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Belén Gopegui y la casa que no se rinde (+ Video)

La escritora madrileña Belén Gopegui. Foto: Jairo Vargas/ Público.

La escritora madrileña Belén Gopegui. Foto: Jairo Vargas/ Público.

Por Marta Peirano

"Lo malo de las personas tímidas que estamos asustadas es que acabamos asustando a los demás", dijo Belén Gopegui al comenzar su Código Fuente Audiovisual, un formato clásico del festival español Zemos98 que consiste en contar una historia a través de una selección de vídeos mientras sonaba de fondo una versión del agua podrida del cantautor uruguayo Leo Masliah.

En el escenario, las personas tímidas se suelen disfrazar de arrogantes pero la intervención de la escritora madrileña estuvo tan llena de calidez, inteligencia y modestia que generó una nube tóxica de pura empatía. Cuando acabó, la sala se había puesto en pie y ella no sabía dónde meterse. Al final, se escondió detrás de una cortina, asomándose de vez en cuando, como de perfil, deseando claramente que se la tragara la tierra. Y allí se quedó hasta que acabaron los aplausos y todo el mundo se fue a cenar.

El tema que eligió Gopegui, autora de culto de la nueva izquierda y miembro emérito de Fundación Robo, fue la resistencia como un subgénero de la ficción, una herramienta poderosa que a veces sirve como vehículo para los grandes valores y otras, cada vez con más frecuencia, sirve como vehículo para los intereses y los valores del capital. "Podemos escalar los Acantilados de la Locura y hacer de la ficción un lugar compartido desde el cual no rendirnos, sino reconfigurarnos y avanzar". Con una selección de películas bonitas, "no de amor ni muy tristes sino películas de esfuerzo y de dignidad colectiva", Gopegui propone varios modelos, empezando por su favorita, la casa que no se rinde.

La casa que no se rinde

"Mi punto de vista es que necesitamos lo bonito, pero también el sentido crítico de saber qué hay detrás de lo bonito". En  Vive como quieras, Frank Capra -el rey de lo bonito- presenta a un viejo excéntrico que comparte casa con varios hipsters de los años 30 y que se niega a vender su casa a un empresario. En Step Up 4: Revolution, una banda de posibles delincuentes aficionados al baile impide que tiren abajo su barrio para levantar un puerto deportivo con furiosas coreografías y un romance prohibido con la hija del inversor.

Son películas bonitas pero que dicen mentiras peligrosas: que David siempre gana a Goliath, el dinero no es lo importante y el capitalismo no es totalitario, puede pararse a reflexionar. Pero la verdad es que el empresario nunca deja de serlo y "se puede dar el capricho de no derribar esta casa pero a cambio derribará otras tres en algún otro sitio". Como compensación, ofrecen una verdad que Belén llama "la verdad de la armónica" y es algo que el capitalismo no puede destruir: "Tocar la armónica juntos en un sitio donde no nos echen".

Gopegui cita La industria de la conciencia donde Hans Magnus Enzensberger decía que "la conciencia puede ser inducida y reproducida industrialmente pero no puede ser industrialmente producida, porque la conciencia es fruto del diálogo. La conciencia es un producto social que puede ser empaquetado y distribuido por la industria, pero no lo puede generar porque la imaginación es una estructura social y es un bien común".

Como ejemplo, el tránsito entre ambas producciones. En Step Up 4, los bailarines rebeldes reciben una oferta de Nike para protagonizar un anuncio que aceptan sin dudar. La historia de una comunidad acaba con un dispositivo que la desarticula, que es "poner la lucha al servicio de Nike. Otorgar a una multinacional el monopolio del reconocimiento". En 1938 todo el mundo gana porque se quedan en la casa; en 2012, todo el mundo gana porque todo el mundo gana dinero al final. Gopegui acaba esta sección con Nuestros maravillosos aliados, una casa donde el rico no cambia de planes. La historia de cómo salva la casa su comunidad de vecinos con ayuda de una camada de pequeños platillos volantes es uno de los momentos más hilarantes de este código audiovisual.

Ficción, mentiras útiles y verdades consoladoras

La ficción puede contener mentiras útiles y verdades consoladoras pero lo importante es el valor. "Sólo porque algo no sea verdad no significa que no puedas creer en ello", dice Robert Duvall en El Secreto de los McAnn. La segunda parte del código de Gopegui habla de otro tipo de historia bonita: la del colectivo pobre, desclasado y desastroso que triunfa sobre el privilegiado equipo rico, disciplinado y aparentemente imbatible. En The Great Debaters, una pequeña universidad de negros se enfrenta al equipo de debate de Harvard acerca de un tema que nos interesa; si la desobediencia civil puede ser un arma moral en la lucha contra la injusticia [Spoiler: ganan los negros pero no ganan realmente, porque su equipo de debate no es reconocido por la Ivy League].

En La soledad del corredor de fondo, aprendemos que ganar no tiene por qué ser positivo [Spoiler: el corredor corre no gana pero triunfa moralmente dejándose ganar]; en Cool Runnings Jamaica, unos jamaicanos deciden contra el sentido común competir con canadienses en un deporte en el que hay hielo y trineos. Y pierden pero cruzan la meta sin matarse, llevando su propio trineo al hombro como si fuera una virgen en feria o el ataúd de sus ambiciones.

Comentaba después Jaron Rowan que resulta interesante ver esta última sección desde el punto de vista municipalista, donde los nuevos partidos son el equipo desastrado que se enfrenta a la Ivy League y la victoria no es siempre ganar las elecciones o superar a la casta sino conseguir que sus estructuras no se conviertan en las nuestras. Hablaba también de la Hipótesis victoria, un concepto que se ha instaurado en movimientos sociales para mantener alta la moral y la participación de los interesados. Consiste en celebrar como victoria cada uno de los pasos que te lleva a tu objetivo, en lugar de vivir como fracaso todo lo que no sea ganar la carrera final. Por ejemplo: aunque el objetivo último sea eliminar la estructura que permite los desahucios, cada desahucio es una victoria.

Gopegui acaba su repaso con otros dos escenarios de gestión de conflictos. En Einstein and Eddington se cuenta cómo el británico Sir Arthur Eddington demuestra contra sus propios colegas newtonianos que Einstein -alemán- tiene razón. Y, de paso, que la verdad es un valor cambiante, igual que nuestro lugar en el mundo y no todo significa lo mismo siempre para todo el mundo. Finalmente, en Butch Cassidy and the Sundance Kid, dos hombres acorralados saltan por un acantilado hacia la libertad porque no les queda otro remedio. No son los acantilados de la locura, pero comprenden y compilan todo lo anterior con una frase que pronuncia Paul Newman para convencer a Redford de que, si saltan, los hombres que los persiguen no les seguirán: ¿Saltarías tu, si no tuvieras que hacerlo?

Para Gopegui, las películas bonitas son bonitas y necesarias, porque son las que nos dicen que sí, que nosotros saltaríamos aunque no tengamos que hacerlo. Y creerlo es necesario, aunque no siempre sea verdad.