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Cuba reitera condena a agresión israelí contra Palestina

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minrexCuba reiteró su más enérgica condena a "la nueva escalada de violencia y muerte que las fuerzas armadas de Israel están provocando en la Franja de Gaza".

Una declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores (Minrex), publicada hoy en el diario Granma, señala que, "una vez más, Israel hace valer su superioridad técnica y militar para reprimir de forma brutal a la población palestina".

Esa acción, añade, causa víctimas civiles inocentes, así como enormes daños materiales que agravan las ya precarias condiciones de vida de la población en ese pequeño y asediado territorio.

"Ante esa nueva agresión contra el pueblo palestino, Cuba reitera su más enérgica condena y llama a la comunidad internacional a tomar con urgencia todas las medidas necesarias para frenar este acto criminal", expresa el documento.

El Minrex "ratifica el más firme respaldo a la justa causa del pueblo palestino y a sus derechos inalienables, que incluyen la creación de un estado independiente con Jerusalén Oriental como capital".

El periódico Granma destaca en titular de su sección internacional que "Israel da señales de inminente invasión terreste a Gaza".

(Con información de Prensa Latina)

Se han publicado 6 comentarios



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  • FERNANDO dijo:

    SALUDOS COMPAÑEROS !!!
    CUANDO UNO PIERDE LA VERGUENZA… SU NUEVO ESTADO ES SINVERGUENZA !!!
    LA PREPOTENCIA DE ALGUNOS “LIDERES”… Y EL ACOMPAÑAMIENTO TRISTE DE ALGUNOS OTROS… DEJA BIEN A LAS CLARAS QUIENES “GOBIERNAN” ESTE MUNDO IMPERSONAL Y MATERIALISTA.
    TAMBIEN DEJAN MUY CLARO CUALES SON SUS MODELOS DE “DEMOCRACIA”…
    DE COVIVENCIA CIVICA,DEL RESPETO A LOS PUEBLOS Y SUS CULTURAS, ASI COMO A SU SOBERANIA PATRIA.
    SER MUY CRITICO ANTE ESTOS DESMANES. PREDICAR CON EL EJEMPLO Y CON HUMILDAD LAS ALTERNATIVAS A DESARROLLAR, ES LO NOS DIFERENCIA A ALGUNOS.
    GRACIAS CUBA POR TU PRESENCIA Y POR TU CRITICA CONSTRUCTIVA EN ARAS DE NO PERDER LA SENSIBILIDAD Y LA HUMANIDAD QUE A OTROS MUCHOS LES FALTA.
    HASTA LA VICTORIA,SIEMPRE !!!
    FUERZA CUBA !!!

  • muslim dijo:

    El peor nacion del mundo ''los JUDIOS'' Esos no son humanos son peores que los animales,, el terrorista mas grande en el mundo entero es Israel por el ayudo de Estados Unidos, pero ONU es esclavo de Estados Unidos,
    Ahora donde estan los premios Nobles, cuando estan matando los nino inocentes y las muejeres. Por Dios tienen que condenar porque somos humanos, PAZ PAZ PAZ.

  • Silvia dijo:

    Una vez más el zionismo demuestran su prepotencia y su impunidad, su naturaleza bárbara y criminal. Y una vez más es apoyado por su más cercano aliado, el gobierno de los Estados Unidos. Pero no nos equivoquemos, los que están atacando Gaza no son los judíos, es el ejército del Estado zionista de Israel, y ese estado se distingue no porque allí vivan judíos, sino porque ha sido un estado creado artificialmente para utilizar a los judíos que allí viven para conseguir los ambiciosos fines y hacer valer los intereses del imperialismo en el Medio Oriente, que son también los de los gobiernos árabes que los apoyan. No es un problema entre islámicos y judíos, ni entre árabes y occidentales como nos quieren hacer creer. Es una lucha entre ideologías, entre la de los que piensan y encaminan sus acciones a explotar y dominar al mundo para su provecho, y la de los que no quieren, ni piensan dejarse explotar y dominar, como Cuba y muchos otros pueblos más.

  • Celso Aurelio Brizuela dijo:

    (Un cuento corto de Celso Aurelio (Chester)

    En el nombre de Allah… y Jesús.

