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Institucionalidad, un strike a 100 millas por hora (+ Video)

Foto: Archivo.

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Todos entendimos inmediatamente dónde, cómo y quién. A fin de cuentas lo vimos por televisión o nos lo contaron en detalles: Demi Valdés, madero en ristre, agredió a Freddy Asiel Álvarez, luego de un pelotazo del diestro de Villa Clara... Lo que pocos entendimos —entendemos— fue por qué enigmático móvil un jugador de cambio protagonizó aquel cutre episodio?

No lo entendimos —entendemos— y menos aún la endeblez, el hacer tardo y timorato, la falta de transparencia y energía de la Federación Cubana/Comisión Nacional de Béisbol en el proceso de esclarecimiento y punición de los involucrados en el hecho.

Sabíamos que renqueaba —renquea— por dispares problemas nuestra pelota, pero aquel suceso nos dejó a sus amantes la amarga certeza de que sus manquedades, además de multiplicarse, habían saltado las líneas, habían brincado los límites, habían salido del diamante.

Movía a compasión, por aquellos días. Una memoria próxima y precisa de cómo fue, aún lejos de la perfección, podría decir que 20 años sí son muchos. Bastaría comparar la Serie Nacional de los últimos años del Siglo XX y los primeros del XXI, estructuralmente sólida, aunque susceptible de correcciones, con la última que coronó a Pinar del Río.

Eso, en lo formal. Porque en lo deportivo, un buen ejercicio sería comparar las selecciones nacionales de 1994, pongamos por caso, con la de 2014, con todo lo que ello implica. Para evaluar poco hay como los team Cuba, son el reflejo más exacto de la filosofía, la mentalidad y calidad del béisbol en su momento. Si bien, de aquella a esta parte sobrevinieron muchos lastres, los económicos en primer término, según lo veo, que cercenaron muchas —no todas— posibilidades de desarrollo del clásico doméstico.

Movía a compasión y, entonces, espeluznó. Y espeluzna. Sí, porque es una aberración que el tristemente célebre 17 de febrero de 2014 resulte tema, centro de atención, motivo de declaraciones, enmiendas y reseñas, vísperas de la XLIV Serie Nacional, cuando debió ser asunto zanjado y guardado —que no olvidado.

Se habla más de ello. Más que de la presentación de las nóminas, el análisis de las novenas con mayores opciones de avanzar a la segunda fase y clasificarse a los play offs, el cuestionamiento de qué talentos emergerán, cuáles se consolidarán o cuántos jugadores serán capaces de seducir, encandilar y llevar público a los estadios, ahora que muchos de nuestros mejores peloteros juegan allende los mares. Ello, más que asuntos estrictamente beisboleros.

Y espeluzna más, porque la grosera inclusión de Demi Valdés en el grupo de Matanzas con miras a la próxima temporada, resulta una afrenta al pueblo cubano y las instituciones deportivas —la Federación de Béisbol y el INDER, en primer término—, aún sin castigo o acción punitiva para los responsables, no identificados a días de hoy (no se reconoce documento o disposición que juzgue al autor, digamos con sorna, de este descuido).

Esta, llamémosle tolerancia de las autoridades competentes, encima de (casi) legitimar la violación de la institucionalidad, el irrespeto a la Federación, la Comisión, el INDER, a la opinión pública; encima de barrenar y torpedear los esfuerzos por volver más cívica nuestra sociedad, muestra, así lo veo, una franca vida al margen de las leyes deportivas —y no solo de estas—, con visos peligrosos de prepotencia (si incluir a Demi Valdés en el grupo de Matanzas no es un exhibicionismo descarado de prepotencia, ¿qué lo es?)

No se dude, se comenta, está en la picota pública porque se siente como un golpe a nuestro rostro de Poncio Pilatos, que luego se lava las manos y nos deja sin contestación a los aficionados, a los cubanos.

Tolerarlo, y no clamar responsable y penitencia, es el peor modo de fomentar la falta de institucionalidad en el espacio deportivo del país, por mucho que se diga y haga en nombre de lo contrario. Y si se pretende, como se quiere, preservar y sobre todo mejorar nuestro clásico nacional, solo será desde el mando, la guía, la regencia coherente, precisa, transparente y también enérgica de la Federación/Comisión.

De no hacerlo así, si subsiste una prolongación de formas y métodos fatigados e ineficaces, se corre el riesgo de sufrir dramáticos retrocesos —digo, si eso no es lo que ya ocurrió. Y no hay mucho margen de error, no hay mucho margen de espera.

Poco importará el aumento de salario, los premios en metálico para los de mayores rendimientos, el mejoramiento de algunos estadios, el seguimiento de la condición física y de salud de todos los peloteros; de muy poco valdrán la libertad de lucir como gusten, la estimulación a equipos campeones nacionales y a selecciones ganadoras de Juegos de Estrellas; de nada servirán ni los contratos en el exterior, ni otras reformas, si llegan desde una institución irrespetada, que es igual a menospreciada, ridiculizada o, en el mejor de los casos, puesta en cuestión.

No es eso lo que queremos para nuestro béisbol. Nada de esto tiene que ver con lo que esperamos de nuestro pasatiempo nacional. Recupérese en toda su magnitud la institucionalidad en la pelota, si es preciso con otros decisores; quizás mejor así.

Fijada sobre ese y no otros supuestos, debe reiniciar su camino la pelota en Cuba, con la XLIV Serie Nacional este domingo 21 de septiembre, cuando Pinar del Río y Matanzas revivan en el capitán San Luis la final de la última Serie Nacional.

Ese sería un strike lanzado a 100 millas por hora, un jonrón estratosférico con las bases llenas, un doble play como aquel de Germán Mesa y Antonio Pacheco en el ya lejano 1991, que no solo protegió el título panamericano en juego contra Estados Unidos aquí en suelo patrio, también salvó el orgullo, el gozo, la pasión que el béisbol provoca en nosotros y, pese a los pesares, se resiste a abandonarnos.

Foto: Archivo.

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