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Heraldos de la Buena Nueva

 (Palabras pronunciadas en el acto de entrega de los Premios de Periodismo José Martí y Juan Gualberto Gómez)

 

Eliades Acosta

Hace hoy exactamente una semana, fue otorgado en Washington, capital postmoderna del Imperio global, el más importante premio anual del American Enterprise Institute, implacable lobby de las corporaciones que, hoy por hoy, y mucho más bajo el segundo mandato de Bush, dominan la economía, la política, la cultura y los sueños de una buena parte de la Humanidad.

Esta importante distinción denominada Irving Kristol, cuyo monto en metálico se mantiene celosamente en secreto, pretende honrar en vida al fundador del movimiento neoconservador norteamericano, destacamento de vanguardia de la contrarrevolución mundial. El Premio Irving Kristol, en la práctica, actúa como una especie de "Letra del Año" allí donde, como suele ocurrir en el seno de todo imperio que tome en serio su poder, los augurios, profecías y predicciones  juegan un papel de primer orden.

Los oráculos del American Enterprise Institute han pronunciado sus profecías ideológicas y culturales para  este año, y lo han hecho ante un auditorio de más de 2000 invitados, al conceder, en presencia del vicepresidente de los Estados Unidos, Dick Cheney, el presidente del American Enterprise Institute, Christopher De Muth, y el ex presidente español, José María Aznar,  el Premio del 2005 a Mario Vargas Llosa, notable escritor peruano y político minúsculo, aspirante derrotado a la Presidencia de su país, émulo decadente de Bernal Díaz del Castillo, enviado, hace apenas unos meses, a levantar la crónica de la ocupación y destrucción de Iraq, en un intento por maquillar el monstruoso rostro ensangrentado del Imperio.

 

En efecto, por boca de Vargas Llosa, su amanuense de lujo, ha hablado el Imperio, advirtiéndonos que está decidido a transformar lo que hasta hace poco era una impopular guerra global destinada, supuestamente, a barrer de la faz de la Tierra al terrorismo -no importa si barriendo, de paso, milenios de  historia universal-; masacrando niños, ancianos y mujeres; rematando heridos y torturando prisioneros -en lo que se aspira sea una guerra popular por la libertad y la democracia, contra las tiranías y los totalitarismos de cualquier signo-; decidiendo, por sí y ante sí, a quiénes tildar de esta manera, preferentemente, a los que se oponen a los intereses geopolíticos del propio Imperio, aunque sea en el terreno en litigio de las patentes industriales o de los medicamentos para  detener el avance del SIDA.

 

"El fundamento de la libertad  radica en la propiedad privada y el imperio de la ley - acaba de declarar el feliz homenajeado-. Este sistema -se refiere al capitalismo- garantiza la menor cantidad posible de injusticias, genera la mayor  suma de progreso cultural y material; es el que previene más efectivamente la violencia y crea el mayor  respeto por los derechos humanos".

 

Puestas en perspectiva, estas declaraciones se combinan perfectamente con las  expresadas por el propio presidente  Bush, 41 días antes, al momento de pronunciar su discurso de toma de posesión para un segundo mandato, y las de un mes antes, al presentar su informe sobre el estado de la Unión. Se trata, en síntesis,  del lanzamiento del programa para la reconquista capitalista global, para la contrarreforma definitiva del Imperio, y que, como aquella del siglo XVI dirigida  a detener los avances del protestantismo, deberá terminar en la elaboración de un dogma unificado capitalista, un catecismo imperial, y la proclamación del carácter infalible del Papa, o sea, del propio Bush.

 

Para  redactar estos trascendentales  edictos de la dominación eterna, de la esclavitud y la explotación sin alternativas redentoras; para encadenar definitivamente al Prometeo rebelde, desestimular cualquier utopía, y hacerlo con el glamour y la más elegante  levedad posible, se necesitan los servicios de escribanos al estilo de Vargas Llosa, y también de periodistas venales, sumisos e invertebrados, heraldos de la Mala Nueva de la sumisión desmovilizadora y el hegemonismo irremediable.