    Baidr Abdul Aziz Ben Uqbar se levantó ese día muy temprano, casi de madruga-da, cuando aún las estrellas daban batalla al inminente sol. Sus sueños habían tenido el cariz de pesadillas recurrentes y, poco reposo con mengua de energías le depararon en los últimos días. Aunque esas atroces pesadillas, lo acompañaban intermitentemen-te desde muy pequeño, cuando se hallaba en un campamento de refugiados en El Líbano, con sus padres y hermanos en 1982.
    Habían recalado allí sus abuelos ya en 1848, huyendo de la guerra entre ingleses y judíos, donde ellos se hallaban entre dos fuegos: los terroristas de las bandas Irgún y Stern… y los soldados de Su Majestad británica. Seguramente habían nacido, él y sus compatriotas, signados por la fatalidad, o quizá marcados para sufrir pruebas u ordalías en defensa o prueba de su fe.
    Su juventud no disimulaba prematuras ojeras y surcos sinuosos en su cetrino ros-tro; tal vez producto de sufrimientos, tensiones, miedos y la lucha por sobrevivir cotidia-namente, casi desde que naciera. Supo, desde muy niño lo que es estar acosados por un enemigo, superior en organización, equipo bélico y tecnología; además de expertos en ingeniería social, genocidio y demoliciones a la orden.
    Poco entendía Baidr de política y casi nada de conocimientos técnicos. Apenas era agricultor y sobrevivía penosamente en Ramallah, tras retornar desde el Líbano a las tierras de sus mayores, cultivando cacahuetes y sésamo. Tras las abluciones, rea-lizó la primera oración del día, de cara al este. Luego, se sirvió una taza de té y se dis-puso a acompañar a sus hijos pequeños a la escuela, antes de iniciar sus labores de la jornada.
    Por supuesto, también sus pequeños debieron orar antes del magro desayuno de pan ázimo y, a las primeras luces de la mañana. Primero Allah, después lo demás, que así se lo habían enseñado y no podía menos que transmitirlo a su descendencia. Su mujer, Aischa, ya estaba lista para acudir al mercado con los productos de la tierra y su borrico, aunque su hombre se haría cargo de los niños esa mañana.
    Tras cerrar las puertas de su humilde vivienda, Baidr llevó a los niños a la escue-la, mientras Aischa se dirigía con un jumento hacia el mercado local. Como de costum-bre, no se verían hasta el oscurecer, a la hora de las oraciones crepusculares.
    Baidr se dirigió, lo más presuroso que pudo, con los niños a la cercana escuela, debiendo sortear varios retenes de soldados israelíes fuertemente armados, quienes se sentían aún dueños de una tierra ajena. En cada uno de ellos, debió exhibir un salvo-conducto que lo habilitaba a pasar, sin ser arbitrariamente detenido o maltratado por la fuerza invasora.
    Por supuesto que, en cada retén, todos ellos incluidos los niños, eran minuciosa-mente registrados por la soldadesca, entre risotadas y pullas en hebreo, yiddish e inglés que Baidr no comprendía. Pese a todo, éste ya se había acostumbrado a tales rutinas que, no por humillantes eran menos ostentosas y prepotentes. Y tan sólo denotaban el miedo de los israelíes hacia los otros; hacia los sometidos a su arbitrio y fuerza bruta.
    —¿Por qué nos hacen todo esto, padre? —preguntó Youssuf el mayor de los ni-ños a Baidr, con más curiosidad que temor y con más desprecio que ira.
    Éste no supo de momento la respuesta exacta que dar al inocente. Apenas se encogió de hombros y le respondió en voz queda:
    —Tienen miedo de Allah, y de nosotros. Sólo tienen miedo. Mucho miedo. Por eso lo hacen. Pero Allah es misericordioso, aún con los canallas.
    El niño nada respondió. Estaban llegando a la escuela y, tras un tierno abrazo a cada uno, se despidió de ellos, sin saber que no los volvería a ver con vida.
    Baidr retornó a su hogar para cambiarse sus ropas y retomar su trabajo. Eran épocas duras para los campesinos y debían hacer esfuerzos para mantener sus culti-vos, acarreando agua de un pozo y regar sus heras, planta por planta, hasta tres veces al día.
