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Y ahora...también Guatemala

Fue otra mala noticia para el presidente George W. Bush la de que, como en casi todos los países vecinos del suyo por el Sur, Guatemala también optó por el candidato presidencial opuesto al que Washington respaldaba en las elecciones del 4 de noviembre.

El candidato de orientación socialdemócrata Alvaro Colom, de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), se convirtió en el nuevo Presidente del país, al obtener el 53 por ciento de votos válidos, contra el 47 por ciento su rival, el general retirado Otto Pérez Molina.

Desde 1954, cuando fue derrocado el coronel progresista Jacobo Arbenz Guzmán, en Guatemala gobernaron dictaduras militares de derecha durante 30 años consecutivos (1954-1986), y luego, de 1986 hasta la fecha, gobiernos civiles también de derecha.

Aunque, en el discurso dedicado a denostar contra Cuba que formuló el 24 de octubre de 2007 el mandatario estadounidense declaró sin ruborizarse que saludaba los éxitos de los países de América Latina que "abrazan las bondades de tener gobiernos democráticos y de libre empresa", nadie ignora que los resultados adversos de las consultas comiciales en la región se han convertido en un grave problema para la Casa Blanca.

La actualidad de América Latina y el Caribe indica que los pueblos de esta parte del mundo han emprendido un curso independentista y  hacia la justicia social por caminos institucionales gracias a que hubo, hace casi cincuenta años, una revolución en Cuba que ha sido capaz de resistir y demostrar la factibilidad de tales logros no obstante la hostilidad de los Estados Unidos de América.

Casos bien aislados ha habido de candidatos electos contra la voluntad del imperio y que no han cedido a sus exigencias de subordinación. Ellos inmediatamente han sido hostilizados, aislados, demonizados, atacados y finalmente derrocados por medio de acciones violentas- abiertas o encubiertas- del imperio.

Las victorias electorales en los últimos nueve años de varios líderes progresistas partidarios de la unidad de la región y de su independencia del vecino poderoso del norte, han estimulado, con el ejemplo, las posibilidades de éxito de candidatos presidenciales con similares ideales libertarios y avanzados proyectos políticos en otras naciones.

Parecía que el imperialismo había hallado la forma para contener los procesos de rebeldía de los pueblos mediante la intensificación de los métodos represivos y de combate con recursos abrumadoramente mayores que aquellos de los que pueden disponer para la lucha armada los revolucionarios del continente a escala de países aislados. Pero los pueblos no habían dicho la última palabra.

En Venezuela, el comandante Hugo Chávez Frías fracasó en un levantamiento armado en 1992 contra uno de los gobiernos de la IV República, pero luego ensayó la estrategia política y, sustentando en su campaña proselitista un programa de inéditas proyecciones sociales, obtuvo, contra todos los pronósticos, la elección presidencial en diciembre de 1998.

Es así como la patria de Bolívar, con el triunfo electoral de Hugo Chávez, despertó las esperanzas latinoamericanas y caribeñas tantas veces pospuestas, y marcó el inicio de la nueva revolución pacífica de las izquierdas y otras fuerzas populares y progresistas en la región.

Luego vendrían victorias de candidatos no respaldados por las clásicas maquinarias políticas representantes de las oligarquías ni por las embajadas de los Estados Unidos en Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Honduras, Panamá, Chile, Haití, Perú, Nicaragua, Ecuador … y ahora Guatemala.

Concientes de que mediante la violencia y las armas solo lograban multiplicar la violencia, el imperio y las oligarquías se consideraron capaces de mantener su dominio mediante modelos de democracia representativa sustentados en partidos políticos regidos por las leyes del mercado y el principio de que gana y manda quien tiene más dinero.

Por medio de elecciones clásicas, fieles a los mecanismos y métodos que las oligarquías criollas habían modelado durante muchos años con vistas a la perpetuación de su dominación, los pueblos han logrado imponer su unidad para llevar al poder a sus líderes, no obstante los enormes recursos movilizados en su contra por Washington y las oligarquías criollas.

Naturalmente, no debe trata de que todos los políticos llevados al poder por los pueblos a despecho de la voluntad de las oligarquías y el imperio les inspiren idénticos propósitos y, mucho menos, que sus triunfos formen parte de un proyecto común para hacer avanzar la historia en beneficio popular.

Simplemente subrayo la novedosa circunstancia de que ya no es en las Embajadas estadounidenses ni en los conciliábulos oligárquicos donde se eligen los gobernantes en Latinoamérica y el Caribe.

A los líderes de movimientos progresistas devenidos mandatarios de sus países, como regla, les inspira el deseo de rescatar la dignidad para sus pueblos y contribuir a hacer realidad los ideales unitarios de los próceres. Pero les amenazan grandes peligros, así en lo interno como desde el exterior, incluidas las amenazas, tentaciones y trampas que ponen a prueba continuamente la firmeza de sus ideales y la fidelidad a sus pueblos, así como los riesgos de ser traicionados por algunos de sus seguidores, seducidos por la ambición o vencidos por el miedo.

La incorporación de Guatemala al listado de "oscuros rincones del mundo" discrepantes del imperio, fortalece las esperanzas y estimula a los pueblos de nuestra América.

El siglo XXI de América Latina y el Caribe está llamado convertirse en el de su segunda y definitiva independencia, y la región en uno de los grandes polos de poder económico y social del planeta.

Noviembre de 2007 .