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Lápiz con punta: El 11 del terror

  Julio García Luis  

Richard Nixon, como Presidente de Estados Unidos, y el director del Consejo Nacional de Seguridad, Henry Kissinger, como ejecutor directo, fueron los máximos responsables del terrorismo desatado contra Chile antes, durante y después del 11 de septiembre.

James Cockcroft, compilador del libro Salvador Allende Reader, publicado por la casa editora Ocean Press, ha documentado con fechas y cifras el siniestro papel de los gobernantes estadounidenses en la campaña contra el gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende, el cual, como en Cuba antes y como en Venezuela ahora, dio sus primeros pasos desde mucho antes de las elecciones que llevaron a la Moneda la esperanza de cambios por vías democráticas y pacíficas.

Cinco meses antes de las elecciones generales de septiembre de 1970, el 25 de marzo de ese año, Kissinger presidió el llamado "Comité de los 40" y de modo oficial planteó la política de impedir el triunfo de Allende u organizar un golpe de Estado para derrocarlo, si llegaba a triunfar.

En junio, ante ese mismo grupo, declaró: "No sé por qué debemos esperar y ver a un país convertirse en comunista por la irresponsabilidad de su propia gente".

A esta curiosa definición del respeto que le merecían la voluntad popular y la democracia le siguió un río de dólares.  La ITT, con fuertes intereses en el país austral, aportó millones.  La CIA, la Embajada de Estados Unidos en Santiago  y el Partido Demócrata Cristiano de Chile recibieron y distribuyeron gruesas sumas para tratar, primero, de revertir las elecciones, y luego para montar la escalada de terror, desinformación y propaganda contra el gobierno popular.

El diario El Mercurio, del clan oligárquico Edwards, hijo mimado de la SIP y adalid de la libertad de prensa, recibió del gobierno de Nixon 700 000 el 9 de septiembre de 1971, y 965 000 el 11 de abril del 1972.  La plata la pusieron los contribuyentes.

El pueblo chileno puso la vida de millares de hombres y mujeres y se hundió en la pesadilla del horror fascista.  La CIA y Washington paladearon la sangre y decidieron, con fruición, que la fórmula también era buena para Argentina, Uruguay y Brasil.  Decenas de miles de personas fueron entonces despedazadas en los centros de tortura o lanzadas al mar en los vuelos de la muerte.  La CIA patentó la fórmula de las "desapariciones", que es morir no una vez sino indefinidamente.

¿No es verdad que el gobierno de Estados Unidos es el de mejor calificación moral para liderar la guerra mundial contra el terrorismo?