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Y después de tanta lluvia, ¿qué es de la vida del hombre pararrayos de Las Tunas?

Después de las intensas lluvias que asolaron al país, Cubadebate publica un reportaje que nos hizo llegar el periodista de Las Tunas -ciudad del Oriente de la Isla-, Juan Morales Agüero, donde relata con lujo de detalles qué ha sido de la vida del "hombre pararrayos", el campesino que ha sobrevivido a seis descargas eléctricas durante fuertes temporales y está aquí para hacer el cuento.

Jorge Márquez, el hombre que ha sido golpeado seis veces por los rayos. Foto: Miguel Díaz y Leonardo Mastrapa

Jorge Márquez, el hombre que ha sido golpeado seis veces por los rayos.

Por Juan Morales Agüero

Fotos: Miguel Díaz y Leonardo Mastrapa

La mala fortuna que hostigó toda la vida al comandante inglés James Summerford es como para persignarse. En febrero de 1918, en plena Primera Guerra Mundial. Peleaba él junto a sus hombres en Flandes cuando, de súbito, un rayo lo derribó de su montura. Se salvó en tablitas. Pero sus piernas no volvieron jamás a ser las mismas.

Summerford decidió irse a la ciudad de Vancouver. Una tarde de 1924, mientras pescaba con su caña desde la orilla de un río, un rayo despedazó el árbol bajo cuya sombra había buscado cobija. La descarga eléctrica no tuvo piedad: le paralizó el lado derecho del cuerpo.

Seis años después, el otrora oficial estaba tan mejorado que hasta se permitía dar cortos paseos. Andaba una mañana en ese menester cuando la luz de un relámpago le puso la carne de gallina. Un rayo bramó a su lado. Summerford lo sintió zarandearle el cuerpo y el alma. Quedó con vida, pero solo para eternizarse sobre una silla de ruedas.

La muerte –ineludible y categórica- resolvió llamarlo a sus filas en 1932. Si el antiguo comandante creía que con el descanso eterno los meteoros lo dejarían en paz, se equivocaba. Cuatro almanaques después -¡ay!-, una centella hizo explosión sobre el camposanto. ¿A que no adivinan qué hizo trizas? ¡Pues el panteón del comandante Summerford!

Relámpago introductorio

Historias como la anterior parecen absurdas. ¡Pero son reales! Varios sitios en Internet registran otras igualmente inauditas. Como la del rayo que fulminó a un hombre en el jardín de su casa italiana, en 1899. Su hijo murió de la misma forma y lugar 30 años después. En 1949, el nieto de la primera víctima e hijo de la segunda, también pereció en idénticas circunstancias. Sencillamente desconcertante.

En todos los casos, los afectados estaban en áreas abiertas. El mayor desastre causado por un rayo ocurrió, precisamente, al aire libre, durante una tormenta en Egipto. Cayó sobre un depósito de petróleo, en la cima de una loma, y lo incendió. La explosión generó un chorro de fuego que llegó a la aldea de Asiut. Murieron 265 personas.

Los expertos aseguran que la cifra global de víctimas ocasionadas por los rayos es de unos mil al año. Eso a pesar de que, según el sitio web Afinidad Eléctrica«cada día se generan más de ocho millones de esos meteoros». La probabilidad de que uno impacte a alguien es de una por 600 000. Y eso puede suceder mientras uno barre, conversa, viaja, lee o practica deportes. Por cierto, desde 1959, los rayos han matado en Estados Unidos a 2550 jugadores de golf, quienes, con sus palos «pararrayos», son propensos a ser alcanzados por sus descargas.

Otros portales aseguran que, como norma, el 10 por ciento de los impactos por rayo resulta fatal. Y a 90 de cada 100 sobrevivientes les transfiere parálisis, pérdida de memoria, trastornos síquicos, rotura del tímpano, cambios de personalidad, lesiones en la retina, paros cardiorrespiratorios, aumento de la temperatura corporal...

De cualquier forma, salir con vida luego de recibir la acometida de un rayo es algo como para contar a los nietos. Máxime cuando se sabe que puede alcanzar una temperatura de 28 000 grados centígrados, y descargar una potencia eléctrica suficiente como para iluminar toda una ciudad de mediano tamaño.

Un campesino tunero es uno de esos afortunados mortales. Sobrevivió al impacto de seis rayos y su casa ha sido blanco de 15 de ellos en los últimos dos años. Los invito a conocer su pasmosa biografía.

RELATORÍA DEL ESPANTO

"Ese rayo me perforó los tímpanos", relata Jorge Márquez.

"Ese rayo me perforó los tímpanos", relata Jorge Márquez.

