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Compañero presidente

  La escritora española Rosa Regás  

La misma doblez que peremitió a los aliados reconocer el regímen del golpista Franco, estuvo al servicio del golpe militar contra Salvador Allende, formando y dirigiendo un torbellino soterrado de desestabilización bajo una pretendida protesta popular, que justificó y perpetró el asesinato hace ahora treinta años de la Constitución de Chile y de su presidente.

Pero aún sabiendo de donde procedía el ataque, Salvador Allende resistió y defendió la Constitución y la democracia hasta el final, cuando entraron los militares a sangre y fuego para deshacer un proyecto colectivo e imponer en el país el horror, la tortura, la muerte, y una dictadura asesina con la colaboración de los poderes fácticos terrenales y celestiales.

No es venganza lo que piden quienes hoy exigen que sean juzgados, sino justicia. Porque la Historia no se supera hasta que la Justicia devuelve a su sitio los valores pisoteados en defensa de los cuales murieron hombres como Salvador Allende. Aunque no sólo a ellos hay que juzgar y castigar, sino a los que ocultos tras ellos les suministraron poder y fortuna, y a una comunidad internacional que no quiso defender la legalidad y condenó a los chilenos a décadas de dictadura y muerte.

Pero ya se sabe que no hay justicia capaz de alcanzar culpables tan poderosos. Aún así, que la condena de uno de los acontecimientos más ominosos de la Historia permanezca intacta en nuestras conciencias aunque sólo sea para que nadie monopolice la fecha del 11 de septiembre y para que no nos someta la indiferencia que es base y fundamento de la inmoralidad personal y política.

¿Quién puede creer que hoy hagan una guerra para instaurar la democracia en Afganistán o en Irak los mismos que ayer ayudaron a establecer las pavorosas dictaduras de Pinochet, Franco y los militares argentinos?

El camino del progreso y la libertad es largo y difícil. Pero también lo es el de la utopía. Salvador Allende buscó la vía democrática al socialismo, un objetivo calificado de error por la reacción enmarcada en un liberalismo económico que enriquece al 20% de la población y deja al resto en la miseria. Pero más utopía debió parecer la que defendieron tantos hombres y mujeres derrotados y crucificados a lo largo de la Historia, sin cuya lucha y muerte nunca tendríamos la certeza de que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos como proclama hoy, y desde hace no tanto tiempo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Descansa en paz, compañero presidente.