Esta es una historia, una experiencia individual pero de esas que son, a su vez, colectivas. Hoy mi mamá y mi papá hubiesen cumplido 46 años de casados. Pero más que el matrimonio como institución es un aniversario de un intenso bregar por la vida.
Hace dos años que mi papá no está físicamente. El Alzheimer, ese alemán que agrede la memoria, lo visitó. Jesús fue olvidando todo a su alrededor o casi todo pues a la única persona que reconoció, le regalaba sonrisas y flores (en las mañanas cuando se escapaba de casa) fue a Marlene. Así fue hasta su último aliento e instante de luz.
Los especialistas no me pudieron dar una respuesta científica al hecho de que cuando la enfermedad le iba arrebatando los recuerdos más preciados a mi papá, hasta apagar su vida, siempre tuvo presente a mi mamá. “No hay una explicación desde la ciencia pero si desde el sentimiento. Que tu padre no se olvidara de tu madre, que se aferrara a ese amor, fue su más importante batalla y esa se la ganó al Alzheimer”, me contaron los médicos.
Por eso insisto recordar cada año con mucha felicidad y nada de lágrimas este aniversario. En los tiempos en que vivimos hay que celebrar por encima de todo que ni la muerte pudo con el compañerismo, la complicidad, la construcción humana... en fin, eso que llaman, como lo definió el cantor, “amor para vivir”.