- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

Equilibrio

subte (2)

Foto: Kaloian.

No sé su nombre ni su edad, pero parece de 8. Son las 11 de la noche de Buenos Aires que se me antojan las 9 de La Habana. Vamos en el mismo vagón de subte, como llaman en Argentina al metro subterráneo, y al que yo llamaría íntegramente así si no fuera porque lo que me parece una forma cariñosa de llamarlo es ya oficial, legitimada además por una señalización redonda en cada boca con el color correspondiente a la línea. El A azul, el E morado, el B rojo y así. Voy en el E, que me conduce a Entre Ríos y San Juan, en el barrio de San Cristóbal.

Lo había visto subir un par de estaciones después que yo y esperé al adulto detrás, ya que no subió antes. Pero no subió un adulto ni subió nadie. “Morochito”, como dicen, ojos rasgados, cachetes sucios, quemados como de frío, mugre en las uñas de pobre. Lleva un abrigo roto y una mochila. La gente lo mira sin volverse, entornando apenas un poco los ojos… los que al menos miran. En el vagón de un subte se lee una pantalla de teléfono, un periódico o un libro; se duerme, o se mira a través de las ventanillas como si el paisaje devolviera algo distinto del túnel oscuro que es. Algunos no lo mirarán por costumbre –pienso–, por ser parte de lo cotidiano; otros por pena, por esquivar la torsión de algo en el pecho.

Yo soy extranjera. Miro casi con indiscreción, y pienso si mi rostro dice algo, como lo que leyó en él un mendigo de la plaza Miserere que se sentó frente a mí a contar su drama y, sin que yo hubiera abierto la boca, se detuvo para preguntarme si hablaba español. “Es que a veces los extranjeros no entienden”.

El niño se agacha para abrir la mochila que puso sobre el piso. Saca unos pomos plásticos llenos de agua. Gatorade. Unos cuatro pomos abollados, con sus tapas de colores vivos y diferentes. Empieza a lanzarlos al aire, poco más arriba del metro y tantico que alza él mismo desde el suelo. Luce un poco torpe, y hace malabares en un vagón que se mueve. Cosa difícil: tiene que empezar por equilibrarse él mismo, buscar un centro de gravedad, anclarse, y concentrarse entonces en el primer pomo que lanza. Ahí el segundo. El tercero... Pero por momentos los rieles no son perfectamente estables y el vagón mismo se tambalea. Él pierde el equilibrio suyo y el de los pomos. Se le caen aparatosos; uno sobre su cabeza que parece de 8 años que nadie mira o que miran algunos sin volverse, entornando apenas un poco los ojos.

Son las 11 de la noche de Buenos Aires, que se me antojan las 9 de La Habana. Y se me antoja que para él es un día más adelante, o dos, o más días… ahora me parece un ancianito metido en un cuerpo de 8 años, con décadas trágicas en la memoria, con heridas de aspereza, viviendo días-cuentagotas, acelerados, que se van vertiginosos entre lanzar un pomo de Gatorade y otro, entre subir a un vagón que se desequilibra y pasar la mano sucia palma arriba esperando un billete o una moneda, para él o para alguien más, delante de quienes lo miran sin volverse, entornando apenas un poco los ojos; y también de quienes no lo miran por costumbre, porque es parte de lo cotidiano, o por esquivar la torsión de algo en el pecho o por estar leyendo una pantalla de teléfono, un periódico o un libro; durmiendo, o mirando a través de las ventanillas como si tal cosa.