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No todo está podrido en el reino de Bush

Lo ocurrido en Atlanta este martes se sale de lo común. Insólito, no porque después de una noticia que se originó en Estados Unidos, los cubanos nos abrazáramos y nos felicitáramos como si fuera el Año Nuevo o nos hubiera nacido, súbitamente, un hijo a cada uno. Por lo general siempre ocurre todo lo contrario: como diría un ilustre poeta venezolano, "la sombra del águila norteamericana, como la del manzanillo, es mortal", y cada vez que se anuncia una novedad respecto a Cuba desde Estados Unidos, lo que viene después es más dolor, impotencia y rabia.
Ahora es distinto. Gracias a lo que parece un anacronismo, tres jueces decentes hacen justicia. Se han demorado meses que nos han parecido siglos, pero al fin estos tres señores decidieron anular las sentencias y recomendar un nuevo juicio para nuestros compañeros presos en Estados Unidos, después de reconocer que en Miami, capital de la intolerancia y la chusmería, es imposible realizar un proceso justo a personas vinculadas con la Cuba revolucionaria.
Pero probablemente sin tener conciencia plena de ello, ellos han ido mucho más allá en el veredicto. Esta decisión sienta precedente para cualquier futuro proceso en Miami relacionado con la Isla.  Al describir el efecto Miami como "la tormenta perfecta", en alusión a la película The perfect storm que narra el caos después de un maremoto espectacular y la destrucción de una embarcación, nos describió una ciudad esquizofrénica, de otro planeta, que no se subordina más que a leyes maceradas en el odio y el sentimiento de venganza.
La decisión sorprendió a todo el mundo, de un lado y del otro del estrecho de la Florida, porque nos hemos acostumbrado a que jamás sea noticia que en Estados Unidos un tribunal dicte sentencia a favor de Cuba u otros países pobres, casi todos inscritos en la larguísima lista de enemigos. Lo más cercano a lo que pudiera parecer una disculpa, generalmente la conocemos medio siglo después de que el Ejército o la Marina o la CIA, o todos ellos juntos, hayan cometido la fechoría.
Y a veces, ni eso. Jamás han mostrado arrepentimiento por las bombas de Hiroshima y Nagasaki, y deben faltar unos 30 ó 40 años para que tal vez se oiga una excusa por las guerras sucias emprendidas desde aquella gran guerra sucia que fue la usurpación del territorio mexicano. Tampoco estos cruzados defensores de los valores humanos se han mostrado ni siquiera conturbados ante la evidencia de que, para salvar los sagrados valores occidentales, Posada Carriles, Bosch y otros asalariados de la CIA han matado a cuanto cubano sospechoso del delito terrible de vivir en la Isla, se les haya atravesado en el camino.
Es extraordinario lo que han hecho estos tres jueces. Asombroso y esperanzador, pero no solo por la posibilidad, más cercana ahora, de que nuestros valientes compañeros regresen a casa. Es esperanzador porque estos magistrados, que no conocen y probablemente tampoco quieren a Cuba, prueban que no todo está podrido en la entraña imperial.