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Cuba-EEUU: Estamos viendo la reconfiguración de un nuevo escenario de batalla

Pedro Miguel, editorialista de La Jornada. Foto: Ariel Montenegro/ Progreso Semanal.

Pedro Miguel, editorialista de La Jornada. Foto: Ariel Montenegro/ Progreso Semanal.

Por Disamis Arcia Muñoz

Firma sus trabajos con un escueto Pedro Miguel. Como si sus apellidos no fueran importantes o relevantes para el lector que, prácticamente desde su fundación, se ha acercado a las páginas del periódico La Jornada, una de las pocas voces independientes y críticas que en suelo mexicano continúan soñando, obstinadamente, en la posibilidad de una sociedad mejor. Progreso Semanal aprovechó una corta visita suya a La Habana, para conversar acerca de esta experiencia mediática tan sui géneris en el continente, su pasado y presente inmediato.

¿Qué significa que exista un medio como La Jornada, en el contexto digital regional?

Yo diría, qué significa la sobrevivencia de La Jornada, porque la historia de La Jornada es una historia de sobrevivencia a contrapelo de los grandes poderes políticos, mediáticos y económicos del país. Es decir, somos un medio de resistencia, un medio que se ha formado en la adversidad y en el boicot económico, mediático y político. Desde que nacimos hemos sido incómodos a los poderes.

Surgimos para confrontar, para darle contrapeso al proceso de oligarquización del país, de implantación del modelo neoliberal. Ya lo veíamos venir desde 1984 -que es cuando aparecimos en la circulación- y además veíamos una sociedad y un poder monolítico, hegemónicos, de partido único que estaba siendo puesto al servicio de una oligarquía y veíamos la necesidad de la democratización, del pluralismo, y sobre todo la necesidad de retratar a una sociedad. En los medios de comunicación no se hablaba de sectores de la sociedad que sin embargo existían. No aparecían los indios en la foto, no aparecían las mujeres, los sindicatos independientes, las minorías sexuales. No aparecían los académicos, no aparecían los artistas. Queríamos romper esa foto oficial para incorporar a sectores que no estaban de ninguna manera representados en el retrato del gobierno. Siguen sin estar, a 30 años siguen sin estarlo.

Creo que somos un milagro, porque no se ha podido reproducir la experiencia en otros entornos, en otros países, o en México mismo. Surgimos como un medio de la sociedad, para la sociedad, independiente del poder, y cuando digo independiente no solo quiero decir administrativamente independiente, sino también ajeno a las redes de complicidad y connivencia que han vinculado siempre al poder público en México con canales de televisión, con estaciones de radio, con periódicos. Siempre ha habido un intercambio de favores oscuro, indecente, entre la prensa y el gobierno. Siempre ha habido compraventa de silencios a cambio de canonjías y nosotros para eludir esto hicimos… bueno, y para eludir también la posibilidad de que el poder empresarial secuestrara la línea editorial y lo pusiera al servicio de sus intereses.

Queríamos evitar eso y para lograrlo hicimos una estructura, muy rara, en la que incorporamos a unos 5 000 ó 7 000 accionistas de muy poquito dinero cada uno y repartimos las acciones entre estudiantes, artistas, amas de casa, obreros, organizaciones campesinas, organizaciones obreras, grupos de académicos, incipientes ONGs que comenzaban a surgir en ese momento. Atomizamos la propiedad y además nos blindamos creando un grupo de periodistas que creo que son 250, que son los únicos que tienen voz y voto, son el grupo fundador. De modo que un inversionista puede comprar –si quiere– 10 millones de dólares en acciones de La Jornada, que no tiene ninguna capacidad de incidir en la línea editorial.

Este es el modelo, yo pensaría que es un modelo bastante obvio, pero el hecho es que no se ha podido reproducir en México, ni fuera de México, y por lo tanto yo digo que somos una excepción, un milagro.

¿Se han hecho algunos intentos o se han acercado a La Jornada desde otros países, otras organizaciones con la intención de reproducir la idea?

Sí, concretamente de Guatemala hubo un grupo que quiso organizar algo así. Se ha pensado en aplicar la idea en los Estados Unidos, es muy difícil hacerlo, pero no lo hemos abandonado; y dentro de México está la reproducción de la idea en otros estados. Allí ya tenemos una docena de ediciones locales que operan como franquicias un poco, o sea, que operan reproduciendo la idea de estructura administrativa y publicando la parte principal de La Jornada como un suplemento de una edición local, de contenidos locales.

Desde el punto de vista de los contenidos por los que apuesta La Jornada, ¿qué usted cree que ha ofrecido o propuesto el periódico en el contexto latinoamericano actual?