 

Siempre han existido tales plumas de alquiler. En Cuba recordamos la publicación en 1872 de una voluminosa obra por encargo, en dos tomos, titulada Historia de los Voluntarios cubanos, escrita por el periodista español José Joaquín Ribó  a solicitud del Casino Español de La Habana, el American Enterprise Institute de la época, centro de todas las virulencias y crímenes integristas contra los cubanos independentistas. Apenas dos meses antes habían sido fusilados ocho estudiantes de Medicina, y 32 condenados a diversas penas de presidio y trabajos forzados, por el solo hecho de ser jóvenes y cubanos, o lo que es lo mismo, amantes de la libertad. La obra encargada a Ribó, como la que se encarga hoy a los gacetilleros del neoconservador Weekly Standard, o del más tropical y solariego The Miami Herald, pretendía lavar las manos manchadas de los asesinos y rezurcir la honra perdida de los ladrones. ¿Cuánto costaban entonces tales vergonzosos servicios? ¿Cuánto  se paga hoy por ellos?

En contraposición a esta deshonrosa tradición de periodismo cipayo, nos reunimos hoy con la alegría de reconocer la obra de periodistas revolucionarios, heraldos de la Buena Nueva de la redención humana, luchadores verticales por un mundo mejor y una Cuba siempre libre, justa y soberana.

 

La UPEC ha propiciado este encuentro mediante las convocatorias, desde 1987, a los Premios Nacionales de Periodismo "José Martí", que desde 1991 se reagruparon en dos categorías: el Premio Nacional de Periodismo "José Martí", por la obra periodística de toda una vida, y los Premios anuales de Periodismo "Juan Gualberto Gómez", que se otorgan en cinco categorías. En el día de hoy, tres entrañables compañeros, dos de ellos lamentablemente ausentes, han recibido el Premio Nacional José Martí, y siete, los Premios Juan Gualberto Gómez, cuyo jurado concedió también nueve menciones honoríficas.

 

Reciban todos ellos  nuestras más sinceras felicitaciones  y palpen el orgullo que hacen sentir a los que creemos en la vigencia y futuro de un periodismo comprometido con su tiempo, con la Revolución cubana y la causa de la Humanidad; un periodismo militante y lúcido, crítico y culto, brillante como exigen estos tiempos de  tinieblas oscurantistas e intemperie espiritual: el periodismo, en fin, de José Martí.

 

Es interesante recordar que el periódico "Patria", tan asociado a Martí, resume una labor periodística de 23 años, que se inicia  en 1869 con El Diablo Cojuelo, y  siendo lo más cercano posible a la plasmación de su ideal  conocido en esta faena, tuvo su primer número el 14 de marzo de 1892,  24 días antes de ser electo Delegado del Partido Revolucionario Cubano. Escribir para ser mejor, y hacer mejores a  los demás, solo es superado en  Martí por la sed insaciable de justicia y libertad, a la que ofrendó, incluso, su propia vida, legándonos  un ejemplo de intelectual  coherente con sus principios de hombre comprometido con sus ideas, hasta las últimas consecuencias.

 

Lejos de ser Dos Ríos un fracaso, un desacierto, una derrota, se agiganta su significado cuando corren tiempos, como los nuestros, en que la deserción de las ideas que se dice sustentar, el cálculo picaresco y acomodaticio, y  el más descocado comercio con el talento personal se nos venden como paradigmas inteligentes, y buenas apuestas de futuro.

Tanto por su manera de vivir, como de morir, José Martí sigue guiando al pueblo cubano, un pueblo que, como él dijera de sí, sabe bien que "mejor es morir abrasado por el sol que ir por el mundo como una piedra viva, con los brazos cruzados" ("La Edad de Oro", t. 18, p. 417).

