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La tragedia de Julen y el poder de un imposible

Luego de 13 días en vilo, los rescatistas no pudieron encontrar con vida al pequeño de dos años. Foto: Paco Puentes.

“Última hora: Julen localizado muerto en el pozo de Totalán en Málaga” fue el veredicto que selló 13 días de espera, luego de que un pequeño de dos años cayera a un pozo de 100 metros de profundidad, el pasado 13 de enero. Desenlace trágico, la demostración triste de que la vida a veces es demasiado dura. No pudieron el tarot, ni las vigilias, ni la abnegación y el trabajo contra todo riesgo de los mineros. Tampoco la precisión de las cuatro microvoladuras que a toda costa lucharon por arrancarle a la madre tierra al pequeño, ni el dolor de los millones de madres y padres que pudimos llegar a sentir a Julen como un hijo.

No se sabe aún cuándo ni cómo murió, pues en este momento está en curso la investigación, pero este sábado en la madrugada (hora de España) se supo finalmente que el niño de dos años estaba muerto. Más adelante, el delegado del gobierno de Andalucía anunció que, por la posición del cuerpo, se evidenciaba que había sido "una caída libre, rápida, hasta los 71 metros".

Termina así la pesadilla de la espera. Y aunque muchos en realidad sospechábamos el desenlace y no queríamos ni conocerlo (por el golpe de la precipitada caída, la deshidratación por la falta de líquidos y alimentos, o la falta de oxígeno en medio de la opresión de la montaña), lo cierto es que tenía que llegar el final. Tanto esfuerzo merecía al menos la calma de una madre que abraza a sus muertos y le lleva cada semana flores a su tumba. Crimen habría sido dejar al niño allí y no esperar el milagro, no armarnos de esperanzas para al menos decir que se hizo todo.

Como periodista y como madre he seguido la cobertura noticiosa con tristeza, y más de una vez me ha molestado el morbo y la recreación en el dolor de padres que con Julen pierden a su segundo hijo. Uno se pregunta hasta qué punto solidaridad compartida o sensacionalismo, en los medios y quienes los siguen. La desgracia de Julen ha adquirido una dimensión de espectáculo global que realmente deja pensando, pero que evidencia el valor que representa un niño para todos. Les confieso que me ha impresionado que un pequeño haya sido capaz de movilizar semejante operativo. Una operación de rescate sin precedentes que en apenas unos días  hizo una obra de ingeniería civil para la que hubieran hecho falta meses, un equipo de trece ingenieros, guardias civiles, bomberos, la Brigada de Salvamento Minero de Asturias, y todo, por un niño de dos años.

Todos hemos sido madres, padres, abuelos, hermanos, tíos. Y Julen era un bebé tragado por la tierra, y pidiéndonos auxilio. Un niño del que solo conocemos su bolsita de chucherías y el velocipedo que por siempre se quedará extrañándolo. Sé que hay muchos que esta mala noticia les cayó como un pesar en el pecho, porque de alguna manera continuaban aferrados a la esperanza.

El velocipedo de Julen, un símbolo que por años nos recordará a Málaga y esta tragedia. Foto: El Comercio.

Y uno se alegra tanta solidaridad compartida, pero, les confieso, también teme por los millones de niños en el mundo con historias profundamente tristes y silenciados por los medios de comunicación.

Ojalá, pensando estoy, y no hayan existido otros muchos Julen con un desenlace parecido y nosotros ni siquiera nos hayamos enterado. A veces no nos enteramos y mueren de hambre,  de malnutrición, de enfermedades quizás curables. Viene una película como Lyon y nos tira en la cara lo dura que es la vida de muchos niños hoy, y entonces, por un momento lloramos, y nos preguntamos dónde están los medios.  Me viene ahora a la mente, también, la famosa imagen del fotorreportero, que esperó a que el ave atacara al niño moribundo para tomar su foto.

Ojalá, los medios y los periodistas sepamos siempre cómo actuar ante historias como estas, y que nos falte el tino, porque, si algo ha demostrado el caso Julen, es que la humanidad se sigue aferrando a la esperanza, porque solo ella puede derribar cualquier imposible.