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Del negro... ¿un pelo?

cuba-oshun-baile-pres1Por Pavel López Guerra

Bastaría una mirada de soslayo para entender que, aún hoy, con el legado africano a la humanidad, se tienen todas las cuentas pendientes. Aventuramos reflexiones sobre su suerte y derroteros en la Mayor de las Antillas.

Reverenciado o aislado con muros infranqueables; múltiples resultan las estrategias de relación entre los cubanos del siglo XXI y la herencia del llamado Continente Negro.

Cultura, raza y nación constituyen una tríada para la cual algunos insisten en ofrecer definiciones cerradas y excluyentes, bajo el amparo, más que todo, de estereotipos reforzados durante siglos (aquí y allá) por condicionantes variopintas, que van desde las limitaciones en los enfoques de la ciencia en determinados periodos históricos, hasta las manipulaciones «interesadas» del poder político, pasando por las distorsiones de los guardianes eventuales del arte en cualquier región.

«Sin lugar a duda, Cuba, y América en general, le adeudan mucho a África. En cambio, también es cierto que en esa construcción histórica de la racialidad..., de «lo africano»..., se coloca a sus herederos en desventaja, a veces con la complicidad (inconsciente o no) de los portadores de esa cultura», abre el juego en exclusiva para Alma Mater, Ramón Andrés Torres Zayas, enrolado desde hace casi una década en la labor comunicativa y la investigación antropológica, especialmente referida a la impronta de la sociedad abakuá, de fuerte arraigo en nuestro contexto.

En los imaginarios sociales continúa perpetuándose el vínculo de los conceptos de raza y herencia cultural africana. ¿La segunda remite, indefectiblemente, a un ente racial? ¿Cuán acertado será ese gesto en el presente?

Ciertamente, y no es un fenómeno nuevo, se han asociado términos, como por ejemplo africano-negro, negro-bruto; europeo-blanco, blanco-culto; y esto tiene su historia. Ya en épocas coloniales se había establecido ese canon asociativo: amo-blanco, negro-esclavo; todo ello a tenor de que muy temprano vinieron negros a Cuba, no solo de África, sino de la propia España, y muchos de ellos tuvieron esclavos y propiedades notorias. Baste echarle una ojeada a Apellidos ilustres negros en La Habana colonial, de la Dra. María del Carmen Barcia, para constatarlo.

Son conocidos los sucesos de la Conspiración de la Escalera, de la cual no pocos historiadores cuestionan sobre si fue o no una farsa, un montaje para desatar la represión contra la burguesía negra criolla que se desarrollaba ya en la Cuba de la primera mitad del decimonónico y empezaba a preocupar al conquistador.

El concepto de raza es una construcción sociocultural desde el poder y, aunque admitamos ser herederos de África, el cubano actual mira con mejores ojos a la «culta» Europa, porque así nos lo enseñaron. Se sabe mucho de la cultura grecolatina con proyección judeocristiana, pero muy poco de los grandes imperios africanos, de su oralitura, su épica.

Dentro de esos olvidos correrán peor suerte los aportes del «África moderna», casi siempre relegados ante las alusiones al pasado mítico...

Cabría apuntar que todavía hoy África anda en desventaja con respecto al resto del planeta, resultado de la extracción inhumana de miles de sus habitantes, del saqueo de sus recursos naturales, de la codicia «civilizada». Pero África ha dado en la contemporaneidad ejemplos visibles de que raza e inteligencia no andan divorciadas. Su aporte al mundo resulta incuestionable: un grupo de mujeres africanas en plena faena, lavando sus vestimentas, constituyó fuente de inspiración a Picasso para crear su Señoritas de Avignon, por citar un ejemplo. Tenemos a Amímbola, Premio Nobel de Literatura, también la épica de Shakra y otras no menos conocidas que rivalizarían con las epopeyas homéricas.

La poesía, la plástica, la música universal y cubana están transidas de esa energía. Sin embargo, te encuentras que hará pocos años James Watson, célebre científico estadounidense, también Premio Nobel al descubrir la estructura del ADN (con lo cual demostraba que, al menos en el género humano, las razas NO EXISTEN), por unas declaraciones peyorativas sobre la inteligencia de los africanos, entró en conflicto con el centro investigativo en el cual se desempeñaba desde 1968. Tales son las ironías del destino.

