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Silvio habla de Amaury

AMAURY: Versión corregida y aumentada de una semblanza de hace un siglo

Una mañana, creo que de 1970, tocaron a mi cuarto para decirme que alguien preguntaba por mi. Yo vivía por entonces en un apartamento de la transitada calle 23, y no era raro que aparecieran personas constantemente. Me tiré una camisa y soñoliento caminé el pasillo que iba desde mi habitación hasta la sala. Y allí, al lado del balcón, sobre una desvencijada mecedora de mimbre, hallé una cosa larga, extrañamente enroscada en si misma, que mirando al suelo balbuceó: "Silvio, yo también quiero hacer canciones y me llamo Amaury Pérez". Dos verdades que, como se verá, escondían no pocas sorpresas.

Uno en la vida conoce a mucha gente y por eso no siempre recuerda con nitidez los primeros encuentros. En este caso, creo que aquella mañana la conservo clara, además de por las prometedoras canciones que me fueron reveladas, por el contraste abismal que hay entre aquel tímido muchacho que se me presentó y el que me ha presentado el devenir. Porque si en esta vida hay alguien desenvuelto, expansivo y de una vehemencia exuberante, ese es Amaury Pérez Vidal.

Una vez, en un libro de astrología, leí que las cabras, entre sus características, tenían la de esconderse en el fondo del aula, para no llamar la atención, y que desde esa penumbra lo absorbían todo para rendir un deslumbrante examen de fin de curso. Con la salvedad de que no esperó a que terminara curso alguno, sino que más bien empezó a prestidigitar sus atractivos fuegos desde muy temprano, podría decirse que esa descripción de las capacidades capricornianas coincide plenamente con nuestro aventajado amigo.

Afirmo que Amaury es el primer juglar que hubo en la nueva trova, entendiendo por juglar a quien proyecta la canción de texto en el marco de una concepción escénica. En esto se confiesa hijo de dos grandes de la juglaría en castellano: Serrat y Cortés, quienes a su vez se dicen deudores de Jacques Brel. Introducida la canción de texto dentro de un marco espectacular, esta modalidad luego tuvo continuadores tan singulares como Virulo y Carlos Varela. Pero precisamente esta manera de mostrar la canción resultó ser uno de los molinos contra los que Amaury tuvo romper lanzas en sus inicios. Y es que Amaury surge de un movimiento que consideraba los afeites escénicos como una expresión casi satánica y que asumía el papel del cantor con un ascetismo rayano en la militancia. Por eso sus primeras manifestaciones tipo show despertaron sorpresa y rechazo entre algunos de sus compañeros de guitarra y entre los trovadictos más fundamentalistas de nuestra generación.

Pero Amaury no se amilanó, todo lo contrario. Más bien se dedicó a "subir la parada" en entrevistas y canciones, que dejaba caer entre dolorida y ácidamente. Y quizá por ello, o cuando menos también por ello, Amaury se fue perfilando con una voz propia dentro de la canturía que por entonces se iniciaba. Creo que pulir versos y música le resultó una especie de reto personal, hasta convertirlos en el mapa coherentemente tejido que es su obra. Y es que Amaury tuvo oposición, o creyó que la tenía -da lo mismo-, y cuando algo legítimo está en juego, el conflicto puede hacer funciones de crisol.

Amaury es febril, es feroz, es de un desbordamiento tan porfiado que no sólo no sabe ocultarse sino que es incapaz de envejecer. Por eso no esperó el fin de curso y al segundo día de clases, saltó de su pupitre, le arrebató el birrete al profesor y, desde un podio iluminado por su talento y por su ingenio, conquista a Petí, hace canciones cada vez más hermosas y escribe un tomo de cuentos en un par de semanas. Como diría otro colega amigo: "¡Señores, el que pida más es un goloso!"

Palabras pronunciadas en la entrega por Fidel de la Orden Félix Varela al cantautor cubano Amaury Pérez.

La Habana, 11 de noviembre de 1997
y 26 de diciembre de 2003.