Tony Ávila monta “timbirichi” en el Yara

Solo cuando llega diciembre, con el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, la cola del cine Yara parece superar la larga fila de un domingo de Coppelia. Sin embargo, algo similar ocurrió este 23 de septiembre cuando Tony Ávila comenzó a brindar lo que él denomina un “concierto pueblo a pueblo” en el portal de la institución cultural.

El espacio estaba vacío y la mayor concentración de personas estaba en la acera del frente en espera del turno para tomarse un helado en familia o con los amigos. Algunos pasaban y, ante los instrumentos y micrófonos, preguntaban quién iba a cantar, hasta que apareció Tony Ávila y montó su “timbirichi” en la céntrica esquina de 23 y L, en la capital de Cuba. Se hizo difícil entonces discernir dónde había más gente, pero sí hubo algo claro, donde más se divertían era en el Yara.

En el marco de la celebración del noveno aniversario de su agrupación y los 500 años de La Habana, Tony interpretó temas como “Científicamente negro”, “La vida tiene sus cosas”, “Tiene que haber de to´”, “El fruto”, entre otras de sus populares canciones que el público tarareó y bailó. Apenas culminó la presentación del concierto, todo el que se sumó le pedía “Mi casa.cu” y “La choza de Chacho y Chicha”, de su disco En Tierra.

“Para los cubanos, donde estemos, y para Cuba”, se oyó entre claxons de almendrones y guaguas y el ajetreo de un domingo en el Vedado capitalino. Así comenzó una de sus más sentidas canciones, la que le canta a esta Isla y al amor que sentimos por ella, con sus virtudes y defectos, con sus hazañas y tropiezos.

Y allí los herederos –los que tenemos esta casa por fortuna, la que no cambiamos por ninguna y donde están las cosas que más queremos– la cantaron con Tony; sintieron a Cuba desde la música. Hubo quien se secaba las lágrimas y quien no levantó la vista del suelo durante toda la canción, como quien reflexiona sobre la grandeza de un país que también necesita cambios.

Fue un concierto libre. Usted decidía si cruzaba a la otra acera a hacer la cola del Coppelia, tomaba una guagua para regresar a casa, se conectaba a la Wifi o, sencillamente, se quedaba en el portal del Yara. No sé los demás, pero quien se decidió por la última opción fue feliz al hacer una parada por poco más de una hora junto a Tony, en medio del indetenible movimiento de 23 y L.

No importaba si los niños ya dormían en los brazos de sus madres o si los padres tenían que cargarlos para que pudieran ver, todos, absolutamente todos prefirieron cantar, bailar, llorar, reír, pensar con el timbirichi de Tony Ávila.