¿No existirán estereotipos sobre aquello que define ese campo, refrendados por las representaciones que de él ofrecen los discursos artísticos, mediáticos y quizá, aunque en menor medida, hasta el académico? ¿Cuánto influirán las deficientes, o incompletas, o desactualizadas, fórmulas de representar o definirlo, en la identificación o no de una parte de los cubanos con tal legado?

El antropólogo alemán Jaheinz Jahn se refirió al fenómeno hace medio siglo cuando afirmó que en ocasiones se crean modelos tipo. Un africano típico -decía- anda el día entero jugando, alegre y haciendo cuentos del elefante y el cocodrilo. Pero un africano abierto al mundo, que dé discursos y participe en eventos importantes, no figura como un «africano auténtico». Este último se proyecta como un cazador por naturaleza, que vive en el bosque, en taparrabos, con arco y flecha.

Esa herencia es la que hemos recibido de África. Se transforma el discurso, pero se mantiene la esencia: ahí está la «venta» al mundo de Cuba como destino turístico a través de la «mulata sabrosa», incluso existe un ron con ese nombre, como si fuera eso lo que nos tipifica; se manifiesta también a la hora de aceptar o no a un negro en un empleo determinado (no está legislado, pero funciona a nivel de conciencia social). Cuesta mucho y habrá que demostrar la inteligencia del negro, generalmente asociado a la violencia, la rumba, la guaracha, con mucho, al deporte, pero nunca a la actividad intelectual, porque «ese no es un negro típico».

El pasado siglo trajo, como parte del pensamiento antropológico, desde las teorías sobre la mitificación del pensamiento salvaje, presente en la obra de Levi Strauss, hasta los enfoques poscoloniales encabezados por Fanon, que hablaban de la reconversión de la cultura y la identidad nacionales, de su fase «colonialista», hasta una nueva proyección «emancipadora». Como parte de esta última quedaban en el camino las expresiones autoprimitivistas de las tradiciones nativas (se llega a hablar de «pasado folcloresco momificado»). ¿Nos encontraremos evolucionando, estancados o retrocediendo en ese ejercicio de autorreconocimiento?

El concepto de raza es un modo de ver «construido», pero al mismo tiempo permanece, porque ha servido en ocasiones para calzar determinada ideología. Por ello es necesario implementar estrategias políticas que den al traste con esas formas nocivas sedimentadas.

No obstante, el término «autoprimitivista» para calificar lo diferente no deja de ser polémico. Tan primitivo ante nuestros ojos puede ser el caníbal que vive en lo intrincado del monte, como el neofascista que cobra tantas vidas. ¿Cuál hace más daño? ¿Cuál puede ser peor? ¿Acaso la trata negrera no constituía una práctica «primitiva» eliminada de Europa hacía siglos?

Lo fundacional, no necesariamente tiene que ser primitivo; autorreconocerse, la búsqueda de la identidad, de nuestras raíces, para nada tienen que ver con ello, sino con la cultura del respeto, la autoestima y la defensa de nuestros valores, aunque no siempre coincidan con los de otras culturas.

Aun con los aportes de la Revolución, continúan siendo directamente proporcionales nociones como herencia africana, raza y marginalidad. ¿Cuánto de accidental o espontánea tendrá dicha nomenclatura?

Justo es destacar que la Revolución constituyó un salto cualitativo a favor de las manifestaciones populares y, especialmente, las llegadas de África. En cambio, el discurso desapareció del debate público apenas pocos años después, porque se consideró que el racismo y sus formas de concretarse eran un problema del ayer, ya resuelto con medidas, leyes, regulaciones... pero hay mucho en las mentes de las personas que no se cambia tan fácil.

No es hasta la segunda mitad de los 80 del siglo XX que se retoma el tema, a partir de las conversaciones de Fidel con Frei Betto. La crisis generada, luego, tras el derrumbe del bloque socialista del Este, hace que se vuelva la mirada hacia las fuerzas vivas de la nacionalidad, con vistas a salvar lo conquistado. Se abre la puerta al discurso coherente; temas y prácticas consideradas «del pasado» vuelven a la luz pública y se habla de discriminación racial, exclusión, marginalidad. Eso ayuda, porque reconocer que existen constituye el primer paso para erradicarlas.

