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“En Liberia vi desaparecer a familias enteras”

Dupuy (en primer plano) durante la visita a un hospital en Liberia.

Dupuy (en primer plano) durante la visita a un hospital en Liberia.

Juan Carlos Dupuy Núñez es uno de esos hombres a los que la vida y su profesión los obligan a jugarse la vida en beneficio de otros. Es médico, es cubano, y esa combinación deriva en un altísimo sentido de la solidaridad.

Graduado en 1991, Dupuy ha trabajado en laboratorios clínicos e hizo un Diplomado en Gerencia en Salud, que ha sido su especialidad. Actualmente se encarga de atender los 13 hospitales de Villa Clara en la Dirección Provincial, y su expediente internacionalista da cuenta de seis misiones: cuatro de emergencia (Guatemala, Perú, Paquistán y Liberia), una de Servicios Médicos Cubanos en Nigeria y un Programa Integral de Salud en Eritrea.

Fue justamente en Liberia, contra el ébola, donde debió enfrentar el combate más peligroso de su existencia. Allí, donde la gente se moría a montones, llegó en octubre de 2014 y no volvió hasta marzo del año siguiente, con el orgullo del deber cumplido. Antes de eso, jamás había vivido una experiencia tan conmovedora.

“Vi gente muriéndose y vi gente muy contenta porque sobrevivía. Vi niños quedarse sin padres y familias enteras desaparecer. Me acuerdo que en una ocasión estuve en una sala con ocho personas y solo dos de ellas sobrevivieron. Eso sucedió al principio. En la medida que fuimos diagnosticando y tratando oportunamente los síntomas de la  enfermedad, la letalidad fue menor. Los pacientes llegaban mucho más rápido a las Unidades de Tratamiento de Ébola (UTC), que era donde trabajábamos los cubanos, y podíamos ponerles hidratación precoz, medicamentos que combatieran la posible infección y la malaria. La esencia era prevenir la enfermedad tempranamente para tratarla oportunamente, porque el porciento de mortalidad es muy alto en caso de diagnóstico tardío”.

¿Tuviste miedo de infectarte?

-Tenía mucho miedo y lo he dicho siempre. Nosotros le llamamos al ébola el “enemigo invisible”. Es una enfermedad que se transmite por contacto directo, pero sin descartar las vías respiratorias. El virus entra por los oídos, los ojos, la boca, la nariz; es decir, por las mucosas. Por eso es esencial lavarse las manos constantemente, entre 40 y 60 segundos, que es lo que no hace casi nadie. La clave es la higiene. El miedo se fue perdiendo con la confianza que nos dio el tiempo, por la preparación. Mis amigos me decían que si algo bueno yo tenía era el ser muy meticuloso. Pero los dos primeros meses fueron muy estresantes. A diferencia del personal médico que permanecía en las UTC, nosotros teníamos que hacer muchas gestiones fuera de allí, sin traje. Nos tomábamos la temperatura diariamente con equipos infrarrojos, al entrar y salir de las unidades y de los dormitorios. Pero los que llegamos resistimos los seis meses, y solo sufrimos dos bajas médicas, por hipertensión arterial.

¿Cómo te seleccionaron para ir a Liberia?

-Ya tenía una experiencia acumulada. Yo pertenezco al contingente médico Henry Reeve, que se creó el 19 de septiembre de 2005 para atender a las emergencias relacionadas con desastres naturales como huracanes, lluvias intensas y deslaves. Mi primera salida como parte de esa brigada fue días después de su fundación, rumbo a Guatemala, afectada por la tormenta Stan. Tras estar como 15 días allá, me llamaron urgente para presentarme en La Habana porque había otra misión para nosotros, que terminó siendo Paquistán. Allá se había producido un terremoto devastador que provocó miles de muertes y afectaciones. Paquistán solicitó ayuda internacional y nosotros acudimos a lo que denominamos “nuestro bautismo de fuego”. Fuimos aproximadamente 2500 colaboradores (médicos, enfermeros, técnicos de la salud y personal de apoyo), se atendieron más de un millón 800 mil casos, se realizaron 14 mil 500 operaciones y un grupo significativo de asistencias relacionadas con la Rehabilitación. Estaba como jefe de misión en Arabia Saudita, contratado por la modalidad de exportación de servicios médicos cubanos, y recibíamos preparación cuando surge la emergencia del ébola en tres países de África Occidental: Liberia, Sierra Leona y Guinea Conakry. Me preguntaron por mi disposición de ir, dije que sí y me enviaron allá. Lo único que conocía de ese país era que existía un futbolista nombrado George Weah y que Michael Jackson tenía una canción llamada “Liberian Girl”.

