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Bush detesta a las mujeres

En sus primeros cuatro años de mandato, el señor Bush arremetió contra las damas con todos los hierros. Para que no quedaran dudas de sus intenciones, justo el día de su debut en la Casa Blanca aplicó la llamada regla de la mordaza global y retiró el fondo americano para la planificación familiar internacional.
A partir de ese momento las medidas llegaron como en cascada. En sus meses de estreno cerró una oficina que atendía y promovía algunas iniciativas para las norteamericanas y en su primer presupuesto despojó a los empleados federales de un fondo destinado a la anticoncepción.
Las señales de tal conservadurismo extremo habían llegado bien temprano, con la designación como fiscal general de John Ashcroft, un abogado conocido por sus posiciones en contra de la libre determinación de las mujeres. 
La selección de la señora Patricia Funderburk -fervorosa defensora de la abstinencia como medio de protección- para llevar el Concilio Asesor Presidencial en temas relacionados con la infección por VIH/SIDA le puso la tapa al pomo y lo definió, además, como un hombre bastante pacato.
Pero si el asunto era ganar la bendición del Vaticano, el tiro le salió por la culata. Al difunto Papa Juan Pablo II no le gustó luego el asunto de Iraq.
Tampoco le hizo gracia al mundo la decisión de cancelar la entrega de recursos al Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP), bajo el pretexto de que esta organización promovía la realización del aborto. Muchos en el planeta se preguntaron qué tenía el presidente estadounidense contra las mujeres. Realmente muy pocos pudieron responder, aunque las especulaciones no faltaron. Y el fuego recibió más leña al sumarse otros desmanes.
Mientras se rodeaba dentro del país de jueces celosamente opuestos al control de la natalidad, Mister Bush se alió a naciones como Iraq, Irán, Libia y Sudán para bloquear en Naciones Unidas un acuerdo que promovía la educación de la sexualidad. Por si no bastara, negó a los Estados Unidos la posibilidad de participar en la convención internacional para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, ratificada por 170 naciones.
El verdadero colmo del presidente es que también se opuso a una ley que promovía el desarrollo de programas deportivos para niñas y mujeres. El hombre de la Casa Blanca decidió volver a los años cincuenta, cuando las damas no podían jugar fútbol o básquetbol.
Y la cosa no paró ahí. Ahora terminó otro año -llegó la momento de los recuentos- y resulta que W. y su gabinete siguieron haciendo de las suyas contra cualquier cosa que lleve faldas.
Lo "más vergonzoso del 2005", de acuerdo con la revista feminista "Ms.", es que su gobierno se haya negado, por cuarto año consecutivo, a realizar donaciones apropiadas al UNFPA; y lo más doloroso, de acuerdo con la opinión internacional, que en los días del huracán Katrina, ser mujer, negra y pobre fue la peor tragedia en Nuevo Orleáns, en un hecho que calificaría el solo para botar al presidente de su escaño.
Pero lo más peligroso para norteamericanas y norteamericanos es que los días de la planificación familiar en el Imperio siguen en conteo regresivo. La Casa Blanca prefiere incrementar los fondos para que se potencie la abstinencia sexual, tanto dentro como fuera de EEUU, en lugar de financiar métodos más efectivos para la prevención de embarazos no deseados y, sobre todo, para controlar la infección por VIH/SIDA.
Si alguien no lo cree, que corra a revisar la prensa de este año que se fue. La controversia que se creó en Estados Unidos en torno al anticonceptivo de emergencia Plan B, conocido popularmente como la "píldora del día después" ha sido calificado por los medios de comunicación como "el más ultrajante rechazo a las ciencias".
La polémica surgió cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) rechazó aprobar la venta sin receta médica del anticonceptivo, que sirve para evitar el embarazo hasta 72 horas después de que se hayan mantenido relaciones sexuales.
Aunque varios comités científicos estudiaron la cuestión y recomendaron que se diera luz verde, la FDA se plantó en sus trece. Tal postura produjo una rebelión entre sectores feministas del país, en la que participó incluso la senadora por Nueva York Hillary Rodham Clinton, que criticó que la política pesase más que la ciencia en las decisiones de la FDA.
 La polémica también provocó lo que la revista "Ms." califica como la "dimisión más honorable del 2005": Susan Wood, hasta entonces Directora de Salud de la Mujer de la FDA, renunció a su puesto, seguida, poco tiempo después, por la Comisaria de la FDA Lester Crawford.
Pobres norteamericanas. Y pensar que a Bush aún no se le acaba la cuerda.