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Silicon Valley se alía con las farmacéuticas

sillicon-valley_PLYIMA20Dos acuerdos recientes acaban de revelar que la industria tecnológica y la farmacéutica hacen buenas migas. Y esto, según Evgeny Morozov, intelectual y autor del libro El desengaño de Internet, podría acarrear más peligros que buenas intenciones. Cubadebate reproduce el artículo que el investigador ha publicado en The Guardian:

Las posibilidades de que, en unos pocos años, la gente sería capaz de recibir asistencia sanitaria básica sin interactuar con una compañía de tecnología, se hicieron considerablemente más pequeñas después de los recientes anuncios de dos asociaciones interesantes, pero no del todo impredecibles.

Una es entre Alphabet, la compañía matriz de Google, y el gigante farmacéutico GlaxoSmithKline. Los dos se han puesto de acuerdo para formar una compañía a un costo de 715 millones de dólares para centrarse en el nuevo campo de la bioelectrónica, lo que implica el desarrollo de implantes eléctricos en miniatura capaces de tratar una serie de enfermedades crónicas.

El otro anuncio fue el resultado de un importante estudio de marcadores genéticos asociados con la depresión. Fue el producto de la colaboración entre 23andme, una empresa para el estudio de la genética respaldada por Google, y Pfizer, un gigante de los productos farmacéuticos. Se trata del mayor estudio de este tipo, sobre la base de datos de ADN de más de 450.000 clientes de 23andMe, una escala muy útil para empresas como Pfizer.

Ambas colaboraciones se basan en una lógica aparentemente sólida: las empresas de tecnología tienen grandes cantidades de datos personales nuestros, pero saben muy poco acerca de la salud y no tienen mucha credibilidad en esa industria – con el público o con los reguladores.

Esta tranquila – no contradictoria – coexistencia de lo viejo y lo nuevo en la industria farmacéutica describe un compromiso tácito que pronto podría surgir en otros lugares, desafiando a las renegadas credenciales de las empresas de tecnología. Después de todo, Silicon Valley construyó su legitimidad al proclamar un ataque frontal contra el viejo capitalismo, dominado por empresas moribundas que han llegado a ser demasiado complacientes para ser capaces de innovar y beneficiar a sus clientes. Estas empresas debían ser “disrumpidas”, y un nuevo, más amigable tipo de capitalismo estaría mucho más cerca de servir al consumidor – y a las tarifas que estarían fuertemente subvencionadas por la recolección de datos de carácter personal.

De hecho, pocos han encontrado maneras inteligentes de obtener valor de los datos – en especial como Google y Facebook, pero todos lo han dividido con el mercado de la publicidad online. En general, esta obsesión con la publicidad se deriva de la incapacidad de las empresas de alta tecnología para competir en los mercados como energía, alimentación, agricultura o seguros, que tienden a ser mucho más complicados que la publicidad y conllevan altos costos.

En retrospectiva, parece obvio que los jugadores mejor posicionados para tomar ventaja de todo lo de los datos son precisamente los guardianes del viejo capitalismo, como GSK y Pfizer. El relato de Silicon Valley de la disrupción permanente y omnipresente ya no es muy creíble – hemos visto la reciente capitulación de Yahoo, alguna vez el niño mimado de la revolución digital, ante Verizon, una firma establecida que se asocia comúnmente con empresas del viejo e ineficaz capitalismo que Silicon Valley estaba destinado a disrumpir (por si acaso, Verizon también es propietaria de AOL, otra estrella caída de la industria de Internet).

El error cometido, hace una década, por muchos observadores de la industria de la tecnología era pensar que las empresas de Silicon Valley disrumpirían a cualquier otra industria con la misma facilidad con que habían disrumpido el negocio de la venta de música, de la publicidad, o de las noticias. Esto no sucedió: entrar en industrias altamente reguladas, tales como la salud, las finanzas o la energía les resultó difícil a las empresas conocidas por su arrogancia, desobediencia y el desconocimiento de la especialización de esa industria.

La estrategia habitual de las empresas de tecnología de “movimiento rápido y con capacidad para disrumpir cosas”, como dijo Mark Zuckerberg, podría tener consecuencias triviales en la publicidad; en otros campos, sin embargo, una estrategia de este tipo podría ser letal. La caída espectacular de Theranos – una de las favoritas de Silicon Valley para hacer pruebas de sangre y que cayó en el descrédito a pesar de su cotización en 9 mil millones de dólares – es una prueba de que las promesas de innovación no se traducen fácilmente en innovación.

El transporte es, quizás, una zona donde la industria de la tecnología todavía puede dar una buena pelea – sobre todo porque las empresas descubrieron que la grandes cantidades de datos que habían acumulado podrían ser utilizadas para desarrollar vehículos auto-conducidos. Pero incluso allí las firmas tecnológicas hacen alianzas sorprendentes con jugadores establecidos. Google, que ha desarrollado las tecnologías más avanzadas, se ha vinculado con Fiat Chrysler para el desarrollo de las minivans auto-conducidas.

Los grandes actores de la industria del automóvil también están invirtiendo fuertemente en inteligencia artificial. Toyota anunció que invertirá mil millones de dólares en los coches autoconducidos durante los próximos cinco años. Y un consorcio de fabricantes de automóviles alemanes, después de haber pasado unos años durmiendo al volante, ha reconocido la importancia de los datos y adquirió lo que quedaba del negocio de mapas de Nokia .

Teniendo en cuenta el número de veces que las empresas de Silicon Valley han dejado de cumplir su promesa de disrumpir a una industria, no es difícil ver por qué todavía se cubren con su manto revolucionario. Google se alzó con la promesa de ser una revolución de energía y vida inteligente, pero sus fantasías con el diseño y el uso intensivo de datos no han logrado convencer a los consumidores.

Una vez que estalla el relato de la disrupción,  Silicon Valley se despierta a una verdad desagradable: en lugar de marcar el comienzo de un nuevo tipo de capitalismo flexible que nos libraría de las empresas gigantes, derrochadoras y jerárquicas, pueden estar haciendo que el tipo de capitalismo que afirman despreciar sea mucho más resistente, dinámico y – una última ironía – difícil de disrumpir.

Las empresas de tecnología son las puertas de entrada a través de las cuales, con una apariencia inocente, el capitalismo "amigable" está penetrando en aquellas partes de nuestras vidas – y cuerpos – que, por razones éticas o políticas, anteriormente estaban fuera de sus límites. Podríamos resistirnos a tragarnos sensores de acaparamiento de datos electrónicos entregados a nosotros por las empresas farmacéuticas o de seguros, pero si Google nos los da – ¡gratis! –, ¿por qué no? Para meterse en la cama con el mundo de los datos, el capitalismo se puso en una posición en la que cualquier persona que se opone a esto, parecería que está en contra del camino del progreso científico y tecnológico.

En el mejor de los casos, los empresarios de tecnología son cínicos racionales que están a punto de hacer dinero sin importarles cómo el resto del mundo vive y trabaja. No les haría ninguna diferencia que el mundo esté dirigido por JP Morgan y Goldman Sachs o por bancos locales cooperativos, siempre y cuando utilicen los datos de Silicon Valley y la infraestructura de la red.

En el peor de los casos, sin embargo, son idiotas útiles que simplemente, habiendo llegado a creer en su misma elevada retórica, realmente creen que están socavando a las estructuras de poder arraigadas y empoderando al individuo. Podrían dejarlos dormir bien de noche, pero a las estructuras de poder arraigadas no les importa en realidad la vida de la gente.