    Había andado un buen trecho, cuando escuchó el característico flapeo de los roto-res de helicópteros militares. Al principio supuso que era una patrulla aérea de rutina, pero las posteriores explosiones le hicieron temer lo peor. Uno de los helicópteros, en vuelo rasante disparó misiles contra el barrio donde se hallaba la escuela y algunas vi-viendas de civiles. Baidr vio las estelas y oyó los estampidos de los proyectiles, y su co-razón se estrujó de angustia. Tuvo la opción de huir de la razzia militar, pero retomó sus pasos casi corriendo, para volver junto a sus niños.
    Llegó tarde, tan sólo para contemplar los escombros de la escuela y varias casas aledañas. Quiso acudir, pero el retén militar no se lo permitió.
    —¡Alto! —le gritó en árabe uno de los soldados, apuntándolo con un amenazante M-16—. ¡No puede pasar a este sector! ¡Nuestros hombres están atacando objetivos terroristas allí! ¡Deténgase o disparo!
    —¡Mis hijos están en esa escuela! —gimió Baidr, casi entre lágrimas de impoten-cia—. ¡Déjenme rescatarlos, por favor!
    Un disparo hacia sus pies lo llamaron a allanarse a la orden y se arrojó a los pies de los soldados para implorarles por la vida de sus hijos.
    —¡No se mueva, o tiramos a matar! —volvió a ordenar imperativamente uno que parecía ser un suboficial—. ¡Estamos limpiando de terroristas este sector y nadie puede pasar hasta que terminemos la faena!
    Baidr tornó a sollozar espasmódicamente, antes de desmayarse.
    Una hora y media más tarde, finalizada la operación, una patrulla de diez solda-dos fueron con él hacia la derruida escuela, tan sólo para contemplar un cuadro desola-dor. Cuatro docentes mujeres y diez niños habían sido masacrados por misiles aire-tierra, a más de ráfagas de ametralladoras cuando intentaban huir de allí. Varias casas de la periferia habían sido alcanzadas, parcialmente algunas y otras arrasadas hasta los cimientos con varios niños más muertos y heridos en ausencia de sus padres. Todo ello, para reportar que uno de los supuestos líderes de la resistencia palestina había huido y varios civiles fueron abatidos por error táctico.
    Baidr sólo pudo juntar los cadáveres destrozados de sus hijos entre sollozos amargos y solicitar una ambulancia para llevárselos a su hogar; aunque no estaba se-guro de hallarlo en pie. Los soldados ya lo conocían, por verlo pasar todos los días y le pidieron excusas, aunque éstas no resucitan muertos inocentes.
    Cuando retornaban en la ambulancia israelí, Baidr divisó a su mujer Aischa que, alarmada por el bombardeo retornaba a toda prisa del mercado, pidiendo al conductor que se detuviera.
    La madre estalló en llanto desconsolado al ver lo que quedaba de sus hijos, mal-diciendo a los israelíes por su cobardía y a su marido por implorarles asistencia a éstos.
    —¡Maldito seas, mil veces! —gritó a Baidr—. ¡Por permitir que estos animales sal-vajes dispongan de los despojos de mis hijos! ¡Bájate inmediatamente de ese vehículo y lleva tú mismo a nuestros hijos en tus brazos! ¡No quiero que estos malditos sionistas se hagan cargo de sus víctimas! ¡Cerdos impuros y cobardes, que sólo saben matar sin exponer su pellejo como hombres!
    Baidr, avergonzado bajó los restos de sus hijos de la ambulancia y se quedó en medio del camino, llorando con el rostro pegado a la tierra, mientras los soldados y su vehículo se retiraban de allí, bajo una lluvia de piedras y maldiciones de los pobladores. Aischa, en tanto, hizo lo propio, jurando venganza en nombre de Allah.
    Tras los funerales y la inhumación de las víctimas, Baidr se encerró en sí mismo, soportando pasivamente las constantes invectivas de Aischa, por su presunta cobardía.
    —¡No te hubieras detenido allí en ese puesto, estando en peligro la vida de mis hijos, cerdo hijo de mala madre! ¡Hubieras dejado que te maten, y yo estaría orgullosa de ti, aún llorando sobre vuestros cadáveres! ¡Ahora, sólo te corresponde devolver a esos cerdos impuros este duro golpe que nos han infligido!
