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La nueva moda de los nadadores olímpicos: ¿Por qué usar doble gorro?

La estadounidense Katie Ledecky celebra la medalla de oro arrojando al agua uno de sus dos gorros (Martin Meissner / AP).

La estadounidense Katie Ledecky celebra la medalla de oro arrojando al agua uno de sus dos gorros (Martin Meissner / AP).

¿Qué tienen en común Michael Phelps, Katie Ledecki y Katinka Hozzsu, además de ser los reyes de la alberca olímpica en Rio-2016? Un doble gorro de silicona que se antoja la nueva moda contra el rozamiento en la natación.

Al parecer, ya no basta con depilarse hasta las fosas nasales o adherirse trajes de baño que reducen la fricción del agua a niveles ridículos, pues tritones y ondinas se apresan el cráneo con par de gorros, como si tampoco uno fuera lo suficientemente ajustado.

El uso del doble gorro intrigó a la afición olímpica casi tanto como los moretones que motean el lomo de Phelps, pero al parecer las ultramodernas gafas de agua son más procilves a resbalarse que las antiguas.

Según Dave Salo, entrenador del equipo olímpico de Estados Unidos, el gorro de adentro es de látex, que tiende a arrugarse, mientras que el exterior, de silicona, garantiza la lisura aerodinámica necesaria para escamotearle milésimas al cronómetro.

Tales modas obligan a preguntarse cómo demonios ganó sus coronas olímpicas aquel hippy melenudo, velludo y mostachón de Mark Spitz, cuyos tiempos, también es cierto, distan años luz de los registros habituales en cualquier fase eliminatoria.

Al respecto, la natación fue pionera en el "doping tecnológico", al punto que el traje LZR Racer, diseñado con asesoría de la Agencia Aeroespacial de Estados Unidos (NASA), fue prohibidos, entre otras razones porque no todos podían permitírselo.

Dichos trajes comprimían el cuerpo de manera que lo hacía más hidrodinámico, gracias al uso de microfibras de nylon y elastano muy entretejidas, que reducía la vibración del cuerpo, favorecía la oxigenación de los músculos y resistía al cloro de las piscinas.

Aquel portento tecnológico costaba casi 500 dólares por unidad, y en los Olímpicos de Beijing-2008 el 98 por ciento de los medallistas usaba el polémico LZR, lo cual desató una andanada de críticas contra la Federación Internacional de Natación.

Al año siguiente, en los Mundiales de Roma, fueron rotas 43 plusmarcas mundiales, que un eventual retorno a los bañadores textiles jamás podrían mejorar, así que en 2010 acabó el reinado de dos años de las trusas de alta tecnología.

(Con información de Prensa Latina)