¿Te habías arriesgado tanto antes?

-Nunca. Uno acude a otras misiones y siempre ‘se la juega’ al final de cuentas, pero el riesgo está más controlado. El ébola es muy letal. Alrededor del 80 o el 90 por ciento de quienes lo contraen, mueren. Nosotros nos preparamos en el Instituto de Medicina Tropical “Pedro Kourí” con el profesor Jorge Pérez y su equipo, así como en la Unidad Central de Cooperación Médica, dirigida por la doctora Regla Angulo. Incluso vinieron expertos de la Organización Mundial de la Salud, provenientes de los países afectados, a darnos un entrenamiento intensivo de más de dos semanas. Así que adquirimos mucho conocimiento sobre el tema, pero el peligro de contagio siempre está latente.

¿Qué funciones desempeñaste allá?

-Fui como coordinador del grupo y salí primero que el resto de los colaboradores, junto con el segundo jefe de misión (vicecoordinador), un logístico y un económico. Organizábamos los turnos de trabajo, las condiciones, revisábamos las historias clínicas. Al inicio visitábamos la UTC donde trabajaría la Brigada Médica Cubana, incluyendo la revisión de los flujos, sobre todo en la zona roja. Llegamos allí como una avanzada para crear condiciones para el resto de los que irían. Y te digo: cuando uno llega y ve ese panorama horrible, se asusta. Llegamos con la epidemia en pleno apogeo. Encontramos una cruz marcada en cada casa donde había infectados.

¿Y eran la mayoría de las casas?

-No eran muchas, pero las calles estaban desiertas en la misma Monrovia. En los tres países donde estuvimos los cubanos, el Ébola alcanzó las capitales y por eso hubo tantos fallecidos (cómputo total: 10 mil fallecidos y entre 20 y 25 mil infectados). En Liberia fue especialmente letal (alrededor de un 60 por ciento de mortalidad, el más alto de los tres países). En la Unidad de Tratamiento de Cuba tuvimos un 45 por ciento de letalidad por ébola, que es un buen indicador a nivel mundial, y un 2º por ciento de mortalidad general. Los ingleses tuvieron más peso en Sierra Leona, Francia en Guinea Conakry y Estados Unidos en Liberia. Hay que decir que la presencia de Estados Unidos en Liberia fue grande, decisiva. Trabajamos perfectamente junto a los norteamericanos. Todo fluyó con mucha ética y mucho respeto.

¿Y cómo se comportaron los liberianos con ustedes?

-Mostraron mucho agradecimiento. La presidenta del país, el canciller y otros funcionarios nos reconocieron mucho. Pero el pueblo, todavía más. La población nos buscaba hasta para tratar otras patologías como el paludismo, la diabetes y la hipertensión.

¿Extrañabas mucho a la familia?

-Sobre todo extrañé a mi niño pequeño y a mi mamá. A él lo dejé con seis meses y cuando volví, ya tenía un año. Lo cierto es que la familia y las amistades nos apoyaron hasta el final, por eso guapeamos y pudimos salir airosos. Al salir de Cuba me llevé muchos amuletos que me dieron y todavía los conservo. Hubo mucha gente que oró por nosotros y lo agradecimos enormemente.

Se ha hablado de darle el Premio Nobel de la Paz a la Brigada Henry Reeve...

-En medio de la crisis del Ébola, la OMS se reunió en Ginebra con los equipos extranjeros, como ellos los llamaban, y se destacó la actuación de Cuba, única nación que como país envió brigadas médicas. Creo que otorgarle ese premio sería un justo reconocimiento a la medicina cubana, no solo por esta misión, sino por las más de 30 salidas que ha tenido el Contingente Internacional Henry Reeve en la práctica.