Fui a buscar a Jorge Márquez a su lugar de residencia, en el poblado de La Julia, al lado del puertopadrense San Manuel. «Anda para el trabajo –me informó su mujer-. No, no tengo idea de cuándo vendrá. A veces llega tarde. Si quiere esperarlo…». Y me ofreció un sillón.

Como no andaba abundante de tiempo, opté por volver sobre mis pasos. Pero era mi día de suerte. En una curva, nuestro vehículo se cruzó con un tractor que venía en dirección contraria. «¡Ehh, Márquez, pare un momento!», grité al divisar al timón a un hombre mediano y canoso, tal y como me lo habían descrito. Se detuvo y echó pie a tierra.

Nos saludamos como viejos conocidos. «Bueno, usted dirá», expresó. Le comuniqué, en pocas palabras, mi pretensión. «Me lo imaginada –dijo-. Viene a que le hable de los rayos. ¡Pues para luego es tarde!». Y ambos nos sentamos sobre la hierba fresca, a la vera del camino.

-Me llamo Jorge Márquez y eché los dientes en esta zona –precisa-. Nací el 10 de julio de 1947. Ahora tengo 66 años de edad. Soy pequeño agricultor, socio de una Cooperativa de Créditos y Servicios. Aquí fui una vez Vanguardia Nacional. Estoy casado y tengo tres hijos.

«El primer rayo fue el 5 de junio de 1982, en Santa Bárbara, aquí cerca –recuerda-. Se metió por el tubo de escape del tractor. Sentí enseguida en el cuerpo una frialdad como cuando entras a un lugar con aire acondicionado. Íbamos tres, pero nada más me afectó a mí.

«Caí redondito. Los otros gritaban: ´¡Corran, que el trueno jodió a Márquez!´ Como me estaba poniendo morado, uno de ellos, hijo del doctor Guillén, picó un trozo de caña, me abrió la boca y me atravesó el canuto entre los dientes. Así logró sacarme la lengua para que respirara. Estuve más de un día sin conocimiento en el hospital.

«Ese rayo me perforó los tímpanos y durante un tiempo no pude mover la mano derecha. Además, me quemó la espalda desde el huesito de la alegría hasta el cuello. El pelo me cogió candela como si lo hubieran prendido con alcohol y fósforos. Ahhh, ¡y no me dejó un empaste sano! Al tractor le fastidió la tapa del block, los espárragos...»

Lo que quizás Jorge Márquez tuvo por una jugarreta de la fatalidad, se repitió el 2 de junio de 1987, de nuevo en Santa Bárbara.

-Estaba de visita en casa de un amigo y en eso un aguacero –evoca-. Me asomé a la puerta para ver si escampaba. Y en eso, el fogonazo. Sentí que me recorría un cosquilleo raro. Y un sonido como el del hierro caliente al mojarse en el agua. Me tumbó y de nuevo tuvieron que acomodarme la lengua. Recuperé el sentido en el hospital.

Márquez, comenzó a preocuparse. «¿Tendrá algo mi cuerpo que atrae los rayos», se preguntó. Andaba todavía a la caza de la respuesta cuando una llamarada celeste lo llevó a la «lona» por tercera vez, ahora en el círculo social de San Manuel. Era el 23 de junio de 1987.

-Parece que solo me cogió de refilón, porque, aunque me tiró, no perdí el sentido como las otras veces –dice-. Aunque luego tuve dolor de articulaciones y dificultades para respirar. Lo raro es que no había ni una nube. Quemó uno de los transformadores de la zona.

«El cuarto rayo me tomó de sorpresa sembrando maíz en mi finquita, el 8 de julio de 1991 –recuerda-. Y el quinto, en 1998, mientras caminaba por el patio de la casa. Fueron los más débiles, pues casi no me afectaron. Y no porque cayeran lejos, sino porque parece que ya mi cuerpo se iba adaptando, si es que eso puede ser posible».

Márquez se acuerda como si fuera hoy de las consecuencias del sexto y ¿último? rayo inscripto en su insólito currículo. Se le abalanzó el 13 de junio de 2005, dentro de su propia vivienda en La Julia.

-Aquello fue el acabóse –afirma-. Fíjese que achicharró el televisor, el mando y toda la cablería de la casa. También fundió los bombillos de 220 voltios. En el patio mató una palma real y una guásima enorme. A mí me dejó abierta una mano y me resintió el tímpano derecho.

Revelaciones de un afortunado

Hombre pararrayos

Jorge Márquez.

Luego de que Márquez me hiciera la relatoría de los seis rayos el diálogo tomó por otros derroteros, aunque sin abandonar el tema. Para mi sorpresa, mi entrevistado resultó un excelente conversador, capaz de combinar muy bien en sus parlamentos la seriedad con el humor.