    Baidr trató de apaciguar a su mujer, pero supo que ella estaba en lo cierto. Mu-cho tiempo tardarían ambos en retomar su rutina de marido y mujer, pero ya no sería lo mismo. Baidr hasta dejó de orar puntualmente a Allah y de acudir a la mezquita los viernes, descuidando su aspecto y dejándose la barba como si ya nada le importara. Aischa casi no le dirigía la palabra, más de lo esencial, como culpándolo de no asistir a sus niños y dejarles perecer en el ataque. Pero en la mente de Baidr, bullía un volcán y sus pesadillas se volvieron frecuentes y recurrentes.
    En ellas, recordaba otro ataque, años atrás, durante su infancia, en un campa-mento llamado Chatila, en El Líbano, en 1982.
    También allí, los halcones de Ariel Sharon masacraron a sus padres y dos herma-nos, siendo él, el único de su familia en salvarse por milagro. Quizá lo dieron por muer-to, pero la orden de Sharon era no dejar sobrevivientes ni testigos. Afortunadamente, sí los hubo. Y éstos dieron testimonio de dicha atrocidad, pese a la indiferencia del mundo ante su suerte. Luego vino la Intifada; maldiciones, piedras y cascotes, contra fusiles de asalto, tanques, aviones, helicópteros de ataque y máquinas de demolición, arrasando viviendas para hacer lugar a los nuevos colonos hebreos en la tierra ocupada.
    Ahora, Baidr volvía a revivir esos negros días, en carne propia. Pero una mirada alucinada y casi demencial brillaba en sus ojos, en lugar de la mansedumbre que solía ostentar ante los puestos de vigilancia de los invasores.
    Propuso a su mujer vender su pequeña propiedad y mudarse a Gaza a buscar otras oportunidades en una ciudad.
    —¡Ni lo sueñes! —le recriminó la mujer quitándose la pañoleta que cubría su ca-beza—. ¡Aquí están mis hijos enterrados, y aquí, hemos de morir! ¡Pero primero, has de cumplir con tu deber de hombre, o te maldeciré hasta tu muerte en el nombre de Allah!
    Días después, Baidr con el rostro demacrado y la barba crecida emprendió un via-je a Gaza, prometiendo a Aischa ocuparse de sus deseos de vindicar la muerte de sus niños. Pero primero, se ocupó de engendrar otro descendiente que pudiera perpetuar el linaje de los Aziz Ben Uqbar… y vengar a sus muertos en el futuro. Porque la guerra no iba a terminar con la intromisión de Occidente, ni con el cambio de gobierno en Israel o en Palestina. Nadie quería dar el brazo a torcer, pero era evidente que la cosa sería una suerte de lucha a muerte entre Davides palestinos y Goliaths hebreos, apoyados por los Estados Unidos e Inglaterra.
    Ellos, los palestinos eran un estorbo a los planes expansionistas de las potencias euroamericanas, y era evidente que estaban a priori condenados al exterminio. Pero no les sería tan fácil. La diferencia es que, entre los abundantes pertrechos militares de los soldados israelíes, aviones, misiles, tanques, fusiles de asalto de precisión y otros, no figuraba en su inventario el coraje. Y eso, a ellos les sobraba.
    Baidr tardó mucho en regresar para retomar su rutina. Esta vez, se había despo-jado de la barba y mejorado su aspecto personal. Aischa estaba encinta de siete meses y recibió a su marido como si nada hubiera pasado entre ellos. Una nueva expresión de firmeza se plantó en el rostro de Baidr, como incitándolo a no rendirse ante la vida, ante la muerte ni ante los invasores.
    Esta vez, Aischa quedaría a cuidar el niño recién nacido mientras Baidr llevaba sus productos al mercado a venderlo. Como de costumbre, atravesando retenes fuer-temente armados y siendo registrado hasta cuatro veces en cada jornada, aún con el salvoconducto expedido por el comandante de las fuerzas ocupantes.
    A medida que pasaba el tiempo, a las patrullas les resultaba familiar el pobre campesino con su acémila y sus bolsas de cacahuete y sésamo, rumbo al mercado. Hasta le hacían bromas y comenzaban a relajar el control y los cotidianos registros mi-nuciosos.
    Baidr continuaba su rutina con humildad y aparente resignación, pero en su alma anidaba aún el rencor hacia quienes mataran a sus hijos “por error táctico”; aunque podría decirse que más bien mataban por costumbre, y para imponer el temor entre la díscola población civil palestina.