Una visión del mundo y una ideología, porque la línea editorial es ideología traducida a un medio, es la expresión mediática de una ideología. Hoy en día está muy de moda execrar la ideología, decir que es mala; decir que los medios tienen que ser objetivos, como si se pudiera. No existe semejante idiotez, porque ya el hecho de construir una primera plana implica un ejercicio de subjetividad, porque tú estás diciéndole a los lectores qué es lo más importante que ocurrió en tu país y en el mundo en las 24 horas previas. Y cómo jerarquizas esa importancia si no es a partir de esa visión del mundo, con una propuesta de sociedad, de política, de economía, de relaciones sociales, etcétera.

Nosotros hemos dado una visión del mundo, que es la visión del mundo de las colectividades, del yo colectivo por encima del yo individual, de los movimientos de resistencia –los llamaban altermundistas, después fueron los indignados, los “ocuppy Wall Street”… etcétera- cubrimos los grandes movimientos sociales de México, sin renunciar a la veracidad, y la veracidad es un problema de honestidad.

Cubrimos la organización social autónoma que surgió después del terremoto de 1985, teníamos un año exacto de fundados. Cubrimos los movimientos estudiantiles del 86-87, en un entorno mediático en el que las organizaciones sociales, los promontorios de poder ciudadano popular, eran vistos como delictivos, como lúmpenes, como marginales, etcétera, por el gran grueso de los medios. Cubrimos la campaña de 1988, que ganó Cuauhtémoc Cárdenas, el fraude subsecuente que puso a Salinas de Gortari en la presidencia. Le dimos una cobertura particular al Período Especial en Cuba, dimos testimonio de la gesta de un país, que era mucho más que un gobierno, la gesta de un país por mantener una distancia y una independencia y reclamar un modo propio de desarrollo que no era el que estaban imponiendo por todo el orbe los poderes políticos económicos del mundo.

Y en ese proceso fuimos congregando voces importantes de la opinión pública internacional. Chomsky es un colaborador nuestro, Emir Sader colaboró con nosotros, Naomi Klein ha sido colaboradora nuestra, Robert Fisk sigue siendo nuestro colaborador. Hemos tenido voces críticas que se dedican no solo a la información sino al análisis.

Creo que toda esta historia nos coloca en una posición en la que Wikileaks voltea a ver hacia nosotros cuando se lleva el primer desengaño, a fines de 2010, porque le entrega la información a cinco medios, que son medios empresariales y que en vez de difundir esa información, la censuraron.

Con esta trayectoria, Wikileaks nos ofrece la información y así entramos en la aventura de hurgar en aquello: de llevar primero la información a México y crear un equipo que investigue aquel mar de documentos, difíciles, áridos. Pasamos varios meses publicando casi todos los días información escandalosa, que tenía un potencial explosivo equivalente a diez Watergates. El problema es que, a diferencia de Watergate, en México ninguna autoridad fue destituida, porque ningún otro medio se sumó al trabajo de La Jornada. Nos enfrentamos a un muro de silencio, éramos los únicos que hablábamos de eso, y bueno, en eso estamos.

¿Cuál es su visión, como periodista que ha seguido de cerca la realidad cubana en todos estos años, de este proceso de acercamiento entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba?

Mira, a mí me parece que es un motivo de celebración, el deshielo, porque Cuba merece ese deshielo, porque se lo ha ganado, porque hay más de medio siglo de hostilidad económica y no solo económica. Pero tampoco creo que debe haber demasiado optimismo, en el sentido de que el orden de relaciones que viene será el próximo escenario de batalla. A mí me parece que pensar otra cosa sería muy ingenuo. Estados Unidos quiere algo y quiere desaparecer la condición de Cuba como una propuesta alternativa de sociedad y hasta de civilización.

Lo que estamos viendo es la conformación de un nuevo territorio de batalla, más amable, menos hostil que el bloqueo y que el boicot y que el sabotaje, y todo este horror que hemos vivido. Pero hay que tener claro que con esta nueva configuración de las relaciones, Estados Unidos busca someter a Cuba. De otras maneras, creo que Cuba también gana, porque puede buscar influir en el escenario político, social y económico de los Estados Unidos y presentarse como alternativa. Yo no sé si Cuba está mentalmente preparada para esto, para asumir que así como Estados Unidos va a influenciar en la isla, Cuba puede influenciar en la superpotencia. Los términos son más equitativos, por eso lo celebro. Este deshielo no es solo un deshielo entre Cuba y Estados Unidos, yo creo que también es un deshielo de Estados Unidos consigo mismo, y debe ser un deshielo de Cuba consigo misma. Esto los coloca en la necesidad de revolucionar mentalidades, visiones del mundo, etcétera, para estar en condiciones de seguir peleando en el nuevo escenario y ganar.

(Tomado de Progreso Semanal)