Por otro lado, Fidel se ha referido al asunto y sus consecuencias. Pese al esfuerzo de la Revolución por eliminar todo tipo de desigualdades, todavía hoy no es lo mismo ser un vecino de La Habana Vieja, Centro Habana o el Cerro, peor aún, de espacios suburbanos considerados «periféricos», que vivir en Miramar o en zonas residenciales de Nuevo Vedado. Evidentemente, la marginalidad influye. Estudios sociológicos han demostrado cómo en los solares, ciudadelas, «llega y pon», los negros constituyen mayoría. Y no es un problema de racismo, sino de que la marginalidad, como la riqueza, también se recicla.

Al respecto, el compañero Fidel subrayaba durante la clausura del Congreso de la UNEAC en 1998 cómo en determinadas etapas se creyó que dándoles oportunidades a todos iba a desaparecer la discriminación, aunque después se demostró que la marginalidad tiene un componente cultural, que los hijos de los profesionales tenían más posibilidades de llegar a la Universidad.

Todavía las estrategias políticas para eliminar las bases del fenómeno resultan insuficientes.

Uno de los campos más atacados constituyen sus diversas formas de religiosidad, sobre todo por su discurso de género, en el cual algunos consideran se agitan las bases de nuestro imaginario machista.

Hemos aprendido a dialogar desde el respeto. Lo demás es buscar culpables e inocentes. Estereotipos sobre la sexualidad o el machismo no los introdujeron en Cuba los cultos de origen africano solamente, aunque pueden haber influido. Analistas reconocen actualmente el componente cultural europeo como parte de ese legado patriarcal.

Los especialistas critican de las religiones con proyección judeocristiana su visión de la mujer como mero apéndice del hombre, a quien le debe obediencia, o la interpretación de la sexualidad, no como fuente de placer, sino como instrumento para la reproducción, además de la condena drástica a las relaciones homosexuales, al adulterio femenino...

Sobre todo ello se levanta también ese código ético machista, patriarcal, masculino, que se cuestiona tanto hoy día a nivel mundial.

Los enfoques desde la academia deben haber descrito una marcada variabilidad a través de la historia, en visión y alcance... ¿Qué caracteriza la producción teórica del presente?

Cabe destacar que en los años 60 se estimuló la labor investigativa de instituciones preocupadas por el rescate de nuestra tradición: se creó la Academia de Ciencias de Cuba, el Departamento de Etnología y Folclor del Teatro Nacional, la Casa de las Américas, entre otras. Pero luego desapareció, ya adelantaba, ese interés.

Hoy se retoma el debate como parte del reconocimiento de tantos errores que debemos subsanar. La academia muestra también apego al tema. Los estudios de comunicación desde mediados del siglo pasado concluyeron que la perspectiva debía ser multidisciplinaria, y la ciencia salió ganando. Ya no se concibe velar por un fenómeno desde una sola arista, porque corremos el riesgo de la insuficiencia.

En esa cuerda, el enfoque antropológico a partir de las dinámicas culturales abrió considerablemente el diapasón. Muchos protagonistas de prácticas culturales devienen investigadores. Considero que este paradigma rompió de facto con las corrientes funcionalistas, conductistas y miméticas que, si bien fueron muy avanzadas en su momento, frenaban la dialéctica del conocimiento. La producción teórica cubana anda por esos derroteros, solo se necesita aplicar o generalizar los resultados, propuestas y recomendaciones en función de potenciar un mundo de paz y de justicia social, que es en definitiva el corolario para el cual debe servir el conocimiento.

En un mundo llamado «poscolonial», donde, no obstante, ha sobrevivido de algún modo la mentalidad colonialista, ¿Qué suerte correrá ese legado africano y el sector poblacional que lo identifica y defiende? ¿Cuáles serán sus retos?

No tengo una bola de cristal para predecir su suerte, pero sabedores de dónde venimos y por dónde andamos, podría aventurarme a decir que nos vamos internacionalizando. Cuba se ha convertido en exportadora de sus religiones. La diáspora de esta Isla, se encuentra en los rincones más insospechados como Japón, Alemania o los Países Bajos. Esto nos enorgullece y nos preocupa al mismo tiempo, porque con la comercialización del fenómeno también perdemos.

Hay quienes llaman la atención sobre la pérdida de valores, la «venta» de algunas de nuestras manifestaciones religiosas de origen africano, sobre todo, la Regla de Ocha o santería. No ocurre tanto con el Palo ni con los abakuá, pero la yorubización de la población cubana, como le han dado a llamar algunos, y su expansión por el mundo, pueden traernos sorpresas y cambios en la mentalidad. Claro que, a la larga, también estamos diciéndole al mundo quiénes somos.

(Tomado de Alma Mater)