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Ante el incremento de la resistencia, EU manipula el número de sus bajas

   

Bagdad, 19 de septiembre. Una cultura del silencio ha descendido sobre las au-toridades angloestadunidenses de ocupación en Irak. No dan cuenta de las vidas de civiles iraquíes que se pierden cada día.

No hacen comentarios sobre el soldado estadunidense que asesinó hoy a uno de los intérpretes al servicio de las fuerzas ocupantes de su país, a quien le pegó un tiro delante del diplomático italiano que es consejero oficial del nuevo Ministerio de Cultura, y no pueden explicar cómo es posible que el general Sultán Hashim Ahmed, ex ministro iraquí de Defensa y probable criminal de guerra, sea descrito hoy por uno de los más altos oficiales estadunidenses en Irak como "hombre de honor e integridad".

El jueves, en una emboscada en tres etapas que destruyó un camión militar y un Humvee, a más de 150 kilómetros al oeste de Bagdad, se informó de por lo menos tres soldados muertos y dos heridos -iraquíes de la localidad aseguraron que los fallecidos son ocho-, y sin embargo pocas horas después las autoridades de ocupación dijeron que exactamente el mismo número de muertos y heridos se había producido en una compleja emboscada a los estadunidenses en Tikrit.

En el primer ataque sólo dos soldados resultaron heridos, añadió.

Y por segundo día consecutivo hoy se cayó el sistema de telefonía móvil operado por MCI para las fuerzas de ocupación, con lo cual la "autoridad provisional de coalición" quedó aislada de sus ministerios y de las fuerzas ocupantes.

Sin contacto con la realidad

Un número cada vez mayor de pe-riodistas en Bagdad sospecha que el procónsul estadunidense, Paul Bremer, y sus cientos de asistentes, instalados con todas las comodidades en el custodiado ex palacio presidencial, sencillamente han perdido contacto con la realidad.

Si bien hoy se prometió una investigación sobre el asesinato del intérprete iraquí, detalles del incidente sugieren que los invasores tienen carta blanca para abrir fuego sobre automóviles civiles iraquíes ante la mera sospecha de que sus ocupantes puedan ser hostiles.

Pietro Cordone, diplomático italiano a quien Bremer nombró consejero especial del Ministerio de Cultura, viajaba a Mosul con su esposa, Mirella, cuando un convoy estadunidense se acercó al automóvil en que circulaban.

Relata que un soldado que estaba a cargo de una ametralladora en el vehículo trasero del convoy pareció hacer una seña al chofer del diplomático para que no se atreviera a rebasarlos. El chofer obedeció, pero el soldado de todos modos hizo un disparo, que penetró por el parabrisas y le dio al intérprete, quien iba en el asiento delantero, junto al conductor.

Minutos después el hombre mu-rió en brazos de Cordone; más tarde el diplomático regresó a Bagdad. Sin embargo, si se dio información de este incidente fue sólo porque el italiano iba en el auto.

Cada día las fuerzas estadunidenses hieren o matan a tiros civiles iraquíes. Apenas hace cinco días una mujer y su hijo fueron asesinados en Bagdad por un soldado cuando las fuerzas abrieron fuego contra los invitados a una boda que lanzaban disparos de júbilo al aire. En otro incidente similar, hace dos días, se informó de la muerte de un muchacho de 14 años.

Luego, la tarde del jueves, varios civiles iraquíes fueron lesionados por soldados después de una em-boscada a los estadunidenses en las afueras de la ciudad de Khaldiya.

Por lo menos dos vehículos militares fueron destruidos y los testigos oculares afirmaron haber visto miembros humanos en el camino después de la emboscada.

Sin embargo, 12 horas después las autoridades dijeron que los militares sólo tuvieron dos heridos, pese a que inicialmente se había dicho que al menos tres perecieron en tanto testigos hablaron de ocho.

Después vino la emboscada en Tikrit, casi idéntica si ha de creerse a las autoridades, en la cual se produjo exactamente la misma cifra de bajas: tres muertos y dos heridos. En esta ocasión parte del incidente se grabó en video.

Durante una incursión armada en la tierra natal de Saddam Hussein, los guerrilleros atacaron no sólo a los participantes en la operación, sino también dos de sus bases en la ribera del río Tigris. Fue, según un vocero estadunidense, un ataque "coordinado" contra la cuarta división de infantería. Luego, alrededor de 40 hombres "en edad militar" fueron arrestados.

En el que debe ser uno de los episodios más extraordinarios del día, el general Sultán Ahmed se entregó al mayor general David Petraeus -al mando en el norte de Irak- después que el comandante estadunidense le había enviado una carta en la que lo describía como "hombre de honor e integridad".

A cambio de su rendición -eso dice el intermediario kurdo que arregló la entrega a las fuerzas de ocupación-, los estadunidenses ha-bían prometido retirar su nombre de la lista de los 55 "más buscados" colaboradores de Saddam.

La última vez que vi al corpulento Ahmed fue en abril, blandiendo un Kalashnikov pintado de color oro en el Ministerio de Información, en Bagdad, y jurando guerra eterna a los invasores de su patria.

Fue él quien persuadió al hoy retirado general Norman Schwarzkopf de permitir que las derrotadas fuerzas iraquíes utilizaran helicópteros en "misiones oficiales" después del armisticio acordado con Estados Unidos en 1991, en Safwan.

Esos helicópteros se usaron después en la brutal represión de las rebeliones musulmana chiíta y kurda contra Saddam, que habían sido estimuladas por el padre del presidente George W. Bush.

En fechas posteriores se habló mucho de someter a Ahmed a juicio como prisionero de guerra, pe-ro parece que Petraeus ha tirado esa idea a la basura.

Su extraordinaria carta a Ahmed -que precedió a la rendición de éste y fue revelada por la agencia Ap- describe al probable criminal de guerra como "el más respetado alto dirigente militar que reside (sic) actualmente en Mosul", y le prometía que sería tratado con "la más absoluta dignidad y respeto".

Una causa justa y común

En la misma misiva -que tal vez será estudiada por investigadores de crímenes de guerra con incredulidad y asombro-, el estadunidense dijo que "si bien nos encontramos en lados diferentes en la guerra, te-nemos rasgos en común. Como militares, obedecemos órdenes de nuestros superiores. No necesariamente estamos de acuerdo con la política y la burocracia, pero entendemos la unidad de mando y el apoyo a nuestros líderes (sic) en una causa justa y común".

A este extremo han llegado los estadunidenses para atraerse a los hombres que podrían tener influencia sobre los guerrilleros iraquíes que dan muerte a sus soldados. Lo que supuestamente debe verse co-mo gesto de transacción se percibirá con probabilidad como signo de debilidad militar -lo cual es, sin lugar a dudas-, y la historia tendrá que decidir qué habría ocurrido si se hubieran enviado cartas similares a los líderes nazis antes de la rendición alemana de 1945.

Los historiadores deberán meditar también en las implicaciones del significado de esa frase: "el apoyo a nuestros líderes en una causa justa y común". ¿Se supone que sus "líderes" son Saddam y Bush?

Las autoridades de ocupación aún no explican cómo los soldados estadunidenses pudieron asesinar a ocho policías iraquíes y un agente jordano de seguridad cerca de Fallujah hace una semana.

Durante 36 horas dijeron que "no tenían conocimiento" de ese incidente -lo cual no podía ser cierto- y luego que sus soldados habían sido "implicados". Días después presentaron disculpas y prometieron una investigación, como hicieron hoy después de la muerte del intérprete. No hay resultado conocido de aquella pesquisa.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya
La Jornada