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Luis Zúñiga Rey, el terrorista que yo conocí

Con gran sorpresa conocí la denuncia cubana, en voz del canciller Felipe Pérez Roque, sobre la presencia de Luis Zúñiga Rey dentro de la delegación norteamericana en la 60 Conferencia de la Comisión de Derechos Humanos que sesiona en Ginebra por estos días.

 

No pensé, por supuesto, que la maniobra de emplear a este terrorista en un foro de esta magnitud, con el propósito de lanzar diatribas y mentiras sobre la realidad cubana, volviera a repetirse. Había quedado atrás la bochornosa experiencia de verlo en los pasillos del edificio donde se celebran las sesiones de la Comisión, o en el propio salón del plenario, usurpando un asiento dentro de la delegación nicaragüense.  Fue tal el repudio que levantó su presencia, que el mandatario Enrique Bolaños se vio obligado a retirarle este privilegio, fruto de los oscuros compromisos establecidos entre su antecesor, Arnoldo Alemán,  y la mafia cubano americana de Miami. A partir de ese momento, todos pensamos que no habría más espacio para este personajillo en las sesiones de la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra.

 

¡Vaya sorpresa volver a verlo, un poco más viejo, repitiendo el triste papel de blasfemar contra la Patria, a la que traicionó desde hace mucho tiempo, al ponerse al servicio de sus enemigos! Sin embargo, luego de la sorpresa, pensé que su presencia dentro de la delegación norteamericana no podía resultarnos extraña. ¿Qué tiene de extraño, pensé, que los Estados Unidos usen a un terrorista como diplomático, si hasta su propio presidente, George W. Bush, emplea en nuestros tiempos el más repudiable terrorismo de estado en el ámbito internacional? ¿No es acaso esto una prueba más de sus innegables compromisos con aquellos terroristas a los que protege  y financia en su terca beligerancia contra Cuba?

 

No podía faltar, ante la certera denuncia de Cuba, la mentira mayor y la burda justificación.  El embajador de EE UU ante la ONU, Kevin E. Moley, se apresuró a argumentar la presencia de Zúñiga en este foro internacional. Con no oculto nerviosismo y escasa convicción, expresó: "Estamos orgullosos de tenerlo en nuestra delegación. Él es un distinguido activista cubano - estadounidense de los derechos humanos."

 

Indudablemente, el señor Moley parece desconocer quién es en realidad este individuo y del daño que ha provocado a su propio pueblo al involucrarse en criminales actos de terrorismo contra el mismo. Si detestable es el matricidio, lo es mayor aún el delito de atentar contra la madre Patria. Y eso, mister Moley, lo ha hecho reiteradas veces Zúñiga Rey.

 

Aún lo recuerdo frente a mí aquella noche de noviembre de 1993, cuando me impuso de los tenebrosos planes de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), radicada en Miami, para hacer explotar poderosas bombas en el Hotel Nacional de Ciudad de la Habana y en un famoso restaurante de esta ciudad. No había en él ni pena ni preocupación por las consecuencias de la propuesta que me acababa de formular. ¡Hágalo, dijo, y será bien recompensado!

 

Acepté a cooperar con él en sus funestos planes en mi condición de colaborador secreto de la Seguridad cubana. Esa era mi misión: conocer y contribuir a desarticular los planes terroristas organizados por Zúñiga y sus socios de correrías desde Miami, territorio de los Estados Unidos. Sin embargo, escondiendo mi repulsa en lo más hondo de mí,  soporté su presencia y la larga verborrea contra su propio pueblo. No podía entender cómo este camaleón, capaz de presentarse en diversos sitios, como lo hace hoy en Ginebra, para clamar "por su sufrida Cuba", era capaz de organizar asesinatos y atentados sin el menor pudor.

 

Zúñiga me dijo entonces, cara a cara, que era necesario ser violento y frío, calculador y despiadado, para derribar a Fidel y a la Revolución. Había que organizar un abastecimiento de armas y explosivos para que mi pretendida célula colocara las bombas en los hoteles y sitios visitados por turistas en la Habana. Me darían además, insistió, ocho cápsulas de fósforo vivo para incendiar también cines y teatros atestados de cubanos inocentes. Aquellas  noches de noviembre y diciembre de 1993 no había piedad en él, sólo odio irracional y sed de venganza. Supe, pues, sobre la necesidad de detenerlo en nombre de la cordura y la razón, y eso hice con plena convicción.

 

No le bastó a Zúñiga sólo eso. Después que desarticulamos sus tenebrosos planes, continuó involucrándome en otros planes no menos dañinos y peligrosos. Había que estudiar la vulnerabilidad de los principales hoteles, termoeléctricas y refinerías cubanas para atentar posteriormente contra ellas. Había también que introducir dinero falso para caotizar a la circulación monetaria;  había que golpear a la dañada economía cubana y propiciar con ello la caída del gobierno y el fin de la Revolución.

 

En muchos planes contra Cuba estuvo comprometido Zúñiga Rey. No fue sólo el contrarrevolucionario involucrado en actos de subversión  que lo llevaron a la cárcel en 1970. No fue, exclusivamente, el infiltrado capturado aquel 1 de agosto de 1974, cerca de Boca Ciega, en la Habana, cuando venía cargado de explosivos y armas, junto a otros dos terroristas, a atentar contra su propio pueblo. Fue también el reclutador de  otras personas, de manera sistemática, para realizar actos terroristas contra ciudadanos  inocentes en Cuba. Eso hizo con un canadiense nombrado Trepanier en 1992. Eso mismo intentó hacer con el cubano Olfiris Pérez Cabrera en 1993, a quien encargó volar el cabaret Tropicana a cambio de 20 000  dólares, y que fue la misma oferta que repetirían conmigo unos meses después. Eso mismo siguió haciendo desde su cargo de director de la FNCA y desde su actual cargo de director ejecutivo del Consejo por la Libertad de Cuba, organización que reúne a lo más intolerante de la mafia miamense.

 

Por eso me sorprende que la delegación norteamericana, con su irrespeto tradicional hacia la ONU, quiera hoy imponer la presencia de Luis Zúñiga Rey en Ginebra. ¿Qué valor tuvo,  entonces,  para este órgano de los derechos humanos,  el informe del Relator Especial de la ONU sobre Mercenarismo, Enrique Bernales Ballesteros, el cual les presentó  en 1999? ¿No estaba allí, acaso, la denuncia de Cuba sobre los planes de terrorismo continuado en los que se han involucrado personas como este terrorista devenido en diplomático por capricho de los norteamericanos? ¿No le dije yo mismo a este funcionario de la ONU quién era Luis Zúñiga y le aporté pruebas al respecto?

 

Por ello, amigo lector, no resultaría extraño que quien fabrica terroristas y los apoya, como ha hecho siempre Estados Unidos (recuérdese a Osama Bin Laden), pague después la culpa de sus impensados actos, cuando sus propios Frankesteins se vuelvan contra él.

 

Le corresponde al señor Mike Smith, presidente de turno en las sesiones de la CDH, actuar en consecuencia. Si se deja a Zúñiga, se habrá santificado otra vez al terrorismo.

 

Percy Francisco Alvarado

Escritor guatemalteco y ex agente de la Seguridad cubana.