 

Junto a  Pedro Martínez Pires, presente aquí, ejemplo de una vida consagrada al periodismo y la Revolución, ecuánime, caballeroso, y de argumento poderoso, sentimos, especialmente en un día como hoy, la  ausencia física de Amhed Velázquez y Luis Suardíaz, los otros dos galardonados con el Premio  Nacional de Periodismo José Martí de 2005.

 

El primero, desaparecido en pleno despegue, brillante fotorreportero, que nos recordaba a todos los que tuvimos la fortuna de verlo trabajar con aquella pasión perfeccionista que lo caracterizaba, que se puede ser, a la vez joven, talentoso, serio, leal, disciplinado, y trabajar para el pueblo, sin apelar a la manida excusa de buscar de qué lado se vive mejor, sino optando por el lado donde está el deber.

 

El segundo, uno de los más acabados ejemplos de  poeta, periodista, conferencista y conversador ameno y culto, cubano y universal, que hayamos leído o escuchado jamás; enciclopedia viva de la cultura nacional, eterno organizador de homenajes a los grandes, sobre todo a los injustamente olvidados, hombre de principios revolucionarios, humanos y sin estridencias, que es la única forma  en que los principios pueden pretender ser revolucionarios. Al celo de Luis, y a los incontables amigos que dejó en los cuatro puntos cardinales debemos, además, el que los cubanos hayamos recuperado, en fecha reciente, el texto íntegro del largo poema La Florida, de Fray Alonso Gregorio de Escobedo, a todas luces, la primera obra literaria propiamente cubana, anterior en diez años a Espejo de Paciencia, de Silvestre de Balboa.

 

A estos dos inolvidables ejemplos de periodistas revolucionarios agradecemos, como a Martí, haber vivido abrazados al sol, hasta el último minuto de su existencia física.

 

El 2005 es un año de buenos auspicios para los periodistas revolucionarios de Cuba y el resto del mundo, y no precisamente, del tipo que buscaban desesperados los participantes en el aquelarre del American Enterprise Institute. No sólo porque como recién acaba de sentenciar Fidel, "la Revolución marcha bien", y está siendo acompañada por el resurgir de un espíritu bolivariano en América Latina, que se ha despertado a partir de la revolución venezolana, sino porque las torpezas del enemigo, su empantanamiento insoluble en Iraq, y las medidas represivas que se ve obligado adoptar, a cada momento, para defender sus intereses, facilitan el develamiento de sus esencias más ocultas y celosamente escondidas, transparentan sus eternos mecanismos de dominación, haciendo que la Humanidad reconozca el rostro maligno y decadente que había enmascarado tras el brillo de sus mercaderías, la tecnología, las películas de Hollywood, y una hipócrita prédica de valores y principios inexistentes. Se abre ante nosotros la posibilidad, como pocas veces en los últimos años, de pasar de la denuncia de la guerra, a la denuncia del imperialismo que la desata, para terminar en la denuncia al capitalismo que, en busca de ganancias crecientes, inevitablemente las engendra.

 

A esa tarea honrosa y ejemplar, siguiendo el ejemplo de los galardonados hoy con el Premio Nacional de Periodismo José Martí, y los Premios  Anuales Juan Gualberto Gómez, nos consagraremos.

 

Buen año este en el que se conmemoran importantes  acontecimientos de la Historia cultural de la Humanidad, que reafirman la confianza en que es posible construir un mundo mejor con inteligencia, imaginación, pasión, e ideas.

 

Buen año en que celebramos los 400 años de la primera salida justiciera del Quijote, símbolo insuperable de la eterna búsqueda humana de la justicia.

 

Buen año en que conmemoramos el centenario del natalicio de Albert Einstein, símbolo insuperable de la valentía intelectual necesaria para desafiar las convenciones científicas precedentes y descubrir una nueva verdad.

 

Buen año  para recordar, en el  centenario  de su muerte, a Julio Verne, y aquellas palabras que legase, como aliento y desafío a los  periodistas revolucionarios cubanos, y  que, en rigor, es el legado también de los homenajeados hoy:

"Todo lo que un hombre pueda soñar, otros  podrán hacerlo realidad".