    Cierto día, Baidr debió viajar nuevamente a la ciudad de Gaza, sorteando retenes y un muro de acero, recién construido por los invasores en homenaje al general Sharon y a los fundamentalistas judíos. Tuvo que solicitar pases y salvoconductos al jefe militar israelí, certificando su buena conducta y necesidad de viajar para proveerse de semillas e insumos agrícolas.
    A regañadientes se los dieron, ya que estaban prácticamente bajo estado de sitio. Baidr nada dijo, ni profirió queja alguna por la excesiva burocracia hebrea. Aceptó es-toicamente filas interminables y un sol abrasador para poder munirse de los documen-tos exigidos por los ocupantes. De no contar con ellos, podía ser arrestado y encarce-lado sin juicio, ya que en la región, el ser sospechoso ya es indicio irrefutable de culpa-bilidad.
    Por otra parte, era corriente, y legal, la aplicación de apremios y torturas por parte del Mossad a cualquier sospechoso, hasta obligarlo a decir lo que no era. Pareciera que la paciencia de Baidr era casi infinita y lo soportó todo.
    Una vez en Gaza, tras múltiples peripecias, Baidr acudió a una mezquita para co-nectarse con un jefe de célula de la resistencia palestina, el cual conversó durante más de dos horas con él, acerca de la muerte de sus niños y la situación en Ramallah y Cis-jordania. Luego se proveyó de los insumos que precisaba para su pequeña granja y se dispuso a regresar a su hogar.
    Sorteó todos los puestos de control, gracias a la documentación que portaba, aunque no pudo evitar registros superficiales de la carga que llevaba a su aldea. Afor-tunadamente no tuvo problemas y pudo abrazar a su mujer con alegría. ¡Ya era nue-vamente padre!
    Dio en salir de paseo con el bebé en una desvencijada bicicleta, llevándolo en una mochila “canguro” a sus espaldas, suscitando alguna simpatía entre los soldados que lo conocían.
    Aquel día había amanecido nublado y frío en diciembre. Aún en Palestina e Israel habían muchos cristianos que ya vivían las inminentes fiestas de Navidades y año nue-vo cristiano, por lo que los controles no eran demasiado estrictos para quienes se mani-festaban tales, exhibiendo cruces al cuello u otros símbolos al uso. Baidr lo notó, y re-currió a un amigo cristiano de Ramallah para que le consiguiera un crucifijo. El amigo se extrañó en demasía.
    —¿Te vas a convertir, Baidr? —le preguntó Rafael Hahmed, que así se llamaba.
    —¿Acaso tu Dios no es el mismo que nosotros amamos? —respondió Baidr re-suelto—. Nada me impide reverenciarlo, salvo la incomprensión de ustedes y ellos.
    Tal vez se refería a los israelíes con esa despectiva nominación.
    —No te preocupes. Yo te comprendo y no me voy a negar a tu pedido, ahora que estamos en pleno diciembre y debemos mostrar buena voluntad. Te daré uno que guardo entre mis reliquias. Claro, no es de plata, apenas de peltre pero te va a gustar.
    Tras agradecer a Rafael, Baidr retornó a su hogar con un extraño fuego en la mi-rada. ¿Cuál sería la diferencia entre las creencias monoteístas? Salvo la intolerancia entre judíos, cristianos y musulmanes, nada. ¿Acaso Allah, Yahvé y Jesús no procla-man el amor y la Unidad?
    Baidr retomó su rutina y siguió, como si nada pasara, paseando con el pequeño en la vieja bicicleta, a veces saludando amistosamente a los numerosos y bien pertre-chados retenes de las fuerzas invasoras.
    A pocos días de las Navidades, se acercó pedaleando sonriente, a una de las pa-trullas con el pequeño bulto en sus espaldas, como para desear felices fiestas a los sol-dados, ahora con un crucifijo pendiente de su cuello. Mas el bultito, bien abrigado que llevaba consigo, en el canguro no era su hijo, aunque lo parecía, sino un recuerdo de sus tres niños asesinados a mansalva.
    La sonrisa mansa de Baidr, sus brillantes ojos glaucos y su reluciente crucifijo, fue la última cosa que pudieron divisar los doce soldados allí reunidos, antes de dispersarse por los aires con todo y armas.

