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El olvido se lava las manos

La maldad humana puede ser inconmensurable. He escrito en la última semana un par de artículos sobre la zaga de Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, y ambos siguen dando vueltas a mi alrededor, como fantasmas insomnes, tal vez porque he hurgado en el pasado de estos dos con la sensación de quien se asoma a un abismo.
Cualquiera que busque con cierto rigor en la historia de estos asesinos sabe que su mejor aliado es el olvido. Han apostado con total confianza a poner ese pasado a merced de la noticia que mira a los hechos de hoy desconectados del ayer,  en ese lenguaje telegráfico de las agencias de noticias, nublado por adjetivos cómodos, casi tan criminales como los asesinos mismos, que desdibuja la verdad de sus vidas. Bosch y Posada, dicen y repiten los diarios, no son los genocidas confesos que han sido, sino "luchadores anticastristas", "rebeldes", "opositores", "disidentes", "militantes anticomunistas"...
Lo que corrobora la trayectoria de Posada Carriles y Orlando Bosch es algo muy simple: la maldad no es ahistórica. El desprecio al ser humano no comienza un buen día por casualidad para ser un titular de prensa. Siempre hay signos que lo anteceden, hechos anteriores a ese acto de infinita crueldad, partículas de mala entraña donde se puede vaticinar un crimen mayor y que pudieran alertarnos como lo hacen en un terremoto o en un bombardeo el súbito vuelo de los pájaros y la intranquilidad de los perros.
Al igual que la tierra arrasada, que no volverá a ser la que era antes de la sacudida, el criminal no puede despojarse de la bestia que lo posee después de asesinar a sangre fría a una o a varias criaturas humanas, por más que se disfrace de oveja y niegue sus muertos. "¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden/ al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?// Nadie lavará manos que en el puñal se encienden/ y en el amor se apagan", afirman los versos del poeta español, víctima del fascismo, Miguel Hernández.
Desgraciadamente, sí hay un modo de lavar las manos asesinas. El olvido lo hace y, además, entierra a las víctimas, las torna invisibles, las sepulta con la complicidad ajena. "El olvido es la única venganza", decía otro poeta, Jorge Luis Borges. Por eso Posada y Bosch no se cansan de condenar ahora el horrible bombardeo del avión cubano, ocurrido hace casi tres décadas, suficientes años para desestimular a los reporteros que viven de la nota urgente. Muy pocos irán a buscar en el desván de la memoria donde está, bajo un densa manta de polvo, aquel rabioso "NO"  que Luis Posada Carriles, primero, y Orlando Bosch, después, gritaron al periodista de la UPI que les preguntó, tres días después del sabotaje, si ellos condenaban el crimen.