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Julia Franck: Cuba como zona de tránsito

Habana Radio

Foto: Carlos Ernesto Escalona Martí / Habana Radio.

Julia Franck ha sido comparada, en casi cada escenario que pisa, con el Premio Nobel de Literatura Günter Grass. Tiene más de siete novelas publicadas y su nombre integra habitualmente las listas de lo mejor de la literatura alemana. Lo que se dice una carrera admirable, visto por arriba. Pero una carrera admirable no salva de los celos. Y Julia los sentía.

Su familia sufrió una especie de desgarramiento. Por un lado los parientes maternos practicaban el judaísmo. Por el otro, los paternos eran abiertamente ateos o protestantes.

Su nacimiento en la República Democrática Alemana y la posterior emigración a sus pocos años a la parte federativa le supuso una experiencia escolar llena de burlas. Sin embargo, nada de esto originó sus rencores, al menos no los declarados. Su hermana gemela fue todo lo que necesitó para crear con imaginación el mundo que quiso.

La historia más extravagante que puede recordar es la de su tía. A finales de los años sesenta conoció a un estudiante que hacía, como tantos otros, una especialidad en la porción socialista de Alemania. Y hasta Cuba siguió la tía de Julia a su amor. Que pronto dio frutos. Y ahí está la causa de la desazón de Franck: su prima, quien vivía en un mundo exótico, en una realidad que a una niña herida por la Guerra Fría parecía lo más maravilloso de la Tierra.

Y la maravilla ha resultado ser para nosotros la obra que Julia Franck presentó en la tarde de ayer en la Sala Nicolás Guillén de La Cabaña en el espacio Encuentro con… que conduce la periodista Magda Resik.

Zona de tránsito es, a la vez, una autobiográfica historia de familia, un thriller y un tratado político. El entramado lo conforman las historias de una madre que abandona la RDA con sus dos hijos, una violonchelista polaca que busca pagar a su hermano un mejor tratamiento para el cáncer, y un miembro del servicio secreto estadounidense obsesionado por el trabajo de la Stasi con los refugiados.

Como es sabido, en una relación una de las partes siempre se encuentra en desventaja. En el caso de Julia y Cuba, es la Isla quien sale ganando: mientras la autora alemana tiene en su visita la posibilidad de encontrar una parte lejana y misteriosa de su familia, y de dar con un nuevo (tal vez antiguo y desconocido solo por ella) manojo de lectores, este país obtiene la oportunidad de repensarse.

Zona de tránsito contribuye a la construcción de la memoria emocional alemana, especialmente cuando rehúye un ajuste de cuentas con la historia, que ante todo sería incierto e infértil.

La etapa de transformaciones que vive Cuba auxilia a Julia en la consecución de ese estado de cosas en el que cada cual recibe su merecido. La justicia poética es entonces la que encauza los acontecimientos. Y ya no es Julia quien busca recorrer los senderos de un pedazo del Caribe, sino que es su obra la que marca el camino de lo que deberíamos ver como proyecto de país.