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Se acabó el cine español

Juan Diego Botto

Juan Diego Botto, actor hispano-argentino.

Por Luis Martínez

Desde que '1984′ de George Orwell declarara oficialmente que "dos más dos es igual a cinco" todo el mundo con una cierta experiencia política sabe que, en determinadas circunstancias, la verdad es una cuestión de control de la percepción. Lo que se 'debe pensar', si se 'percibe' adecuadamente, acaba por ser. Alguien podría pensar que tras el Presupuesto presentado la semana de pasión (tal cual), el cine español se enfrenta a un nuevo modelo. Eso o que dos más dos son cinco.

El cine español, para entendernos y antes de asumir el precepto de Orwell, ha muerto. Orwell también, pero eso ya se sabía. Y no es exageración, son cosas del Boletín Oficial del Estado. El recorte del Ministerio de Cultura (ya saben, un 35% menos con respecto al año anterior y más del 50% con respecto a lo establecido en La Ley del Cine de 2007 que aspiraba en un futuro cercano a 100 millones) da por concluido no sólo un modelo sino la propia posibilidad de la existencia de algo, sea lo que sea, que reciba el nombre de cine español. ¿Catastrofismo? Simple sentido común o, si se prefiere, la única forma no política de sumar dos más dos.

Nos explicamos. De los 49 millones que el Estado dedicará a la ayuda de nuevos proyectos, un mínimo de 35 ya están comprometidos para dar cobertura a las películas estrenadas en el segundo semestre de, atentos, 2010. Son las llamadas subvenciones a la amortización (general y complementaria) que se conceden, fundamentalmente, en función de la taquilla. El sentido de esta ayuda no es otro que apoyar financieramente a películas con una clara vocación de público. Si se quiere, y por simplificar, son subvenciones gestionadas desde el Ministerio de Cultura para dar cobertura a la industria cinematográfica. De otro modo, y simplificando aún más, son subsidios industriales.

Pero el cine, además de industria, es otra cosa. Digamos, a falta de una mejor denominación, cultura. Es decir, algo que nunca nos hemos creído en España. Para ello existen, precisamente, las ayudas a proyectos. Y para ese cine, hoy por hoy, ni hay dinero ni se le espera. Se trata de dar cobertura a todo aquel cine cuya aspiración no es el gran público sino el otro, el 'pequeño público'. Y aquí es donde los caminos se separan. Es una opción política creer o no en la necesidad de una política cultural. Es un opción creerse que lo que funciona en Francia pueda funcionar aquí.

Para la actual directora del ICAA (Instituto de Cinematografía y Artes Audiovisuales), Susana de la Sierra, las ayudas a proyectos deben existir. En la primera entrevista concedida al diario EL MUNDO se mostraba tajante. "Ese cine [en referencia al minoritarío] es necesario en el imaginario colectivo porque es el que identifica la propia cultura y ése es fundamentalmente el que hay que proteger con las ayudas directas, que continuarán existiendo", decía. Antes, en la lista de prioridades, lo dejaba en cuarto lugar: "Lo primero es la amortización. Si queda un remanente, y esperamos que quede, tenemos previsto sacar una línea de ayudas para aminorar los intereses en el ICO (Instituto de Crédito Oficial); otra para ayuda en la participación en festivales; otra más para la distribución; otra para largometrajes sobre proyecto...". Es decir, son los cuartos a repartirse nada. De otro modo, el redactor de los presupuestos tiene claro que lo que opine Susana de la Sierra importa poco.

Lo más contradictorio de todo es que las ayudas están permitidas y justificadas desde Europa precisamente por el carácter cultural, que no industrial, del cine. Y es ése apartado el que se reduce a menos que cero. Todo queda, ahora, en manos de la futura ley de mecenazgo que mediante la desgravación fiscal permita compensar las abultadas pérdidas por ayuda directa. Sin embargo, la propia Susana de la Sierra admite que las dichosas desgravaciones fiscales están pensadas para fortalecer a la industria. De nuevo, la cultura, esa cosa, es asunto de las ayudas directas. Ayudas directas, otra vez, que no hay.

A un lado juicios morales (¿esto es bueno o malo?), se trata de la simple admisión del abismo. Se acabaron las ayudas a proyectos. Ahora falta por ver con qué cara se presenta un productor a un banco para pedir el préstamo para una película. Delante se va a encontrar con el director de una sucursal (presumiblemente en apuros) que sabe que el cliente cada vez contará con menos dinero estatal, con menos dinero de TVE y que depende de una ley de mecenazgo que aún no existe. De otro modo: estamos locos o qué.

Lo que emerge, por tanto, de los Presupuestos del Estado es un nuevo modelo de apoyo al cine con la contundencia con la que O'Brien, el torturador de '1984′, hacía admitir a su víctimas que 2+2=5. La defunción no es un modelo, es algo peor. Y huele mal.

Otro día sumamos al cero los recortes en TVE, la caída de la cuota de pantalla (va por el 12%) y otros accidentes de un desastre inevitable.

(Tomado de elmundo.es)