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Estados Unidos, Neoconservadores mantienen influencia

  Elliot Abrams, uno de los adalides del agresivo neoconservadurismo que predomina en la Casa Blanca  

ROMA, Quizás el ala más derechista del gobierno de Estados Unidos esté a la defensiva, pero la reacción de Washington al ataque israelí contra Siria el domingo muestra que los denominados "neoconservadores" se mantienen al mando de la política exterior.

El hecho de que el presidente George W. Bush se haya rehusado a criticar el ataque israelí, el primero contra Siria desde la guerra de Iom Kippur hace 30 años, muestra hasta qué punto los neoconservadores tuvieron éxito en alinear a la Casa Blanca con el gobierno derechista de Ariel Sharon.

Se trata de un objetivo básico de los neoconservadores desde el gobierno de Menajem Begin en los años 70 y, más recientemente, desde que el primer ministro Sharon ganó las elecciones en 2001.

Fueron los neoconservadores, por ejemplo, los que en 1982 defendieron la invasión israelí de Líbano y el sangriento sitio de Beirut. Pero el entonces presidente Ronald Reagan nunca adhirió públicamente a la invasión y, finalmente, llegó a distanciarse de la campaña.

La adhesión implícita por parte de Bush al ataque israelí contra un campamento de entrenamiento de combatientes palestinos en Siria es una radical modificación de la diplomacia estadounidense hacia Medio Oriente.

Washington llegó a votar en 1991 en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) la condena a Israel por bombardear por aire el reactor nuclear de Osirak, en Iraq.

En cambio, Bush le dijo a Sharon que "Israel no debe sentir restricciones para defender su tierra", una suerte de licencia para lanzar el bombardeo.

En su momento, Sharon fue el adalid de la invasión de Líbano e incluso del avance sobre Beirut sin la aprobación de Begin, que pretendía una acción militar mucho más limitada, ni de Estados Unidos.

Los neoconservdores, una de cuyas creencias básicas es que Estados Unidos e Israel se enfrentan con los mismos enemigos y comparten los mismos valores, tienen a Siria en la mira desde hace mucho tiempo. Para el gobernante partido derechista Likud, Damasco es el enemigo más peligroso del mundo árabe.

Esta corriente tiene su núcleo básico en dirigentes que se separaron del hoy opositor Partido Demócrata cuando en ese sector predominó el rechazo a la guerra de Vietnam.

Muchos de los neoconservadores que pretenden ubicar a Siria como blanco prioritario de la "guerra contra el terrorismo" firmaron hace cuatro años un informe que llamaba a usar la fuerza para desembarazar al país árabe de sus supuestas armas de destrucción masiva y para acabar con su presencia militar en Líbano.

Entre los firmantes de ese documento figuraban la mayor autoridad sobre Medio Oriente del Consejo de Seguridad Nacional, Elliot Abrams, el subsecretario de Defensa para Política, Douglas Feith, y la subsecretaria de Estado para Asuntos Mundiales, Paula Dobriansky.

También estaban el ex jefe de los asesores civiles del Departamento (ministerio) de Defensa, Richard Perle, y la ex embajadora estadounidense en la ONU, Jeanne Kirkpatrick.

Ese texto destacaba que "el régimen sirio en Líbano va en directa oposición con los ideales estadounidenses", y criticaba a Washington por intentar pactar con Damasco más que enfrentarse con el régimen.

Siria es el único país declarado por el Departamento de Estado "patrocinante del terrorismo" con que Estados Unidos tiene relaciones diplomáticas plenas.

El grupo de expertos propuso una política de enfrentamiento, con duras sanciones políticas y diplomáticas y, de ser necesaria, la fuerza militar.

No sorprende que esas previsiones hayan sido incorporadas en un nuevo proyecto de ley hoy a debate en el Congreso legislativo. Para muchos, las acciones militares de Sharon tienen el objetivo de lograr la pronta aprobación de la iniciativa.

Siria también es mencionada como objetivo en una carta pública a Bush publicada el 20 de septiembre de 2001 por miembros del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense, nueve días después de los atentados terroristas cometidos por radicales islámicos que dejaron 3.000 muertos en Nueva York y en Washington.

Ese texto, entre otras medidas, proponía acciones militares en Afganistán para deponer al régimen radical islámico del movimiento Talibán y destruir a la red terrorista Al Qaeda, derrocar al hoy desaparecido presidente iraquí Saddam Hussein "aun si la evidencia no lo vincula directamente con los atentados" del 11 de septiembre y restringir la asistencia financiera a la Autoridad Nacional Palestina.

Pero el documento también proponía apuntar contra el libanés Partido de Dios (Hezbolá), y exigir a Siria e Irán que dejara de financiar sus operaciones o, de lo contrario, afrontar "medidas de represalia". Entre los firmantes de la carta figuraban Perle y Kirkpatrick.

Durante la guerra de Iraq, muchas de estas figuras, así como sus allegados en el gobierno como Feith y el subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, consideraron que Siria representaba una seria amenaza contra Estados Unidos y contra sus tropas en el Golfo.

En este contexto, la decisión de Sharon de atacar Siria parece diseñada para ubicar a ese país de vuelta en la mira de Estados Unidos en un momento en que los neoconservadores estaban a la defensiva, luego de que las versiones oficialistas sobre los arsenales de Iraq previas a la guerra probaron ser erróneas.

El hecho de que Bush haya apoyado el ataque y lo haya justificado públicamente también confirma que el gobierno comparte con los neoconservadores la percepción del vínculo estratégico con Israel.