Por José Ángel Álvarez Cruz
La frase que sirve de título bien podría sugerir lo que ocurrió en el poblado santiaguero de Mar Verde, lugar por donde penetró a Cuba el huracán Sandy, con toda la fuerza de quien se ensaña en devastar, pero sin la capacidad de doblegar voluntades ni someter el empeño de un puñado de hombres que hoy allí apuestan por la vida.
Lo que con amor se construyó, Sandy lo destruyó, lo dejó en ruinas, apenas quedaron opciones para la recuperación, casi nada en pie... Pero los habitantes de ese terruño esperan la ayuda que de seguro llegará, mientras levantan lo poco que el fenómeno dejó.
Las imágenes ilustran el desastre, pero en medio de la oscuridad, la luz se abre camino y emerge desde los escombros, el sudor despeja el sendero y comienzan ya los vestigios de lo que será en poco tiempo un ejemplo de recuperación.
La fatídica madrugada del 25 de octubre quedará grabada en la mente de quienes allí tuvieron asientos en primera fila para asistir a la debacle, pero hasta las piedras donde Sandy dejó su huella imborrable recordarán la impronta de un grupo de personas que dijo "no" a la muerte y hoy pugna por una mejor vida.