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Cuba: ¿Feria del Libro? !Y mucho más!

  Eva Sastre Forest  

La XIII Feria del Libro de La Habana ha sido una gran fiesta. Una romería de la cultura, un pasacalles de las letras, una fiesta extraordinaria en donde libros, papeles, acentos, voces y palabras se han fundido con helados, tukolas, cervezas Bucanero o Cristal. Esta Feria del Libro cubana es un auténtico fenómeno social. Lo es por la inmensa afluencia de visitantes -impresionaba ver a cientos de personas subiendo diariamente por las laderas y caminos de la montaña para llegar a La Fortaleza de la Cabaña,- y lo es, sobre todo, por el nivel cultural de la gente, del pueblo en general. En otras partes del mundo una Feria es puro comercio, una simple compra-venta de objetos, contratos y servicios. Pero aquí no es sólo eso. Estos diez días han sido, desde luego, mucho más. Ha sido un intercambio de ideas, en donde novelistas, historiadores, analistas, políticos, poetas, científicos, economistas, arquitectos, filósofos, cuentistas y autores de tiras cómicas intercambiaban ideas y proyectos con la gente y acababan disolviéndose en una marea humana rebosante de pioneros, abuelos, militares, novios, chavalería y familias enteras, en un trajín enorme y repleto de demandas y ofertas que apenas daba tiempo a digerir y asumir. (Por cierto, tomen nota otras ferias del magnífico espacio que era el Pabellón Infantil -sí, los niños aquí cuentan, y mucho-). En algún aspecto esta Feria me recordaba a la Feria del Libro Vasco de Durango (País Vasco), en donde también acuden cientos de miles de personas, familias enteras que llenan el recinto durante apenas cinco días en defensa de su cultura, que se sustenta, básicamente, en una lengua propia, la vasca. Quizás sea ésa la razón para que pueda establecerse un paralelismo entre ambos eventos. Porque cuando una cultura está amenazada y un pueblo está sano y olfatea el peligro (del tipo que sea), se vuelca y acude a defender lo suyo. Aunque en el caso de la Feria del Libro de La Habana (una feria que se extendería luego a otras partes de la Isla), no sólo se estaba defendiendo una cultura propia (como ocurre en la vasca), sino la Cultura en el más amplio sentido del término, como algo vivido a flor de piel y en la plena consciencia de que de ella depende en cierto modo la propia supervivencia.. Cultura a raudales, en las mesas de debate y en los prados, en la explanada y en cualquier rincón: libros y música, Aceitunas sin Hueso o rock berlinés, charangas infantiles o actos tan relevantes como el convocado bajo el sugerente y estimulante título de "En Defensa de la Humanidad", mesas redondas con la presencia de Atilio Burón, Alfredo Guevara, Tarek William, Heinz Dietrich, James Petras, Luis Britto y tantos otros? Casi nada. Cultura en mayúsculas, cultura de largo alcance. Donde no se trata tan sólo de escuchar y atender y adquirir la sabiduría de los sabios, sino de aportar también la sabiduría propia de cada cual, poca o mucha, pero también útil, también hermosa. Un lugar abierto en donde no se va tan sólo a comprar libros, sino a compartirlos, y donde no se respira la obsesión enfermiza por la posesión de sólo lindas portadas o caros best-sellers, sino el hambre por zamparse con fruición los contenidos y extraer información y riquezas de sus fondos. Libros como estímulos, libros bellos y bien hechos, y no sólo objetos de tapa llamativa y brillante situables en la estantería del comedor a juego con la cortina, que no son más que libros vacíos, libros muertos. ¿En qué lugar del mundo son los libros tan populares? En La Habana era frecuente que un chófer, un maletero de hotel o un camarero, al ver los librotes que una llevaba bajo el brazo, se acercara sin cortarse un pelo y preguntara sin más: "¿Me deja ver? Ah, ése lo he leído, es muy bueno, ¿me deja tomar nota del otro? Parece interesante?Mañana iré con mis hijos a la Feria?" No sé si a algún habitante de Madrid, París o Berlín le habrá ocurrido algo parecido. A mí no. Pero en La Habana sí. Pero además, este talante cubano amante apasionado de la cultura no sólo se circunscribe al recinto y fechas de la Feria del Libro, sino que se escampa por la sociedad en general, por todas partes. Por ejemplo, paralelamente a la Feria del Libro se estaba celebrando en La Habana un Congreso de Economistas -con asistencia de cuatro Premios Nobel-, un Congreso de Universidades y no sé cuántos eventos más? Y la cosa no acababa ahí. Cuando llegaba la tarde y una se retiraba a descansar un par de horas en la habitación del hotel y se le ocurría encender la tele, ¡oh cielos, la fiesta seguía en la TV cubana con el programa de Randy!, un debate diario de hora y media casi imprescindible para aprender sobre ciertos temas de los que, por ejemplo en Europa, nadie hablaría en una cadena de televisión. Es este conjunto de cosas el que impacta al visitante, el que marca la diferencia y el que desde fuera percibimos como extraordinario. Por eso, cuando poco antes de partir hacia Europa echaba un último vistazo a las publicaciones de las librerías del aeropuerto José Martí exclamé a mis compañeros: ¡Disfrutad esta visión, amigos, que esto se acaba! Efectivamente, nada más aterrizar en Barajas no pude contener una arcada al contemplar en los atiborrados mostradores de las librerías aeroportuarias madrileñas títulos como Todos somos directores de recursos humanos, Cartas a un director general, Con Humor se trabaja mejor, Ser de derechas, Lo mejor de los Gurus, Una queja es un regalo? En fin, a veces más vale un título que mil comentarios más. Menos mal que en medio de tanta vomitera nos queda no sólo el recuerdo de lo vivido en Cuba, sino que con su luz se fortalecen aún más los proyectos a realizar y por supuesto, la esperanza de un pronto retorno, a lo más tardar, para la XIV Feria Internacional del Libro de La Habana, el año próximo. ¡Nos vemos allá!