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Sin victoria fuera de casa, Barcelona cae 2-0 ante el Granada

Los jugadores del Granada celebran el primer gol al Barcelona. Foto: EFE.

Asalta al Barcelona una extraña sensación de asfixia cada vez que le toca alejarse del Camp Nou. Como si el equipo tuviera que recorrer una y otra vez Cielo Drive, con la familia Manson al acecho con sus machetes. Se establecieron en su día cementerios en Liverpool o Roma. La exigencia de la Champions, dicen, redescubierta en Dortmund. Nada cambia. Pero los achaques, y el pavor, van mucho más allá. El equipo de Ernesto Valverde lleva sin ganar fuera de casa desde el pasado 23 de abril. Entre la abulia propia de los días de entreguerras, la nula respuesta ante la emoción ajena, el deficiente encaje táctico de los futbolistas y la tremenda escasez en las áreas se amontonan las decepciones. En Vigo o en Eibar. En Bilbao o Pamplona. También en Granada. Qué más da. El despropósito como norma en un equipo que ha perdido ya en esta Liga ocho puntos de 15 posibles.

El suplicio barcelonista en los amaneceres es demasiado habitual. Ha comenzado perdiendo en cuatro de sus cinco primeros partidos de Liga. Aunque nada como lo ocurrido a la sombra de la Alhambra, donde bastaron 63 segundos para que los de Valverde iniciaran otro viacrucis. Junior Firpo no olvidará semejante bautismo. Incapaz de reponerse a la tortura psicológica de errar en el gol inaugural, ya no salió al campo en el segundo tiempo.

Al Granada de Diego Martínez, fabuloso en todas las facetas, se le abrieron los cielos a partir de un simple saque de puerta de su guardameta, Rui SilvaLenglet cayó a plomo tras su duelo aéreo con Puertas. A Junior Firpo, titular por obligación ante la baja por lesión de Alba, le tembló todo el cuerpo. No sólo no alcanzó un balón que debía ser suyo, sino que después resbaló ante la satisfacción de Soldado, que no tuvo más que dar continuidad a la acción. Puertas centró, la pelota se elevó por encima de Ter Stegen tras tocar en Piqué, y Azeez, ya en la línea de gol, cerró el esperpento.

Lejos de reaccionar, el Barcelona se esmeró en perpetuar el despropósito durante todo el primer tiempo. Un acto en el que fue incapaz de rematar una sola vez a puerta. MessiSergio Busquets y Ansu Fati presenciaban desde el banquillo cómo su equipo se difuminaba ante la exultante presión del Granada. Ordenada, efectiva y dura. Sergi Roberto, atosigado por Montoro, debería recuperar las crónicas de la década de los 70 en el viejo Los Cármenes, donde Ramón Aguirre Suárez, Julio Montero Castillo y Pedro Fernández imponían su ley a golpe de guadaña. Aquello sí daba miedo.

Aunque si algo le falta a este Barcelona, más que coraje o corazón, es juego. Sergi Roberto y Rakitic, éste titular por fin, naufragaron como interiores. Aunque no hubo mejor metáfora que los pases de De Jong a Griezmann. El holandés, el único futbolista del Barcelona sobre el campo que intentaba ordenar lo que se desordenaba desde el banquillo, asistía en corto. Donde debía estar Griezmann, que se dejaba la pelota atrás porque ya se había puesto a correr al espacio. El francés, campeón del Mundo con su selección, el gran fichaje azulgrana del verano, sigue desubicado. En la izquierda y en la derecha. En corto o en largo.

Valverde, empeñado esta temporada en abandonar su tradicional inmovilismo, buscó remedio tras el descanso. Condenó a Junior y dejó también en la ducha a Carles Pérez. Asomó Messi, pero también un Ansu Fati que dejó en evidencia el rendimiento de Griezmann y Luis Suárez, con bula. Los cambios llevaron a la plena reestructuración. Se pasó al 4-2-3-1, Sergi Roberto regresó donde su técnico dijo que no volvería, el lateral derecho; Ansu Fati desplazó de banda a Griezmann; y Messi activó el plan de la heroica. Mal asunto.

Ante semejante escenario, y a falta aún de media hora para el final, Valverde pensó que la testosterona de Arturo Vidal podría aportar algo. Y lo hizo, pero donde no debía. Al chileno se le ocurrió sacar la mano a pasear tras un centro de Carlos Fernández al que Ter Stegen iba a dar respuesta. El VAR cazó el penalti, y el meta alemán, ángel de la guarda en el Westfalenstadion, acabó derribado ante Vadillo.

Ansu Fati y Messi, un niño y una estrella recién salida de una lesión, lucharon hasta la extenuación. Sus compañeros, en cambio, se entregaron a la frustración. O, como cantaban Los Planetas en San Juan de la Cruz, «unos días eran fuego y otros eran llamas». La dura realidad de este Barcelona. Sin fe. Sin rumbo.

(Tomado de El Mundo)