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Fugas

Entrada principal a la prision de La Habana en el Castillo del Principe

Un cubano al que apodaban "Cotorrita" tenía en los años 40 del siglo pasado  el récord de fugas en todo el continente americano. Cárcel en la que lo encerraban, cárcel de la que se evadía, al igual que otro cubano, «El hombre mosca», que agobió tanto a las autoridades con sus escapadas que un día lo suicidaron en el Castillo del Príncipe.

Carlos Duque de Estrada, en junio de 1933, fue devuelto a la cárcel luego de una  fuga sensacional. Por su oposición a la tiranía de Machado, guardaba prisión en Isla de Pinos. Una tarde, con el ánimo de evadirse, se  ocultó en el campo de béisbol del Presidio Modelo, y ya de madrugada, deslizándose por los terrenos aledaños a las galeras, logró alcanzar la carretera que conduce a Nueva Gerona. Una vez allí tuvo la suerte de colarse en un barco que salía rumbo al Surgidero de Batabanó, pero, detectado, fue conducido otra vez al reclusorio. Pese al fracaso final, Estrada demostró lo inadmisible: era posible fugarse del Presidio Modelo.

Tiempo después lo imitaría Rutilio Ramos, que cumplía prisión en la Isla por el asesinato de Pedro Acosta, alcalde Marianao. Pero a Rutilio no habría que devolverlo a la cárcel; volvió solito al no poder soportar, ya en La Habana, las angustias de la persecución policial.

En  dos ocasiones se fugó el temible Policarpo Soler. Una vez de la cárcel de Matanzas y otra, del Castillo del Príncipe.  En la cárcel matancera lo alojaron  en la jefatura y el propio jefe del penal velaba su sueño. Más que un recluso con muchas causas pendientes parecía un político influyente, impecable, satisfecho, jovial, sin una mancha en su blanco atuendo y ninguna vacilación en su postura.   Desde allí mandaba recados amenazadores al Palacio Presidencial.

Un día acudieron  al penal varios hombres que se identificaron como trabajadores de la fábrica de jarcias, pidieron permiso para entrevistarse con  «el amigo Policarpo»  y prorrumpieron en un vocerío estentóreo cuando  se les negó el acceso. A fin de aplacar el escándalo se autorizó a pasar al que iba al frente del grupo y en ese mismo momento se permitió la entrada de una mujer que pidió saludar a Policarpo.

Policarpo avanzó hacia sus visitantes. La mujer le pasó una pistola 45, empujó el gánster al oficial que lo conducía y salió tranquilamente de la prisión. Fuera, los supuestos obreros, armados ahora de ametralladoras, lo rodearon para protegerlo. Ocurrió entonces lo inconcebible. El alcaide, abrazado al prófugo, le dijo: -¡Policarpo, por su madre, no te vayas! ¡Mira que me perjudicas! A lo que respondió el aludido: -Chico, no soy yo, son mis amigos los que me llevan…

Eso ocurrió en junio de 1951. Cinco meses después se fugaría del Castillo del Príncipe junto con otros cinco reclusos con la ayuda de Orlando León Lemus, El Colorado. Bajó el grupo  por una escala atada a una ventana  los cien pies que separaban la azotea del fondo del foso, lo atravesaron  y subieron  el muro exterior  por una escalera de cuerdas. Ganaron los fugitivos una garita de vigilancia, corrieron por  los patios de casas aledañas y salieron a las inmediaciones de la 9na. Estación de policía, donde abordaron los vehículos que los esperaban.   Todo sin disparar un tiro y sin que nadie los persiguiera.

Del Presidio Modelo se evadieron, en enero de  1949, Enrique  Dobarganes, conocido por «Guarina»  y José Rivero Prendes, alias «El Chino», dos de los autores del robo de la sucursal habanera  del  Royal Bank of Canadá, en el Paseo del Prado, de donde sustrajeron en plena tarde casi medio millón de pesos.    

En la mañana del 12 de enero, minutos después del toque de diana, «El Chino» Prendes y «Guarina»  subieron  tranquilamente al automóvil de José Manuel Llorca, médico del presidio .El vehículo, guiado por uno de ellos, atravesó en paz todo el patio interior del reclusorio sin que se diera la voz de alto. Como en un caso de rutina, las puertas exteriores se abrieron para el automóvil,  que rodó veloz hacia Nueva Gerona. Sus ocupantes, vestidos con el uniforme de presos, no iban armados. Horas después  200 soldados y 40 agentes del Buró de Investigaciones se desplegaban en abanico por todos los ámbitos de la isla en busca de los prófugos. Aseveraron las autoridades haberles dado muerte. Pero el cadáver de «El Chino» Prendes nunca apareció.