  • martin dijo:

    El probema mas grande es que con todo lo que estan haciendo generan odio en los palestinos que impotentes ante tales actos de crueldad desmesurada, no ven otra salida que la venganza.
    Lamentablemente esto lo toman como justificativo para volver a cometer estas atrocidades. Que impotencia saber como mueren mis hermanos tan lejos sin poder hacer nada.
    Este mundo necesita una revolucion total, pero no para ahora, para ayer.
    Hay que seguir con la lucha

  • Silvia dijo:

    El Estado sionista de Israel esta atacando a Gaza.
    ¿Quiénes son los zionistas?

    A lo mejor la pregunta sorprende pues “sionista” o “sionismo” no es un concepto que se escuche mucho en nuestros días.
    Es necesario recordar, entonces, que “sionistas” es el nombre que adoptaron los representantes y partidarios del “sionismo”[ ]: ideología y movimiento político que, aliado a las grandes potencias, y capitalizando a favor de la gran burguesía judía la religión, el papel económico histórico de los judíos y las propias contradicciones mundiales utilizó, desde inicios del siglo XIX a los propios creyentes judíos para hacerse de un territorio, Israel, que les ha permitido posicionarse en el Oriente Medio e impedir la unidad árabe con el fin de dominar los recursos de la región, en particular los petroleros, e imponer su hegemonía.
    En ese sentido, el zionismo como ideología no difiere para nada en esencia de la imperialista, ni de su variante fascista (nazismo, zionismo, son lo mismo). Más bien la complementa y enriquece, constituyendo una de sus manifestaciones actuales más agresiva, intransigente y reaccionaria.
    Los zionistas son, es cierto, personas; pueden ser hasta buenos padres de familia y profesar el judaísmo que, como fe, es un aporte a la humanidad y sus valores y preceptos son de paz y armonía entre los hombres por lo que merece y es digno del mayor respeto. Pero no son esas características lo que hace zionistas a esas personas. Lo que los une y lo que los identifica es su papel opresor, su insaciable sed de riqueza y poder, su comportamiento racista y discriminatorio, prepotente, altamente agresivo e intransigentes, y sus acciones genocidas, huérfanas totalmente de principios éticos.
    Los zionistas se distinguen no por ser judíos, sino porque utilizan a los judíos para conseguir sus ambiciosos fines y hacer valer sus intereses, valiéndose no sólo de los que viven en Israel, sino de todos los que forman parte de las comunidades judías en los distintos países y, particularmente, la de Estados Unidos. Del judaísmo lo que les importa más que nada, si es que les importa algo, son sus creyentes.
    La ideología zionista deriva la legitimidad política del estado de Israel de un conjunto de mentiras y mitos. Con ellos han fundamentado la creación de ese estado como consecuencia natural de su estatus como grupo étnico y, la existencia de ellos mismos, por su función de protección de ese grupo nacional. Pero su lucha en realidad no ha sido y no es por el “retorno”, el “hogar judío”, la autodeterminación, la seguridad y bienestar del “pueblo” judío, aunque se las han arreglado para hacer que parezca así. Fue y es por el poder económico y político sobre una región inmensamente rica y decisiva para el mundo, para proteger ese poder y para poder ubicarse en ventaja estratégicamente en contra de “enemigos”.
    De todas formas, no parece haber razón para preocuparse. En los medios de comunicación casi no se habla de zionistas. Ahora se habla, por ejemplo, de israelíes, haciendo tabla común de todos los judíos que allí viven y asignándoles a todos la misma responsabilidad en sus infames acciones; o de lobby judío que, como concepto, fija esa base común en la inventada unidad como pueblo y como nación judía que adjudica a éstos características propias especiales y diferentes como grupo social, lo que en realidad lleva en sí intrínsecamente una connotación antisemita, a la vez que enmascara su esencia real.
    De “sionismo” en la información habitual sólo se habla en algún que otro documento de historia o cultura general en los que, como algo normal, refieren algunas de sus más destacadas figuras, que han representado distintos, según se dice, tipos de “sionismo” [ ]; pero zionismo al fin, muchos de ellos antecedentes de movimientos y partidos políticos existentes actualmente en Israel. Más, al parecer, son cosas del pasado. Como presente, y no siempre en el mismo sentido, sólo hablan de zionistas los que luchan contra la ocupación de Palestina y contra las racistas y criminales políticas del estado de Israel y sus aliados.
