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La palma y el huracán

   

Escuche "La palma y el huracán", de Sindo Garay

Días de huracán y en guardia, aprendiendo con Rubiera; queriendo más a Fidel, quien se fue a Pinar del Río para espantar a Iván y  ha estado pendiente de los infinitos detalles que supone el cuidado de millones de vidas humanas.  "Nadie está solo en Cuba", nos vuelve a recordar, y después que ponemos a buen recaudo  "nuestros huesos y nuestros fantasmas", descansamos aliviados y hasta nos damos el lujo de conjurar el ciclón con la poesía.

Por muy fuerza cinco que sea y por más que traiga impulsos devastadores, este Iván también se merece un breve recordatorio literario.  "Huracán, huracán, venir te siento/ y en tu soplo abrazado / respiro entusiasmado/ del señor de los aires el aliento", inmortalizó el poeta José María Heredia  y por primera vez -asegura Cintio Vitier en Lo cubano en la poesía- "nuestra poesía se enfrenta cara a cara con el ciclón, al estilo romántico".

Tras Heredia, el primero que le dio sentido a la palabra "patria", llegan también el  verso martiano -"Ruge el cielo; las nubes se aglomeran,/ Y aprietan, y ennegrecen y desgajan"- y ese nocturno perturbador de Juan Clemente Zenea -"Llueve y torna a llover; el hondo seno/ rasga la nube en conmoción violenta/ y en las sendas incógnitas del trueno / combate la legión de la tormenta."

Pero lo que motiva realmente esta carta de hoy es una canción, humilde y prescindida, poética y huracanada que Compay Segundo había incorporado en su repertorio y soñaba -no sé si lo logró- incorporar en uno de sus discos.

Dicen que Sindo Garay la escribió poco después del ciclón de 1926 y que se inspiró en una fotografía de la época, en la que aparece una palma atravesada por un madero. El árbol, sin ramas y herido de muerte, se lograba ver orgullosamente erguido, en el centro de terribles destrozos y de la muerte probable de las personas que vivían por allí.

Sindo, tocado por la magia de aquella imagen heroica, se inspiró y compuso "El huracán y la palma". La historia que cuenta su canción es dramáticamente hermosa. Todos los árboles del campo cubano sucumben al huracán.  Todos mueren, dice: "la ceiba frondosa, que temblando, sonríe"; "los cedros, tranquilos, que esperan orondos"; "la hierba, en el llano, sumisa"… Pero -¡ah!, nos advierte: "hay una palma,/ que Dios solamente/ le dijo al cubano:/ cultiva tu honor." Y ella, "erguida y valiente" y "besando la tierra", como una espada, "batió el huracán".