-¿Médicos? He visto a unos cuantos –atestigua-. Ninguno me ha dado una explicación que me convenza. Unos dicen que los rayos me caen por culpa de mi pelo. Otros culpan a mi sangre… Pero, en definitiva, nada que me permita saber por qué esos diablos coloraos me persigan. Antes de morirme quisiera que alguien investigara eso con profundidad.

«¿Miedo? ¡Pues claro que siento miedo! Siempre que comienza a llover me encomiendo a Dios. Yo siento los truenos antes de que caigan. ¡La carne me vibra! Se lo digo a otros y nunca me creen. Muchos piensan que estoy loco. Entonces, cuando caen, dicen: ´Márquez tenía razón´.

«Si estoy dentro de la casa y comienza a tronar, no hay quien me haga salir –comenta-. ¡Quieto en base! Algunas veces me han cogido de sorpresa en descampado. Enseguida trato de protegerme bajo techo, por si acaso. Porque tengo dulce para el ataque de esos malandrines.

«La sensación que uno siente cuando le cae un rayo es distinta a cuando lo coge la corriente. Una vez me bajé del tractor a alzar el arado. Y en eso sentí un ruido. Era que el arado había caído sobre un cable de 440 voltios que estaba en el suelo. EL fututazo reventó el radiador. A mí no me hizo nada, porque me aislé. No puedo explicármelo.

«¿Mi salud? Bueno, duermo poco. Ya llevo mucho tiempo así. Y padezco de un calor horrible. A veces, acabado de bañar, me empapo en sudor. Me sale un vapor del cuerpo como si tuviera una temperatura de 39 ó 40 grados. Sin embargo, me ponen el termómetro y la tengo normal.

«Por aquí la gente me conoce por Pararrayos. Me llaman así y yo respondo. ¿Entrevistas? Me han hecho varias. Los periodistas se sorprenden de mi buena suerte. También es mala suerte. Porque no es agradable estar expuesto a que una centella te parta la crisma.

«Cuando salgo por ahí, me identifican enseguida. Sí, esos seis rayos me han hecho famoso. Pero le diré algo: yo no hubiera querido serlo por esa causa. Me hubiera gustado más por ser un gran jonronero en la pelota, o por tener mucho dinero, o por gozar de buena salud…

«Todo lo que le he contado es cierto. Alguien puede pensar que soy un fantasioso. Pero se equivoca. Los católicos no mentimos. Soy un hombre de fe, y la Biblia dice que no se debe mentir. Pregúntele a la gente de la zona para que compruebe que lo que digo es verdad.

«¿Anécdotas? Tengo muchas. Le contaré una que me hace reír. Mire, varias mujeres con las que jaraneo me preguntan, pícaramente, que si los rayos no me han afectado aquello, ¿usted entiende…? Es decir, quieren saber… ¡si el caballo relincha! Yo les respondo que sí, que el caballo relincha y que está entero. La gente es maliciosa y chivadora. No lo hacen por nada malo, sino por divertirse un rato».

Epílogo entre centellas

Hombre pararrayos (4)

"Ese rayo me perforó los tímpanos", relata Jorge Márquez.

Y ahora préstenle atención a esta extraordinario historia:
Cleveland Sullivan, guarda forestal nacido en Estados Unidos, lo conocieron en su país con el seudónimo de «El Pararrayos Humano», por haber sido alcanzado siete veces en 36 años por esos meteoros.

El primer rayo lo impactó en 1942. Por su causa perdió el dedo gordo de un pie. Pasados 27 años, un segundo rayo le chamuscó las cejas. El año siguiente, 1970, un tercer rayo le abrasó el hombro izquierdo.

En 1972, el cuarto rayo le incendió a Sullivan el cabello y le dejó la cabeza como una bola de billar. Desde entonces el hombre comenzó a llevar una gran vasija con agua en el interior de su automóvil.

El 7 de agosto de 1973, el pelo ya crecido del guarda forestal volvió a ser pasto de las llamas: un rayo le atravesó el sombrero, lo lanzó tres metros fuera del coche y le arrancó de cuajo los zapatos.
Sullivan fue alcanzado por sexta vez el 5 de junio de 1976. Salió con un tobillo lastimado. El séptimo rayo data del 25 de junio de 1977, mientras pescaba. Tuvo quemaduras en el estómago y el pecho.

El infortunado hombre murió el 28 de septiembre de 1983. Dos de sus sombreros, carbonizados en la copa por los rayos, se exhiben en un museo de los récords Guinness, en Nueva York.
La historia de Jorge Márquez puede aspirar a iguales lauros.

«Le puedo asegurar es que conmigo no funciona esa maldición que dice: ´¡ojalá que te parta un rayo!´ Seis lo intentaron. Y nada.