    Hacer ignorar el zionismo, sin embargo, es lo que más se aviene a las mentiras y políticas imperialista y tiene en el fondo, a fin de cuentas, una clara y malévola intención, tan obvia que casi no es percibida: Ocultar y desfigurar el hecho de que el mal llamado conflicto árabe-israelí o, si se quiere, palestino-israelí no es un problema entre razas ni religiones, no es una guerra entre musulmanes y judíos, ni una disputa por territorios, sino en última instancia y ante todo, una lucha ideológica. Dicho en palabras bien simples y comprensibles: una lucha entre los que piensan y encaminan sus acciones a explotar y dominar al mundo para su provecho, y los que no quieren ni piensan dejarse explotar y dominar. Así de sencillo.
    No es la conciencia del hombre la que determina su ser – señalaba un preclaro judío ya en el siglo XIX - sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia [ ]. Y es cierto, el zionismo como ideología no nace de la iluminada cabeza de su reconocido fundador Teodoro Herzl, ni de la revelación que tuvo, como dicen sus admiradores, por el llamado proceso Dreyfuss. Fue el reflejo en el pensamiento político de la realidad de esa época, en la cual se abrían paso los intereses de la burguesía imperialista, en especial de los ricos judíos occidentales asociados a la burguesía británica. Y hoy más que nunca sigue siendo el reflejo de la realidad del mundo actual, dominado por las transnacionales y el capital financiero internacional que imponen sus condiciones y reglas a países, gobiernos y organizaciones, y de los cuales es parte insoslayable la oligarquía judía que sostiene al estado de Israel, siendo el zionismo parte consustancial de la ideología imperialista predominante.
    Por eso, cuando se habla de zionismo, hay que referirse no sólo a los zionistas judíos, porque son innumerables los que cultivan esta ideología y, sin embargo, ni profesan la fe judía, ni tienen ese origen. Pero sería una lista interminable que podría incluir, desde los notables colonialistas ingleses hasta una buena parte de los flamantes Presidentes de Estados Unidos de Norteamérica (sin hablar de otros altos funcionarios), pasando también por unos cuantos jefes de estado árabes que aplauden, apoyan y comulgan con Israel y cuyos actos de hecho responden a esa ideología.
    Pero, quizás por eso, es que también hay tanta gente en el mundo a favor de la causa palestina y, entre ellos, tantos judíos dentro y fuera de Israel que están por la paz y en contra de la ocupación de este sufrido país, y que luchan por desenmascarar a los zionistas y por la convivencia e integración de judíos y árabes, a fin de cuentas y simplemente, como personas. Las condiciones de hoy son, no obstante, tan complejas enmarañadas y difíciles que hay que repetir lo señalado por algunos de los propios rabinos israelíes “Deseamos poder estar en paz y en respeto mutuo, pero sabemos que no será posible mientras que el estado de Israel exista [ ].
    Por ello es inmensa la hazaña que esta protagonizando y tan grande el ejemplo del pueblo palestino el cual, según los cálculos sionistas, debía haber sido liquidado hace muchos años, luego de que su territorio ha sido robado a sangre y fuego, de que una parte importante de su población haya sido expulsada y masacrada, y de que otra se encuentre hacinada y asediada en lo que no llega a ser ni un 23 % de su territorio histórico, que además está controlado por el ejército israelí, descuartizado y circundado por colonias, muros y puestos militares israelíes y sujeto a continuas amenazas e incursiones militares.
    Pero este pueblo, a pesar de las amenazas externas e internas a las que se ve sometido, y en contra de toda lógica imperialista, no ha desaparecido, sigue y seguirá resistiendo y luchando por su liberación y sabrá vencer. Y en este fin estará acompañado por muchos otros pueblos. ¡Sobre eso no puede haber dudas!
    Publicado el 04 Oct 2012 en http://www.conpalestina.cl/2012/10/. Autores: Nicola Hadwa Shahwan (Integrante de la Coordinadora por la Lucha de los Pueblos y del Comité de Solidaridad con el Pueblo Palestino e Chile)
    Silvia Domenech Nieves (Doctora en Ciencias Económicas. Profesora Titular y ex profesora de la Escuela Superior del PCCubano)

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