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El sabor de la derrota

El pasado domingo Bush emitió un discurso desde la Casa Blanca con la evidente intención de apuntalar su popularidad que está decayendo precipitadamente. El mandatario anunció que pedirá al Congreso que le autorice 87 mil millones de dólares adicionales para la represión en Irak, la cual es una cifra muy superior a la que Estados Unidos gasta en su sistema educacional. Si se tiene en cuenta que la guerra de conquista en Irak le costó al pueblo norteamericano 79 mil millones de dólares, el precio de la posguerra está siendo muy superior al del conflicto mismo.

En el discurso del Presidente no faltaron las usuales alusiones a la libertad, a la democracia, a la decencia de las naciones civilizadas y repitió la patraña, ya desmentida por los hechos, de la necesidad de destruir el sistema de armas de destrucción masiva de Sadam Hussein, que hasta la fecha no han aparecido por parte alguna.

Con una falta de sensibilidad anonadante Bush repite una y otra vez esta división del mundo en naciones civilizadas (Estados Unidos y sus aliados) y las que no lo son, o sea los bárbaros despreciables que serían los países del subdesarrollo, los árabes y musulmanes, los latinoamericanos, los hispanos, los asiáticos, los mestizos, los negros. Esa concepción racista y elitista del devenir humano, típica de un autócrata absolutista, no le va a propiciar los votos de una buena parte del electorado estadounidense.

De aprobarse esta nueva solicitud de fondos la deuda federal se incrementará hasta 600 mil millones de dólares, por lo tanto el actual programa de exenciones de impuestos --que permite a los ricos enriquecerse más--, no podrá conservar una vigencia prolongada. Bush se verá forzado a restaurar algunas obligaciones fiscales e, incluso, a instituir algunas nuevas maneras de recaudación hacendaria para poder mantener ese costoso dispositivo bélico. Nada de ello contribuirá a su popularidad, al contrario va a erosionar el apoyo que recibe, incluso el de la oligarquía financiera que hasta ahora estuvo satisfecha con el jumento que tienen por mandatario.

De otra parte la estrategia desplegada en el discurso de Bush tiende a compartir la responsabilidad de la ocupación armada de Irak con otros países integrantes de Naciones Unidas. Es el colmo de la inverecundia: reclamar ayuda de aquellos a quienes volteó la espalda, decidiéndose a una invasión unilateral cuando el Consejo de Seguridad no le otorgó su respaldo incondicional.

Actualmente el Pentágono tiene estacionados 180 mil soldados entre Irak y las bases de apoyo en Kuwait. Si con esa fuerza hercúlea ha sido incapaz de frenar la insurrección nacional de los patriotas iraquíes no es probable que con los tropas que puedan prestarle otras naciones pueda sofocar la rebeldía nacionalista.

Es obvio que con este discurso Bush trata de aliviar el creciente rechazo que está recibiendo y prepara a la opinión pública para su improbable reelección. Los líderes congresionales, los dirigentes demócratas e incluso sectores del republicanismo ya están haciendo comparaciones entre Bush y las actuaciones de Johnson y Nixon en Vietnam.

El recuerdo de la amarga derrota sufrida por las tropas norteamericanas en el sudeste asiático empaña la aureola triunfalista que Bush quiere darle a su campaña iraquí. La opinión estadounidense se percata en mayor cuantía de que Irak fue una guerra de conquista por los recursos petroleros y que hasta ahora solamente los grandes consorcios transnacionales han derivado ventajas de esa sangre derramada. Sobre todo la famosa Halliburton, de la cual fue director el vicepresidente Cheney, y en la cual aún sigue interesado.

El discurso de Bush ha sido un débil intento de ocultar el revés sufrido en la paz, de disfrazar la catástrofe de ganancia y de menguar la paliza que se vislumbra en el horizonte electoral, revistiendo con un barniz retórico el sabor de la derrota