Presentación de Silvio Rodríguez, Niurka González, Trovarroco y Oliver Valdés en Párraga, Arroyo Naranjo; con Ricardo Flecha, Corina Mestre, Augusto Blanca y Víctor Casaus como invitados.
(…) Párraga fue lindo. Allí vivió casi toda su vida mi tío Lando (El Quiupe), y allí dejó este mundo con más de 90 años. Había muuuchos niños. Pueblo silencioso durante las canciones y aplaudidor en los finales. Se respiraba amor. Yo estaba un poco ronco, pero no creo que importara. Gracias, Párraga.
“Gracias, Silvio”, ya le habían adelantado en el barrio este viernes. Gratitud inmensa de todos, gratitud de Juana expresada en una breve carta.
Gratitud de algunos al cabo de la espera prudente para asegurar un lugar en primera “fila”, como la de Juan Carlos, fumando en su silla de ruedas. Como él, estuvieron muy pronto frente al escenario unas muchachas argentinas. “Bueno, con azúcar algo se le hace”, estimó el viejo después de probar de un sorbo el mate caliente que le ofrecieron. –Las esperas hacen comuniones–.
No eran ellas las únicas del sur: había, además, peruanos, chilenos… y un paraguayo sobre el escenario. Paraguayo de “Paraguahí”, que es como se llama en guaraní –por tanto, como se llama realmente– ese país “casi misterioso, del que pocos saben”, comenta el trovador que cumple 25 años de cantar, en esa la lengua de su tierra, el de los Karaí. Según la tradición, había tres clases de magos: los de las pócimas milagrosas, los de las artes de la guerra y los Karaí: los dueños de la palabra. Los más importantes y venerados.
No escribieron nada los guaraníes –no creyeron necesitarlo, la voz bastaba–, no dejaron grandes edificaciones: hicieron palabras, construyeron universos de sentido, un legado de viento. Como es, en última instancia, el de una canción.