para tarados, explican de modo simplista complicados procesos históricos. La disolución de la Unión Soviética y el fin de su proyecto socialista será un ejemplo del lavado global de cerebro al que la humanidad parece condenada.

En 1953, en el poema La Situación, Bertolt Brecht sugirió que, dado que el pueblo ya no era merecedor de la confianza del gobierno era aconsejable que el gobierno disolviera al pueblo. Nadie sospechó que años después aquella caricaturesca metáfora sería realizada por Boris Yeltsin que, por decreto, sin consulta ni remordimientos, disolvió a la Unión Soviética, el mayor de los estados existentes, ocupante de la sexta parte del planeta y la segunda superpotencia mundial.

La disolución de la Unión Soviética que afectó a un territorio de 22 millones de kilómetros cuadrados, equivalente a la mitad de América, fue el ajuste territorial y geopolítico más impresionante desde que España y Portugal se apoderaron del Nuevo Mundo. En comparación con la decisión de Yeltsin, la anexión de Austria por Hitler, así como  los desmanes atribuidos a Stalin relacionados con la expulsión de los tártaros de Crimea o los alemanes del Volga, incluso la incorporación a la Unión Soviética de Estonia, Lituania y Letonia, parecen anécdotas.

La forma despótica e improvisada como Yeltsin liquidó al país, barrió con sus instituciones y, sin encomendarse a precepto jurídico alguno, declaró a Rusia heredera de la Unión Soviética, creó condiciones para su saqueo.

En un abrir y cerrar de ojos, el patrimonio económico soviético, formado por decenas de miles de empresas, bancos, yacimientos de petróleo y gas, oleoductos, minas, centros de investigación, instituciones de educación y salud, comercios, instalaciones agropecuarias, millones de vehículos, buques y aviones, reservas estatales de todo tipo, así como enormes cantidades de dinero en poder de las empresas e instituciones, pasaron a manos privadas.

Peor suerte corrieron las obras de arte de los museos de todo el país que cupieron en las maletas, las piezas y colecciones de pinturas, incunables, esculturas, joyas, manuscritos, reliquias y antigüedades en poder de organismos y entidades estatales, funcionarios y jerarcas pertenecientes al patrimonio nacional, fueron vendidos en Estados Unidos y Europa a precios de remate.

El proceso se repitió en todas la ex republicas y regiones del inmenso país convertido en una Nación del tercer Mundo con cohetes en la que, como por arte de magia surgieron enormes fortunas y, nutrida por burócratas, aparachits, ex militares y oficiales de la inteligencia, disfrazados de hombres de negocios y neodemócratas, pisaron la escena los nuevos ricos, la burguesía cooptada devenida en clase dominante y la poderosa, inescrupulosa y temible mafia rusa.

Sin apenas restricciones legales, en nombre de la liquidación del comunismo, las enormes fortunas obtenidas de aquel modo engrosaron las arcas de los bancos de occidente y sirvieron para adquirir empresas y acciones, bienes raíces, casinos y prostíbulos, crear redes de tráfico humano, y establecer todo tipo de negocios en la más vasta operación de lavado de dinero de que se tengan noticias.

Abrahan Lincoln pasó a la historia por haber impedido que la Unión Americana fuera disuelta y Yeltsin por hacer lo contrario con la URSS. De haber estado gobernada por la Pasionaria, Estados Unidos hubiera asumido la defensa de vascos y catalanes y cargado contra España y defendido Yugoslavia si en el trono estuviera un Karagjorgjevic. Un presidente norteamericano, Wilson apoyó la incorporación de varios territorios a Serbia para construir Yugoslavia y otro, George Bush le arrebató Kosovo. Los mismos que durante 50 años se reclamaron la unidad alemana, no han abierto la boca para censurar la división de Chipre.

El comunismo y los intereses geopolíticos imperiales y no la preocupación por el destino de ningún pueblo, marcan la diferencia. El relativismo moral que tanto preocupa al Papa Benedicto XVI se desplazó y rige la política contemporánea.