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Días de Girón: Cerca de la explosión

Pedro Antonio Quintana, Mártir de Girón. foto: Archivo de Juventud Rebelde

Mártir de Girón.  Foto: Archivo de Juventud Rebelde

El Batallón de la Policía pasa por el central Australia y continúa rumbo a Pálpite, en dirección a Playa Larga. En ese momento se cruzan con unas cuantas ambulancias. Por la magnitud de los vendajes se ve que son heridas muy serías. La tropa sigue cantando: “Somos socialistas, pa´lante y pa´lante, vamos pa´ la playa, a acabar con los yanquis”.

Durante el traslado del Batallón a Playa Girón los combatientes cantan, hablan de sus familias y hacen bromas. Pedro Antonio Quintana, a quien siempre le ha escaseado el pelo, hace uno de sus chistes: “en el combate me voy a quitar la gorra para que vean la frente de Martí”.

A la entrada de Playa Larga encuentran un tanque destruido a la derecha, un camión y varias guaguas incendiadas que habían sido bombardeadas con napalm por la aviación enemiga. El comandante Rodiles da la orden al Batallón de avanzar hacia Playa Girón. Catorce kilómetros después, se reúnen con el capitán Carbó quien les indica que esa noche deben pernoctar en la carretera para, a la mañana siguiente, marchar al encuentro con el enemigo que estaba atrincherado en la entrada de Girón, después de abandonar Playa Larga.

Pedro apenas puede conciliar el sueño. Piensa en su hija, Ada María, fruto de su primer matrimonio en 1955. Por aquel tiempo él era mensajero en un almacén en la barriada de Marianao y no sería hasta agosto del 59 que, a solicitud propia y avalado por su trayectoria de combatiente clandestino, ingresara a la Policía Nacional Revolucionaria.

Su segunda esposa, Iraida López Peña, recuerda: “Pedro Antonio era muy bueno. Su mayor ilusión era tener un hijo varón. En muchas ocasiones decía que cuando nuestro hijo caminara, le iba a comprar un trajecito verde olivo y una pistola de juguete para que desde temprano fuera un soldado rebelde y siguiera sus pasos. Mi dolor más grande es que no haya podido conocer a nuestra hija”.

A la mañana siguiente se reanuda la marcha. En las inmediaciones de la curva próxima a Playa Girón estalla un mortero enemigo. Al disiparse la polvareda levantada por el proyectil, sus compañeros ven a Pedro tendido sobre la tierra amada, gravemente herido en la cabeza y en diferentes partes del cuerpo. Al percatarse de que la ambulancia no puede llegar hasta ellos, deciden trasladarlo, aún consciente, en una improvisada hamaca formada por dos fusiles entrelazados, pero es inútil; no han avanzado más de 20 metros cuando muere irremediablemente.

“El día 20 llegó el telegrama que anunciaba su muerte y decía que había sido enterrado en Jagüey Grande. El 16 de mayo lo trajeron para La Habana”, recuerda su esposa Iraida. Meses más tarde, el 30 de septiembre, nace su segunda hija Maricel Caridad Quintana de López, a la que nunca pudo conocer.